lunes, 24 de febrero de 2020

Un contrapunteo con el poeta Allen Ginsberg, el que tenía el ojo del culo consagrado a los dioses de la imaginación, primero, y después a la crítica social y el Canto.




Allen Ginsberg (1926-1997)

Faltaba decir más sobre Allen Ginsberg y sus poetas, Ohio tenía 20 poetas beatnik, vea ud. La monarquía de los poetas no judíos O Jack Kerouac los pasaba al papayo.


Por Gajaka II (gongorista con pluscuanperfecto de mensajería)

I

¿No se porqué estoy nervioso, será por la Serenate #7 de Mozart? Vaya a ver y son los pesos o las pesas que deberías de alzar al compás de la serenata.

Dice el poeta A. Seidman que en la época de los beatniks habían muchos poetas, de por lo menos 12 estados y Cánada, pasando a México, y convertidos en mariachis, en suicidas de colección, en monjes de la India.

Pues más parece qué los de New York y New Jersey mandaban la parada, y los demás, mejor les sería meterse al partido socialista O A E al budismo hindú, o ser amigo de Andy Warhol, el artista miserable.

No, nada de eso, eran las editoriales que solo publicaban a seis o siete de ellos, brilló Corzo, y Ginsberg y Kerouac discutiendo cuál era ese discurso, por supuesto más adelante fue Howl (Audillo), y todo Kerouac (pues para A.G. era el nuevo Buda). Claro teníamos a William Carlos Williams, la absoluta perfección de New Jersey.

Se respiraba aire de motel, del jabón chiquito, y todo parecía tan integral. No habían llegado los hippies y la guerra de Vietnan. Solo era sagrado luchar contra los opresores del derecho civil para las menorías esclavizadas negras que también sufrían en Sud África el apartheid, el vasallaje y la dependencia económica. 
Vaya educación a reglazo, que ciclo, mientras no cese el odio racial, que hoy es por ideas mal concebidas, por ejemplo un Diderot comandante de la fuerza critica de las artes, un Lezama con faja, que reencarnará en un negro jamaiquino. Borges (el gongorista) que no le llega al tobillo a Vallejo. Es odvio, el mundo del espejo no es la literatura vallejista, el cholo.

Kerouac leía borracho por televisión, nadie notaba, pero este hermano de Nail Cassady (amante de Ginsberg) se la pasaba muy torpe, aplazando el sueño (para la vejez a solo 100 abismos, se encargó de estrangularlo por dentro) en 1969.
Fin de los Beatniks, solo quedaba Ginsberg, arrastrando el fardo de todos los tumultos, y alguna vez la voz de Bob Dylan.
Contra el marxismo, que ya parecía una ciencia; quien le metía el diente al Capital abandonaba la ingeniería civil por la guerrilla, o la venta de cencerros para ovejos en Uruguay.

A los que les falló la cabeza fue a los stalinistas de todo vale en la guerra, no señor, mi señor, ¿igual a ellos? Tantos complejos por resolver, Hitler y su filosofía revisada de Nietzsche, pero advirtiendo que el filósofo del Eterno Retorno se equivocó con los judíos, al considerarlos una raza limpia e inteligente.

Nadie se puso a pensar en lo degradante que son los militares, concepto muy avanzado de la Patafísica, que si se cansó de ellos, una constante degradación humana, que cambia de partido cómo una colegiala.

Lo otro en el camino de las calles de Nueva York (ya que en Howl nunca aparece escrito Nuew York City, sino sus calles), es seguir al poeta Ginsberg a sus recitales con mochila (de Suramérica) y flauta. Lo dije, en Puesto de combate #54/55, en Por fin agonizaron los Beatniks, a propósito de su muerte marzo de 1997.

Llegué a la puerta del funeral en un templo budista, Chandala, y no lo vi, andaba solo y acongojado. Ningún amigo mostró el más leve interés en él. Era un maricón, y todos nosotros estábamos cagados. El jet set lo tenía como un referente de la cultura.




