viernes, 22 de diciembre de 2017

Mi correspondencia con Lezama Lima, de José Rodríguez Feo, la revista Orígenes, habanera, y el ensayo de David Huerta, Montego Bay.



José Lezama Lima y José Rodríguez Feo.

Intempestivo, (con el mazo dando, y a Dios rogando): fuera! 

Lezama Lima en Santo Domingo. Poema completo Para llegar a la Montego Bay.


(Gajaka) Gabriel Jaime Caro

La siguiente fechorí a sale malograda, mejor dicho, Verástegui, La siguiente fechoría sale malograda, un capítulo neoSorprendido, de telenovela o telenotas caribeña, usted es el señor Lexama, no Lezama a secas, sonando con espinas los tímpanos de hospital de la misericordia, usted aquí.

Lleva a Vallejo con Georgette incluida, nada se diga entonces si al pasar por la misma callecita cruzas la indivisibilidad, dan miedo los fantasmas del  rey Leopoldo, hasta aquí, cruce invertebrado de nuevo, dijo, Lezama Lima con toda tranquilidad la señora presentadora, ni la televisión cubana lo había llegado a pronunciar, diabólico, lúdico hechizo. 

Ven acá, que tiene ese hombre, Lezama Lima, que no tengan nuestros poetas nacionales, Henríquez Ureña, Pedro Mir, Manuel del Cabral, Mateo Morrison, nada, no se como decirte, asunto de tener una o dos metáforas desbocadas o represadas o simplemente por el discurso nacionalista, pensé, 

Durmió el Rey Franzua, y todavía no comienzo, no vaya a dañarsémela  mascarilla de naranja con cúrcuma. Para esos anillos difíciles de la piel, doy ahora por comenzado:

I
Pues si otra vez me atreví o me vino de copas, dije, Lezama Lima mi maestro, venimos de él, esto no lo perdona ni el mudo Beckettiano, ¿más propaganda para qué? Podría mejor decir, de Gerardo Deniz, antes de Lezama y Borges. Son los cambulos mi amor, son los cambulos. 

Amoratados a distancia, pestañeo, Porfirio Barba Jacob para mandárselos a decir; de lo mal que hablaron Rodríguez Feo y Lezama de este pedazo de vástago de mi familia poética colombiana.

De Mi correspondencia con Lezama de José Rodríguez feo, iba esta nueva entrega del blog, para navidades, pero se me kafkajio lo que había acumulado de los robos a los PDfe. Haciendo trucos e inventos algunos se dejan sacar, o sino quienes más van a conocerte el texto desde una tribuna valiente como Cinico de Silope se lo imagina, nada menos que mi churrunguis tunguis, que no llevan mayúsculas porque no son fechas como la Navidad.

Estamos en 1947, entre las analectas de Lezama, y los sortilegios encontrados por Pepe en Estados Unidos, Wallace Stevens cenó conmigo anoche, y hablamos de ti. A Eliot no lo pude ver, pues se le acaba de morir el hermano. Ah, Juan Ramón Jiménez está loco, el pobrecito. Vete viniendo para la Habana, alambicado.

Este desencanto nuestro, recuperativo o el armonioso fantasma dos, que te declara su inocencia. Cuasi perfecto no existe, y ya lo había expresado en Las enlagunadas. Obligados en Orígenes, la revista de poesía literatura y arte, de la década de los 40 y 50s, en La Habana. Con colaboraciones impresionantes, como si esos escritores que aparecían allí en Origenes, fueran bachilleres y - políticos como los nuestros en aquella época, con el fascismo encima, que se había tragado la filosofía del siglo 18 y 19, o lo peor revisando a Nietzsche, lo que produjo el horror de Borges, y el advenimiento del fascismo nazi, y el Stalinismo satan -.

Correspondencia de dos editores, cuartillas, el velo del amor y del hechizo de la poesía desde su oscuro lupanar: Lezama Lima y Rodríguez Feo. El populismo se daba en Argentina y en Colombia. Cuba amaba las dictaduras. La potsguerra también maravilló, pero las dictaduras de America Latina y el Caribe no se daban por enteradas; por eso Josef Menjele, el Ángel de la muerte de los Nazis, se paseaba tranquilo por las playas de Rio de Janeiro y Sao Paulo.

