martes, 17 de mayo de 2016

Alonso Mejía, un poeta colombiano, que ha escogido la poesía como la dama de todas las alturas.




Alonso Mejía Maya, 1943, Neira, Colombia. Residió en New York por muchos años, y allí comenzó su interés por las artes, la fotografía, y la literatura como oficio de gran lector. Traductor, Melómano, Ha publicado libros de poesía y algunos cuentos, y fue coeditor de la revista Realidad Aparte (Segunda Vida), 1995- 1999,  (N.Y.). 
De su libro Signos errantes (Poesía reunida), de ediciones Los Octámbulos en Medellín, Col. (2016), seleccionamos estos 16 poemas para el blog. Alonso es otro poeta inclasificable. Rimbaud y Kafka lo vuelven vulnerable a la desdicha y a la imaginación. A seguir su ruta de la teoría de las contradicciónes fundamentales, con el conocimiento de la poesía y del pensamiento kafkiano (es un decir, pero que vale la pena). 
G.J.C.

***

Sangre feliz

             Un éclat de l’âme sur la chair j'espére
                                               Paul Valery


Tu pubis de colmena palpitante
mantiene viva mi carne,
mi piel me recuerda tu piel
y tus cabellos enredados en tu cuello.
Fuiste una visión de labios explosivos
y pechos delirantes;
al verte me volví un peligro desatado,
un charco de sangre feliz.

En esos tiempos yo era una paz perdida
y sentí los pasos de una bestia
en todo el corazón,
una caja de pulsaciones
dinamitó las murallas del país.

Recorrí las calles, los campos,
la rabia, los celos, las noches solas
buscando tus ojos, buscando tu cuerpo
y todos los sueños los soñé en un día.
En la despedida te dejaré mi sombra,
que es luz y sombra.
Ámala si encuentras que palpita.



Pactos con la luz
                    
The shadows that I feared so long
                      Are full of life and light.
                                                              Alice Carey


Sospecha el cielo que una luz lo guía
y se obstina en seguirla, a su nombre
confía la aventura de sus pasos.
Desfigurado por los golpes continuos de la vida
recurre el hombre a las cadenas y a sus garras
para pulimentar el día
y le encomienda su destino.

Estoy ante un muro, por fin
ante todas mis aspiraciones.
Mañana, el muro demolido, ¿mi corazón perdido
respirará otra vez?

No es mi poesía lo que cuenta,
es mi corazón violento,
y mis manos torpes y calladas
las que embrujan y sorprenden,
es el labio que cuelga del garfio,
la historia del niño perdido
en los pliegues de la demencia.

Los pactos de la luz
dependen de las sombras.



Hábitat


Me reconozco en la playa oscura,
en los susurros de los cuerpos en celo
que se huelen en el calor del amor, en la piel,
en el viento ciego que choca contra todo,
en la esperanza y la muerte unidas
en su lógica común que me excluye un día
y me persigue al siguiente con fervor.
Soy el heredero de todos cuantos mueren,
de ellos he aprendido la suma de mis últimos poderes;
situándome en la nada destruyo la nada
mientras mi alma se rompe los huesos
buscando un balcón para entregarse.







Fotografía de Alonso Mejía, New York, 1979.



Equilibrio

No me agobian ni me acechan
los esplendores y las ironías
de la realidad, o de las cosas
fertilizadas por la realidad.


El mar de mis sueños
                    El mar es un sueño sonoro.
                                    Antonio Machado


Llegó el momento de mi resurrección
así muera de tanta vida y muerte.

No olvido que aún me quedan las blasfemias,
siempre inspiradas por Dios,
y los consuelos de la contradicción
que, igual que la poesía, es abierta
plaza verbal por donde pasan
al azar todas las directrices.

Aunque la belleza no explique la realidad
estoy dispuesto a vivir de mis visiones.
Ningún mar ha superado al de mis sueños.



Las alegrías del exilio


Suelen ser alegrías muy fugaces
las que concede vivir en el exilio
y aunque también ondea el bosque
como el mar y un suspiro es un suspiro,
sea de amor o desaliento, muere
el derecho a la felicidad
y sale en su defensa la nostalgia.
Pero mi lamento no prevalecerá
por estar condenado a transitar los túneles
mejor iluminados que tiene la memoria.