Una profecía

O bardos del futuro
cantad desde el cráneo al corazón al culo
Vocalizad todos los acordes
sacudid toda la consciencia
Yo canto desde la cárcel de la muerte
en el estado de New York
sin electricidad
lluvia en las montañas
el pensamiento llena ciudades
Dejaré mi cuerpo
en un delgado motel
mi ser escapa
através de oídos no nacidos
No mi lenguaje
sino una voz
cantando según unos esquemas
sobrevive sobre la tierra
no los huesos de la historia
sino tonos vocales
Queridas respiraciones y ojos
brillan en los cielos
donde vuelan los cohetes
para llevarme a casa

Allen Ginsberg


II        
Some breath breathes silent over green snow/
Mountains Some breaf breathles not af all. Un mantra, A. Ginsberg. Se lo dedicó a Rinpoche, su maestro, con el que se encontró en las calles de Manhattan.

Publicó 7 libros de poesía, sin contar Aullido, Manifiesto poético, y sus discursos y ensayos que suman cientos. En verdad habría sido excomulgado cómo Spinoza, llevado a la hoguera, o achicharrado por homosexual. El sexo oral es sagrado en la India.

Fue la primera persona en el mundo que se opuso a los campos de concentración para jóvenes peludos y sin trabajo, por lo que le costó la expulsión de Cuba, él, qué coqueteaba con el socialismo, con las Panteras Negras, le gustaba el sexo oral cómo se hacía en las calles y teatros de Nueva York. Nuestra Grecia arremolinada, con Athenea debilucha, les cayó el virus de destrucción, exclusivo para gays (pandemia de Sodoma sin Gomorra).

Hoy los poeta beatniks de origen nuyurrican, les ha caído el olvido, y la falta de redención; recordamos al grande y bueno de Pedro Prieti. Alguna vez leímos montados a un árbol en Brooklyn, mientras yo hacía mis conquistas de tipo eleusinas, ya que me encontraba dónde no había metáforas, solo el discurso de las minorías que también son la imagen americana, pasaba su cuartelazo.

Miguel Piñero (Short eyes, 1974) fue un referente muy latino del East Village. Cofundador del Nuyorican Poets Café, Miguel Algarín, y otros.



A.G. y Neal Cassady


Coro a Demeter

Ay perdonan que haya pasado de la serenata de Mozart al indio ese de mi barrio, con su regguetton, que te lo endosan tus prietos adolescentes. Ay que los hijos del cine, te mandan historias pitagóricas en el ordenador. Y que perdone por decirle señor, a un ruso.

Muere dignamente en tu soledad

Viejo hombre/ Yo profetizo recompensas
Más vastas que las arenas de Pachacamac
Más brillantes que una máscara de oro martillado
Más dulces que la alegría de ejércitos desnudos
fornicando en el campo de batalla
Más rápidas que un tiempo pasado entre la noche
de vieja Nazca y la de Lima nueva
en el crepúsculo
Más extrañas que nuestro encuentro cerca del palacio
Presidencial en un viejo café
fantasmas de una vieja ilusión, fantasmas
del amor indiferente.
Allen Ginsberg.



A,G. y J.K.

Prólogo a Los Subterráneos de Jack Kerouac

Por Henry Miller

Es posible que nuestra prosa no se recobre jamás de lo que le ha hecho Jack Kerouac. Amante apasionado del lenguaje, sabe cómo utilizarlo. Siendo un virtuoso nato disfruta desafiando las leyes y los convencionalismos de la expresión literaria que estorban la auténtica comunicas, sin trabas entre el lector y el escritor. 
Tal como él mismo ha dicho en su artículo «Los principios fundamentales de la prosa espontánea», «procura primero satisfacerte a ti mismo, que luego el lector no podrá dejar de recibir la comunicación telepática y la excitación mental, pues en su cerebro actúan las mismas leyes que en el tuyo». Y es tan íntegro que, a veces, parece estar actuando en contra de sus propios principios. Sus conocimientos, en modo alguno superficiales, aparecen en sus escritos como si tal cosa  ¿Importa? 

Nada importa. Desde un punto de vista auténticamente creativo, todo da lo mismo, todo importa y nada importa.
Pero nadie puede decir de él que sea frío. Es cálido, esta siempre al rojo vivo. Y si está alejado, también está cerca muy próximo, como si se tratara de un hermano,  de un alter ego. Está ahí, está en todas partes, es el señor Todo-el-mundo. Observador y observado a la vez. «Es un amable, inteligente y doliente santo de la prosa», como dice de él Ginsberg.