II

Lezama era amigo de Wallace Stevens, por el solo hecho de ser amigo de Feo, y temía la crítica de Eliot a su poesía. Feo era pintoso, leía y traducía, acosado por Lezama, para cerrar edición de un nuevo número de Origenes. Babalú e ye. ¡y la final opinión desfavorable de Eliot sobre mi! le escribía Lezama, en aquel agosto del 47.

III

En Santiago de los caballeros, en la clausura del Festival de poesía, fue un profesor poeta que dijo algo sobre Lezama, y no estaba orquestado. Yo si orquesté, y pagué los platos rotos, medio a de que fe nona, Para llegar a Montego bay, alcanzó a decir, entre los muertos fértiles de la concupiscencia, es como estar con Cuca. Para llegar a la Montego bay, ese gran batacazo, jonrón de Lezama.

Y aquí la colaboración del poeta David Huerta sobre el poema Para llegar a la Montego Bay de José L.L. ..aunque diga poco del barroquista dormido.

Mariano Rodríguez, José Rodríguez Feo, José Lezama Lima, diciembre de 1953.

Montego Bay*

(13 de agosto de 1983. Archivo edición México).

David Huerta

Uno de los poemas literalmente fabulosos de José Lezama Lima se titula “Para llegar al Montego Bay”: cuenta la fábula —épica, poética, visionaria— de un viaje del poeta cubano a la isla de Jamaica (El único otro paseo americano de Lezama fue a México, donde conversó con los Contemporáneos) En la Bahía Montego, o Montesco, hay una playa luminosa y acogedora; en ese lugar se celebran desde hace varios años los festivales de la música más popular de la isla jamaiquina: el reggae (pronúnciase más o menos así: réeguei) Ahí fue rodada la cinta documental Reggae Sunsplash —producida y dirigida por alemanes— y ahí, en esa película, en la “arreciada nocturna” de la Montego Bay, puede uno ver y escuchar las últimas imágenes y los últimos cantos de Bob Marley (1945-1981), el músico legendario cuya biografía está a punto de publicar Timothy White, historiador del rock Marley, Peter Tosh y Jimmy Cliff son quizás los músicos de reggae más conocidos; en esa película aparecen otros menos famosos pero no menos impresionantes y conmovedores, como la Third World Band


El día que nació la república africana de Zimbabwe, en abril de 1980, lo primero que se escuchó después de la declaración de independencia, ante el primer ministro socialista Robert Mugabe y el príncipe Carlos de Inglaterra, fue la voz del maestro de ceremonias haciendo la siguiente presentación: “Ladies an gentlemen, Bob Marley and The Wailers!” Para entonces, Marley era el músico más conocido, venerado y seguido por la comunidad negra de casi todo el mundo, en especial por los negros de habla inglesa; en cambio, gozaba de una mediana popularidad entre los blancos El reggae se había convertido ya en la música emblemática del panafricanismo propugnado en la primera mitad de este siglo por el ideólogo, místico y agitador jamaiquino Marcus Garvey El sustento de esa música era nada menos que una doctrina milenarista, de tintes políticos y religiosos: el movimiento de los rastafarianos o rastamen, seguidores del León de Judea y Rey de Reyes: el Emperador de Etiopía, Haile Selassie Los rastamen defendían y defienden, por otro lado, la legalización de la mariguana y la reivindicación de la raza negra y sus valores culturales y expresivos, mucho más allá del “Black is Beautiful” norteamericano de los años sesenta El centro focal del movimiento se localiza en Jamaica y se ha extendido vertiginosamente a los Estados Unidos, a la Gran Bretaña y, por supuesto, al Continente Africano Los rastamen poseen su propio lenguaje, su propio idioma: un inglés que equivaldría al créole de los haitianos, deformación del francés colonial Tienen su música: el reggae, de ritmo avasallador, obsesionante Las letras de sus canciones hablan de cosas inauditas, hasta que ellos aparecieron, en el ámbito de la música popular: hambre, opresión, apartheid, chozas, hacinamiento, pobreza Nunca antes el rock había dado a escuchar experiencias semejantes, con esa extraña fuerza de convicción y de protesta que caracteriza a los compositores e intérpretes jamaiquinos (Junto a ellos, los consabidos cantantes “de protesta” suenan de una languidez exasperante) Rock de protesta del Tercer Mundo negro: militancia panafricanista y anticolonialista, revolución, drogas, misticismo —y una apropiación sincrética de los temas bíblicos, y aun de algunos motivos de los himnos protestantes A la vera de los ríos de Babilonia —en el mundo del cual debe escaparse, mundo enemigo—, estos artistas levantan una voz adversaria y altiva