Desde que me senté a cumplir
con las cláusulas de mi destino
el exilio es un nuevo orden,
una fantasía en que elaboro
melancólicamente el día y sus secuelas.


Razones de la poesía


Algún día todos llegamos a Delfos
para destruir el oráculo y a la luz
clarividente de los instintos
cantamos en coros exaltados
que está por enloquecernos la razón.
Pero como al poeta no se le exime
siquiera de los problemas más toscos,
y como no puedo cambiar mi vida,
una realidad cada vez más imprecisa,
debo trasgredir todo lo que salga a mi paso.
Cómo corrompen los atardeceres
y las buenas costumbres.

Pero la poesía tiene la razón:
solo basta un poco de agua en los labios
y será el principio del mundo.





A la luz del tiempo


I am not used to Hope.
          Emily Dickinson


Hay algo que me impide clarificar
mi posición ante el mundo,
y soy yo.
Semejante a un paranoico enjaulado 
que persigue sus propios pasos
que le siguen, o al niño
abandonado y desnutrido
frente al afiche comercial,
intento llegar a un futuro,
otro de los tantos insospechados
vertederos de la vida.

Corro hacia la incertidumbre
del mañana arrastrado
sin consideración por la esperanza.
Todos mis movimientos son en falso.

Futuro, esperanza, eternidad:
cómo perturban estos muros
de arrogante solidez, estas ventanas
de insoportable claridad.


El absurdo infinito

El infinito es precisamente lo            
que está más cerca de la
naturaleza humana.
                             Franz Kafka


No debiera ocuparme más del infinito.
Pero he de confesar que al nacer
pensé en él y no me ha decepcionado.
Yo, que he pasado la vida discutiéndolo,
pensándolo, observándolo, olvidándolo,
imaginando sus puntos de partida, su aurora,
como una máquina a punto de explotar;
yo, que no lo concibo como un sueño,
porque el infinito se vive y no se sueña
y que llevo una mirada abandonada
a las ondas inertes de un trigal,
he llegado a la serena conclusión
de que al infinito hay que buscarlo
también en las tinieblas, en los olores
perversos, en la detonación que enmudece
el canto de los pájaros, porque también
el infinito, como el mundo,
y debemos celebrarlo, es un absurdo.




El poeta colombiano, Alonso Mejía, tercero de izquierda a derecha, en una feria del libro en Hostos, N.Y. con los Neoberracos, León Félix Batista, Noel Jardines, Gabriel Jaime Caro, León Felipe Larrea y Jesús Blas Comas.


San Juan de la Cruz


Ardía tanto tu corazón
como tu cuerpo.
Tu alma parecía sangrar
pero en tu celda revoloteaban
sombras vivas y alegres.
Pienso en tu espíritu
encomendado a la luna, como si
solo ella pudiera fecundarlo,
habitado por "la música
callada" y "la soledad sonora".
En tus oídos germinaron
veraneras de sonidos encantados
como si fueses el flautista
que entretiene a puerta
cerrada la soledad. Llevas
siglos de olvido
y aún te recordamos.


Los duendes de Chikako


Ya son semanas por los caminos de Japón.
El aire es dulce y el paso por las aldeas
más lleno de misterio para sus moradores
que para Chikako, la de mirada franca
y la vivacidad de un cachorro, y yo.

Quiero ver las cosas que palpo
en la noche a la luz del día.
No hay estrépitos ni atardeceres abigarrados;
solo visos de presencias nocturnas,
anuncios de felinos de torsos potentes
que aparecen y desaparecen en segundos.
Sin embargo, día y noche late
la ponzoña suscitadora de abismos.
El bosque nos oculta y todo parece estallar.
Los pájaros lo advierten y huyen.
Chikako también.
Yo, obstinado como una circunferencia,
prefiero quedarme y esperar el final;
pero es apenas el principio de cada día.
                                                 
8.30 a.m.