Suele decirse que el poeta, o el genio, se adelanta a su propia época. Es cierto, pero solamente debido a que también es un ser profundamente de su época. «¡No os detengáis!», nos va diciendo. «Todo esto ya ha ocurrido antes millones de veces.» («Siempre adelante», decía Rimbaud.) Pero los que se resisten a cambiar no entienden esta clase de palabras. (Todavía andan rezagados en relación con Isidore Ducasse.) ¿Qué hacen, pues? Le derriban de su alta percha, le matan de hambre, de una patada le hunden los dientes en la garganta. A veces son menos misericordio­sos incluso: hacen como si el genio no existiera.

Todos los temas acerca de los cuales escribe Kerouac —esos personajes fantasmagóricos, obsesivamente ubicuos, cuyos nombres se pueden leer del revés; todas esas encan­tadoras visiones nostálgicas, íntimas y grandiosamente estereoscópicas de los Estados Unidos; todos esos paseos de pesadilla en góndola y en coche— así como el lenguaje que utiliza (algo así como el estilo Gautier pero en negativo) para describir sus visiones «terrenocelestiales», todas esas extravagancias desmesuradas, tienen una estrecha relación con maravillas tales como El asno dorado, el Satiricen y 

Pantagruel, y esto es algo que no pueden dejar de percibir ni siquiera los lectores de Time y Life, de las Selecciones del Reader’s Digest, y los tebeos.

El buen poeta, o en este caso «el prosista bop espontá­neo», siempre está atento al son de su época: el swing, el beat, el ritmo metafórico disyuntivo que brota tan veloz, tan alocada, tan peleonamente, y de forma tan increíble y tan deliciosamente salvaje, que nadie llega a reconocerlo una vez transcrito en el libro. Mejor dicho, sólo lo recono­cen los poetas. Kerouac «lo ha inventado», dirá la gente. Con lo cual estarán insinuando que no es real. Lo que la gente tendría que decir es: «Este sí que ha sabido pillarlo». El lo ha pillado, lo ha cultivado, lo ha sabido escribir. («¿Lo pillas tú, Nazz?»)

Cuando alguien pregunta: «¿De dónde saca todo eso?», la respuesta es: «De ti.» No hay que olvidar que Kerouac se ha pasado toda la noche despierto, escuchando con los ojos y las orejas. Toda una noche de mil años. Lo oyó en el útero, lo oyó en la cuna, lo oyó en la escuela, lo oyó pegando la oreja a la pared de la bolsa de la vida, allí donde un sueño vale oro. Y, además, ya está casi harto de oírlo. Quiere dar un nuevo paso adelante. Quiere reventar. ¿Vais a dejar que lo haga?

Esta es una época de milagros. Los días del asesino loco han quedado atrás; los maníacos sexuales están ahora en el limbo; los atrevidos artistas del trapecio se han roto el cuello. Estamos en una época de prodigios, en la que los científicos, con la ayuda de los sumos sacerdotes del Pentágono, enseñan gratuitamente las técnicas de la des­trucción mutua pero total. ¡Progreso! El que sea capaz, que lo convierta en una novela legible. Pero si eres un comedor de muerte no me vengas con literaturas. No nos vengas con literatura «limpia» y «sana» (¡sin lluvia radioactiva!). Deja que hablen los poetas. Puede que sean «beat», pero, como mínimo, no montan a caballo de un monstruo cargado de energía atómica. Creedme; no hay nada limpio, nada saludable, nada prometedor en esta época de prodigios; nada, excepto seguir contando lo que pasa. Kerouac y otros como él serán probablemente los que tengan la última palabra.

Big Sur, California

    Los tres grandes, Ginsberg, Kerouac y G. Corso.





4 comentarios:

  1. Muy bueno, es de lo que más sabes, en aquellos baños turcos del East Village.

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  2. Ramón Pinto y a mucho honor Gajaka.24 de febrero de 2020, 16:59

    A mi me va a dar comezón, y han faltado las mujeres poetas de algunos de ellos. Todos no eran homosexuales o bisexuales cómo Kerouac.

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  3. Una profecía, que belleza.

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  4. Que descerebrados los dos en ese beso.

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