Hay violencia en el reggae: violencia de víctimas que empiezan a dejar de serlo, diríase En diciembre de 1976, Bob Marley fue atacado a balazos en su casa de Kingston; los agresores eran, se cree fundamentalmente, enemigos del entonces primer ministro socialista de Jamaica, Michael Manley, por quien el músico había manifestado abiertamente su simpatía Poco después, al final de un concierto, Marley mostró en su torso, desafiante, las dos heridas de bala que le infligieron. 

El cáncer habría de matarlo, en 1981, en un hospital de Florida Ahora Bob Marley es un símbolo Los rastamen son hostigados en todas partes: en los Estados Unidos se alían frecuentemente a los delincuentes comunes El reggae sigue escuchándose, cada vez más; no ha escapado, desde luego, a la enorme maquinaria industrial del rock, que lo aprovecha conscientemente Forma parte, ya, sin embargo, de lo mejor de esa expresión americana que Lezama Lima estudiara en uno de sus libros más célebres Un poco de la luz que baña la Montego Bay cae sobre sus páginas

*Tomado de Proceso. Com.mx, de ls noticias más leídas del 2017.


Poema de José Lezama Lima


Para llegar a la Montego Bay*

(Permiso para un leve sobresalto)

Furiosamente las abjuro y clásicamente
las convoco al mismo redondel del frío
bajo, tosco laurel movido y al recojo
de sacra para siembra y arte.

De ese cristal que se baña en aguas de su orfandad
puede más, adustos del adviento, que si confiase
a la lluvia de cordel o la apartada del aire,
cuando le sopla un costado para buscarle la médula.

Dicen que los tejones, en aguas de su humedad,
burilan más, hocico en punta de atravesar
una sombra de escaramuza en jarra de vino,
sustituido por la criada del milenio gordo.

Pues si por allá paseaba la soplada,
la que por dos platillos pasaba su sombrerón;
ahora una gansada asombra la estufa,
y el mayordomo llega frotándose y se vuelve a retirar.

Los cítisos evocaban la llanura de Platea,
el amaranto ridiculizaba las uvas en el toronjero,
y el frutero como las partenopeas buscando la brisa,
se descalza, brinca la luna y barba al maestresala.

La dignidad de la moneda de la joven corintia
y los palurdos buscando chinches de acordeón,
pues el carbón que se teje, bate en flanco,
y el acantilado muge en el ropero de la mugrienta.

La doncella es la papisa, el caracol y el alcalde,
los copetines del recaudador del oeste;
mi grito descifrado requiebra el hacha de la doncella,
pero mejor, el toronjero y la nueva estación de estalactitas.

No es un pie remedando las columnas cogidas por el talón,
ni la bolsa del cartero, santoral de increíbles nacimientos,
ni la paloma traza las iniciales de la afiligranada ciudadanía,
ni el abejorro retrata la abeja de la vieja.

Como los leñadores no llevan su hacha al juramento,
ni el capitán habla dormido, papirotando,
así los versos garapiñados y garañones,
anuncian la lluvia, el tocoloro, el abuso y compadre.

Tendrá que ser la abeja de la vieja, dice Hermes;
ya que no puede ser la vieja de la abeja, dice Euforión.
La abeja se posa entre el pamelón y la miel,
entre la dulce bobería y la bobería seca y funeral.

El canon en el mortero te mancha la nariz, la sección
áurea se presenta como el estofado de una Baviera
de juguete. El ojo no tiene por qué parecerse al sol.
¡Jehová del sargazo un cometa para esas brabuconerías!


                     Lorenzo García Vega, y mi extraterrestre francés.