Acción de gracias

                      J’ai vu quelques fois ce que l’homme
                     a cru voir.
                                                         Arthur Rimbaud



Son las tres de una tarde
límpida; de pronto tres chispas y un rayo.
Por fortuna el viejo tren
acaba de partir de Benarés
y me protegerá de la tormenta.

Es el tren de mi infancia
con su chuc-uchú, chuc-uchú,
y su silbido triste porque parte.
Me arrodillo y agradezco
a la irrealidad por esa
cuota de realidad olvidada.                        
                                                 
9.45 a.m. 


Las angustias del amor


Atravesando el Jiu nació un nuevo amor.
De Bucarest a Timisoara,
pasando por Craiova, me jugué la vida
al azar y gané un amor.
En Leila encontré la luz,
los rayos delirantes de la vida.

Me condujo a los grandes depósitos de aceite
de Urziceni, que ya no existen.
Cuatro niños desnutridos de ojos grandes,
como asustados de estar vivos,
cuidaban una puerta sucia y aún grasienta.
Dejé que pasaran unos cuantos años,
en claro desafío a la corriente de mi vuelo,
y desperté asombrado de nacer y nacer y nacer,
de que cada noche fuese la última.
Y la primera.
                                    
9:00 a.m.


En Irlanda


Llevo cincuenta y tres años
de constantes viajes y
cincuenta y tres de vida sedentaria.
Ahora mismo emprendo la segunda
parte de un periplo
por las costas irlandesas
desprovisto de égidas,
de lanzas y de miedos.
Con la mano haciendo de visera
miro a la distancia
y me diviso en la sala
de mi casa mientras escribo estas líneas. 
¡Soy ubicuo!
                                              
10.45 a.m.





Los signos del silencio


No time to rejoice for those who walk among 
noise and deny the Voice.
                                                      T. S. Eliot


Entre Kiniama y Lubumbashi,
en Congo, los Knishu, una tribu
pequeñísima, dedican horas y horas
a escuchar el silencio: oyen
el rugir del mar y del viento
del desierto que cambia
el paisaje a cada instante
y desconocen, el llanto
de las mujeres ausentes,
el discurrir del Vístula
con sus riberas feraces,
las palabras queridas
de antepasados muy remotos,
el ardor de las pasiones, músicas
que sus oídos jamás imaginaron,
el rugir del orden y desorden
de ciudades extranjeras,
la ternura y los susurros del amor,
los ritos que reverberan en la oscuridad,
la sangre que borbotea en el deseo de los hombres
por las lejanísimas Marilyn y Nefertiti,
el tiempo que se detiene que es la eternidad, como
si estuvieran frente a la Esfinge,
y el silencio mismo.




Alonso Mejía y el poeta cubano, Lorenzo García Vega (In Memoriam). En un lunes de Realidad Aparte en casa de Alonso. Las semanas de la bondad. New York, 1998.




Nueva York


Me roza un aire templado
que viene de muy lejos.
Camino por la cuerda floja del tiempo
y llego a las calles bulliciosas que me persiguen.
Nueva York, la plenitud
que también me habla
de abandono, donde todos
los semáforos son verdes
y la suerte depende del destino
y este de la suerte.

La Ciudad, Nueva York,
el castillo que tantas veces
atropelló a los invasores.


*** 





lunes, 9 de mayo de 2016

Silvia Guerra, poeta uruguaya, viene publicando desde 1987, inclasificable. Una imagen hermética se instala como ola.




La poeta uruguaya, Silvia Guerra, 1961, Maldonado, Uruguay.

*

SILVIA GUERRA. Poeta uruguaya. Los poemas que presentamos pertenecen al poemario La sombra de la azucena*.


CLOTO

Afuera, en el cóncavo espejo que es Ahora
un fino entretejido se suspende: alguien
habla de dos, otros de cifras que son inmensas cantidades.
La ascendencia se pierde en estratos
que no tienen demasiada importancia.
Se nombran los caminos los pazos los pequeños jilgueros.
Se camina sonriendo por la empinada cuesta
con las botas sucias del barro del camino.
Se llenan los carrillos los rojos los sonrientes
de un aire
que ahí arriba se dice que es purísimo.
Y se habla de la guerra. Del color de la guerra.
Y aparecen los muertos, en fila, con el plato vacío
me preguntan algo que no entiendo, no entiendo que me dicen
no entiendo que hago ahí, por qué me siguen.
Y yo no sé que hacer, y ellos tampoco.