Al lastimar el albañil, la amarilla frente del tapir,
recibe el disparo que le hace una corza de Río
Grande del Sur. Es gracia del año, que el artificio
mezcle las lunas, los collares y las gamuzas del Jefe.

No hay por qué llevarse los tizones en el rapto.
Días antes, las gatunas medidas de las ventanas.
Dos días antes, las lunadas, frías herraduras del caballo
que nos regaló Furgan, el hijo del hullero inglés.

Reaparecía por el pueblo con la gracia y el sueño.
Con la gracia, relieve del sueño.
Y con el sueño, fortaleza de una gracia aumentada
por los astros que duermen y las playas despiertas.

Para llegar a Montego Bay,
el oscuro furor adolescente escondía sus flechas,
y no el retiramiento de participar en la ausencia,
sino el aposentarse en el escarbar y el agujero.
El odio a fingir el encerado, ocultando con el pañuelo
el rey de espadas, y la marmórea, obligada cerrazón
del cimbalón de las carcajadas lanzadas al asalto.
Y no el traspaso de la agujeta cenital, sino el manteo
de ir recubriendo el ciruelo con la otra carne lunar,
cuando vamos reclamando el hueso del almendro,
el ramaje que nos indica la aleluya de la flor,
si no la miel avanzando por el secreto de los pistilos
y cristalizando enterrones para el goce en la glorieta
de las montañas azules, que voltejean al viajero,
y en el despertar de un número lo entreabren
en las risotadas o en los siete ríos tirados
por una pareja de bueyes.

Las piscinas donde se sumergen los herederos de coral,
los herederos ingleses que han sonreído en las excavaciones egipcias,fruncen el rizo, disecándolo, de la decadencia capitalista.

En el anuncio de un cigarrillo se hacen tantas pruebas
como en el inicio de un funeral minoano.
Y las abreviaturas de los espejos siracusanos, cortados
por el obturador de un rabo de ardillas,
agrandan sus venerables párpados de tucán,
para llegar a Montego Bay.

El negrón pastor que sacaba las monedas cabeceantes de un chaleco mozartiano, portería de los bolsillos marsupiales del chaleco, abría los fláccidos brazos, como un centurión, en la piscina,
necesitando después para plegarse la síntesis de las sales odorantes.
Los densos murciélagos de la bahía jamaiquina,
al despojarse de los reflejos de la piscina de los mirtos,
penetraban en los trazos cuneiformes del interior de un tronco de palma.
De la boca del negro gigante salía un ferrocarril de mamey,
sus carnes lloraban mecidas por la guitarrita del tembleque,
dejándonos de disfraz de un bien llevado susto,
en la piscina de la Montego Bay.

Como la abierta canana de los soldados ebrios,
el negro pastor palidecía la ablandada mitad de su chaleco,
ante la piscina rizada por el triple salto de la piedra heraclea de los griegos.
Su chaleco como un endurecido ajustador de líquenes,
mostraba su divertida coquetería andrógina en la Montego Bay.

No en la infernal glorieta donde los murciélagos penetran por los troncos,sino en la marcha de las hojarascosas nubes del otoño, expulsadas por the fire of the florest. El refinamiento del bosque
de cocoteros iguala a la franja naranja de la cacatúa austriaca,
pues una esbeltez que parecía no traspasable se multiplica
como las quemantes naves de los aqueos delante de la frivolidad de Ilión.
El refinamiento del bosque de cocoteros lanza semillas
mascadas y ensalivadas sobre la estilización de los anuncios
de las marcas de cigarrillos en la Montego Bay.

Ribera.


La carnalidad obsequiosa del césped se tullía
para esperar un crepúsculo de musicados entreactos.
El flamboyant como la albina señorita jirafa,
estiraba su tronco hasta el cristal confitado de la flauta.
Y una pequeña copa roja de sombrero tunecino,
dominaba con su adelgazado fuego al negro preguntón,
enredado mansamente en el disfraz de correo de her majesty.

Un pelotón de burritos y un rolls condecorado
se estiraban frente al sargento de tráfico con prismáticos de almirante.
Pero como en los elementos sacerdotales de la física jónica,
the fire of the florest era sustituido por el laughing falls,
y las carcajadas de las siete aguas confluyentes,
borraba la agujeta inútil del fuego encorsetado,
antes de llegar a la Montego Bay.

El bosque de cocoteros y el adelgazamiento no sombroso
del fuego de la floresta, ondulan las espigas de la sesquipedalia:
el pescado largo está bajo las leyes del magnetismo.
Las palmas caminaban en el Eros distante, pues la lejanía
avivaba la irritada piel de la distancia, entre nosotros cada palma
lanza el voluptuoso contrapunto de su ámbito, y así la mirada
reconoce su carnalidad en el palpo de la coraza de la noche.
El bosque de cocoteros obliga al crecimiento del vegetal,
persiguiendo una chispa o la estrella caída en el cartucho
del carbón del estanciero. El flamboyant tiene que alzar
el tachonazo bengalí de su copa, para que el cerco de cocoteros
no casque el súbito coral de lo entrevisto claveteado.

La copulativa bahía donde llegan los espesos y el tuétano
de rótula de negros cabritos, invade con el sopor de su sombra
el bosque de cocoteros, apretándolo por la cintura de su médula.
Aquel adelgazamiento persiguiendo a la saltante chispa,
sólo es penetrable por el caldo sombroso de su anchurosa base.
La laminación cruje y se corrompe por la espesada evaporación
de las aguas, si no la angélica transparencia igualaría en su sentido
a la espesura vertical de la carne vegetativa, y el reciente nadador
estaría inmóvil entre la penetrabilidad de la espesura y la transparencia angélica, pero no, la sombra evaporada de las aguas puede penetrarpor los bosques de cocoteros de la Montego Bay.

La confluencia de los siete ríos en una carcajada y la simetría
de la floresta, hecha para la sutileza del insecto moribundo,
pues allí el hombre presiente que el paisaje rezonga
una carcajada que se apoya en sus espaldas, adormeciéndolo.
Las diez y siete ensaladas que se brindan en el Hotel de los Mirtos,
están elaboradas para el tapiz del antílope volador, no para la espesura del sueño del varón de églogas y los recursos de su flauta suficiente.

El oleaje del vegetal no recogió el reconocimiento del nadador,
contentándose con un túmulo donde las evaporaciones del vegetal
no recordaban las cenizas para las solemnidades del viento presagioso.
El correo de su majestad se solaza en el olvido de las direcciones,
pues el destinatario se adormeció en el incesante destino vegetal,
su silbato no penetra en las adormecidas cortezas de la pirámide funeral. 
El paisaje para el sexo del insecto y no para la memoria del hombre, es el que rueda las atolondradas lunas del oleaje
en la Montego Bay.

Las laminadas y perseguidas cinturas de los cocoteros,
mordisqueadas por el tuétano sombroso despertado en la bahía,
lanzaban la chispa que coloreaba la distancia para el Eros
del insecto y su laberíntico azar de polen y arenas.
La erótica lejanía denomina la mecida extensión de lo estelar,
pero al caer la chispa en la bahía cuando llegaron los espesos
ciegos, no soltaban sus manos con el nacimiento de los peces cantadores en la Montego Bay.

Las salientes desfiguraciones de la lengua seca,
después que el valle y la primera bahía se movieron
en el jardín sumergido, un húmedo polvo azuleando
se iba a la tortuga marmórea y al loto estalactita.

Los cuadros medievales de la hoja, burlados al rocío,
cruzaban como pecas el libro de horas hundidas, semejantes.
Cuando las hojas doblegaban sus verdeantes banderillas,
su carne se guardaba como el polvoroso cuerpo de las dinastías.

El rabo, la lengua, humildoso bracito, sonreían saltantes,
en la antológica experiencia del diseño sumergido,
o la claridad sobrextendida, que ya no es al doblarse
en clavijas de ojazos y torniquetes de furor penetrante.

Cuidar una hoja bien vale el culto de rechazar
el fuego hasta los confines, bien vale amamantar
los delfines con vuelcos y abrillantados yerbajos,
y alzar en su pontifical lomo las consagraciones humosas.

Los domeños y las pertenencias me obligaban a fruncir
la herrumbrosa sangre, y el paisaje alfilereando
en otro insecto de peluche con luna, pues su veloz laminado
no era para el cayado barbando en la nieve.