I

Como borde, bordar este tramado
Todos los días un poco, un poco más gotea
arma la rama, nido entrama
sobre el hilado que se extiende
no sutura. Pero no, viene de fuera.
De dentro viene enrevesando trama
hay que entender que inunda
que golpea las paredes, que resiste.
Hay que entender que gime que se rompe
que heroico es hacer del ánima brocado
que se expanda, y lo demás dejarlo
Como olvido
Como distancia, entre lo posible
y lo inherente.


II

Inclina oscura testa de alado halo rodeada
y empieza la tarea, que es ardua
de vegetal acuático y profundo.
Hila, con la cara de otra
traspasada. El cordero se mueve, se retuerce
avanza, sobre un plano verde
pradera natural entre pestañas.
Cree. Cordero cree que puede
estirar el hocico, morro, pasto cree
O no sabe
O confía.
Bailan los osos turbios con caretas enormes
al gozo de la llama y por la cuerda
que rítmicamente
otros, azotan contra el piso.
Bailan los osos balanceando sombra
gozo, para que los niños rían.
Y el cordero, que espera.
Finos dedos de seda
hilan, la bolsa de mercado.


V

Volver
a la condición de perro
inapresable, de pelaje lamido
de matadura rosa. Decir Nada
Resume. Decir la lengua mía
deshaciendo sustancia pegajosa
chocolate trufado. Una lengua
que aquí venga con la condición
terrosa del olvido en sordo resplandor
El maleficio. Vidriado ojo
que atravesado de placer percibe la roja curvatura
el anzuelo sangrado la enardecida linfa
y una vez más la cera, líquida inflamable
espesa que se cuece.


VI

La vela que gotea sobre el mantel bordado.
La piel, pétalo sobre la fuente abandonada.
A un hombre le sangra la nariz rota de un golpe
en un ring de suburbio,
con las paredes húmedas
pintadas de naranja. Una mujer se levanta de una sala
a la que no habrá de volver dejando atrás
la infancia y la muñeca. El racimo y el sueño.
Y no haber nadie
Nadie que espere en ningún sitio.
Apenas si se barren los restos de la cena.
Apenas si se nombra el porvenir.
Apenas el ala violeta del sombrero.
El tacto, apenas.


VII

Nada la sombra.
Nada el inquietante punto transbordado
moviéndose. Alejada del plato y del ruido
del hambre, de la noción siquiera
de carencia.
Creciendo desde un nódulo de atrincherada madera
verde y populosa temblando desdice coyunturas
corre por un tronco más o menos liso y pide agua
miel de palma
rebozo. Página dónde apuntar
olvido.
La costa varía apenas un poco cada día y transforma
los dibujos en la arena. Y es tan frágil la línea,
y tan azules los ahogados.


VIII

Podría ponerse en contra de la luz, del ventanal
para un juicio final, para el ocaso.
El ocaso en jirones de rosado cielo recortado
de dorado perímetro silente
para un incendio oscuro y agobiado.
Y nada se verá. Ni se sabrá tampoco nada.
Ni hoy ni mañana ni nunca.
Todo permanecerá como hasta entonces,
como hasta el entonces en que un loco
director descubra, levantando la tapa de otro seso
el roto cardenal, el silente ejercicio
la incesante paradoja de descomposición y olvido.
Y filmará entre aullidos
escena tras escena
como no fueron nunca en realidad
en esa recortada realidad de los hechos
transidos, fragmentarios.
Y estará ardiendo, mientras tanto,
el siempre ardiente
oscuro
corazón inadvertido.