Llegaba con la sangre cuando rompe los dos círculos,
la mayor y el menor inagotables furiosos, pero la bocaza
del misterio de nuestra sangre volviendo después de haber ahincado,después que nuestra sangre penetró por la ajena bahía y los dos brazos de mar.

La preguntada espuma saliva sus fábricas de sal.
Si penetramos de espalda el concilio de la marea,
retrocede el rencor de la sangre por las dos compuertas,
pues el misterio indual acoge y ciega la enemistad permitida.

El mar no se dispara al secuestro del tonel,
pues la sangre espermática se desenredó en otro cuerpo,
abandonando el inútil misterio tirando de los árboles,
y las preguntas, como orugas, tapiado laberinto de las hojas.



                                         David Huerta y Gerardo Deniz.

Lo que fue rapto, ahora se acostumbra a la siesta en las arenas,
y los peces recuestan alfabetos y los somnolientos instrumentos devorados.
El manglar protegiendo musicado los anchurosos vientres,
protegía a la sombra que penetra los cuerpos sin varón.
En la Montego Bay, el detestable tumulto de los hombros,
para abrirse en un árbol donde se descolgaba el nuevo doncel,
traía el horror del primer genio, que igualaba al hombre
con el árbol, manteniendo a la estirpe en el tedio del pedernal.

La tribu misteriosa, anterior al primer testimonio escrito,
volvía a los amputadores caballos de los escitas,
y no al relámpago raptor de los reyes etruscos.
La cariciosa doma y el traspaso de la sombra del árbol les bastaban.

Era el lenguaje de la tribu escapada de lo escrito,
donde la móvil sombra era la fija sombra arbórea.
La planta del pie tenía nocturnas raicillas,
la palma de la mano escondía estrellas descifradas y respirantes.

Los domadores escitas saboreaban la divinidad del rocío
y la pavorosa Nictimene encarnaba las condenaciones de Lesbos.
Las voluptuosas estancias, despertadas por el refinamiento de la 
hojadel plátano, dejaban para los jinetes el rocío del sueño fálico.
Después que en las arenas, sedosas pausas intermedias,
entre lo irreal sumergido y el denso, irrechazable aparecido,
se hizo el acuario métrico, y el ombligo terrenal
superó el vicioso horizonte que confundía al hombre con la reproducción de los árboles.
La prueba del desierto se llenaba de innumerables bueyes blancos,
que conversaban con los que habían sacado el misterio de las aguas;
la tierra, evaporada por la solitaria conjugación del verbo,
entre el círculo mayor y menor, enloquecida o titánica vuelve.
El hocico se enterraba hasta el fracaso del pozo,
los cuerpos tanteaban la llave de dos relojes,
pero la arena quemada no levanta a la murmuración
necesaria para la entraña del vegetal o el rendido secreto.
Los maestros montes, bueyes habladores, caían sobre la risa de la bahía,saltando por las chozas donde se elaboraba la ilegítima cerámica.
Deshecha la tradición alfarera con peces vanos de mediterráneo picassista, el sensual y narigón jengibre del diablo babeaba la niña tocororo.
Pero el que fue, oyendo musicados números, a lavar los anillos,
librándose de Saturno y de la levedad de sus manjares falderos,
desenrollando ceremoniosamente las campanas del cuarteto,
llevaría siempre con gracia a su mujer en la maleta de viaje breve.
El hispalense, castillo impedido por algodonosas tembladeras,
nos recibía, y la pareja cerrada por un sombrero cañero,
comenzaba sus tumultuosas caricias y sus eruditos escándalos,
rindiéndose con los cortesanos miedos del varón principal.

El raptor, salido en duermevela de la entraña hullera,
desdeñando al Niño Diablo que cierra el portalón,
alcanzaba el jocundo tornasol de la criatura derivada,
penetrando por la antes hostil voz intermedia en el aliento de Anfión.


*Colaboración de Jesús Blas Comas, ya que el poeta trabaja para la inteligencia de Proteo, para poder así tener este poema memorable. Mentiras, es que yo no fui capaz de copiarlo, y Comas tiene sus argucias montesquiescas, sibilinas y me temo de muchas ramificaciones barrocas.