IX

En un pozo de sombra que surgiera aparece la voz
como esperada, y modula
un diseño para una posteridad bien avenida.
No era sólo dolor, ni era la pena
como trapitos grises de deshecho juntados.
Ni era tampoco la alegría
salpicando con su falda festiva
los amarillos rostros despertados.
Era sed de esmeraldas el trasluz
pantomima de giro y no quería.
La boca, y van retazos
pedazos en gloriosa marea trasnochada
de intentos, de posibles esquirlas
luminosas y oscuras. La piedra
entre los dientes, la marea
entornando los ojos que enturbia la pestaña
para evadir el estampido
que taladra el hombro, el roto corazón,
ese afluente.


Láquesis

Es un prisma. Es un prisma que gira.
Es un prisma que fragmenta la luz, la descompone.
Es un sueño la luz.
Es un sueño la luz que se repite.
Es un espacio verde, que se hiciera
Hay dos amordazados en la luz
en el preciso verde.
Gira una vez el prisma y se hizo tarde.
Gira una vez la luz y hay un zapato suspendido en la esquina
un montón de arañitas verdes, casi transparentes que caminan
incendiándose el lomo, sobre una tela casi transparente que no
deja respirar a los que de una manera casi transparente
empiezan a quemarse.
Afuera, alguien salta tratando de mirar por la ventana
un golpe apenas en el vidrio, una marca de sangre.
Y es la luz, los irisados tonos de la angustia
Ese silencio bordado de la tela
Crujiendo, desde la lluvia verde, casi transparente.


I

Central, bajo la luz
Mercurio que echa sombra
Afuera,
Regado de disculpa, de promesa
de blancura rasante si existiera.
Entonces borde, ¿ o era cuerpo?
Luz, penumbra guarecida
Luz, sin guarida posible,
la oscurecida brinda
la oscurecida mano que no quema
la temblorosa frente, momentánea.
Avidez, que como prosa enrosca
la rosa de la prima, prímula parte
de primoroso encaje como anclaje fugaz
el pez de plata que evadido esconde
la raíz,
inflamado nervio que fulgura
en sombra estremecido. Figura,
que no resiste
Cuerpo, por decirlo
que no abarca
palma para el alma
el aura, que acontezca.
Y queda corazón goteando
disuadido
de esa perversidad tan clara
de Mercurio.


II

Pulcra manera de terciar la cifra
para decir no quiero. Para volver
la cara a la pared. Para quedarse.
Preferir quedarse con la cara pegada
con el rostro extendido sobre ese muro blanco
gris, a veces sucio. Extender verdemente el rostro
todo allí, dolorosamente allí
para no salvarse nunca
ahogando con un trapo los golpes,
el perseguido corazón.
Engarzando una cuerda atada a la cintura
que rodea un borde, un recortado perímetro de mole.
Es la voz, que la montaña quebrada devuelve detenida
ajena de la vida anterior, la que tenía.
Tan corta la distancia
Tan sofocante el aire entre el rostro y el muro.


VII

La fronda estrepitosa no cede al manantial
Bajar, bajar por el pasillo, un pasillo del eco
Penumbroso. Algo en el agua que delata el sonido
El foco del que emana el principio de todo
Delata el debatir del prisionero
lo amotinado que gira hacia su centro. Buscar un pez
la guía del enjambre. Quise
Como árbol
Estirar el ramaje
Extender en el aire lo plateado
Su tintineante ruido, su follaje.
Una mantis enorme parece sorprenderse rosada
mientras come una cría,
deja un momento inerte lo que queda de su tieso cachorro
Observa, parece atenta a algo
Parece que pregunta
Y junta las patas de adelante.
Pobre.
Reza.


X

Empieza por el rostro, que es blanco
que está descolorido. Continúa por unos labios gruesos
pintados de naranja, de amarillo violento.
Y trata de salir, de abrir esa ventana, de fugarse.
Pero la distancia acorrala entre el vidrio y el cuerpo
entre el tirado y el posible
vestido de payaso, de payasa.
Que se saca el sombrero, que sonríe
que se cubre la mueca, el sucio velo.
Y estira la muñeca, la intangible
debajo de la pierna develándose
Zorro mineral se vuelve agazapando,
calcula muslo, peso, elástico del músculo.
Es la luz la que evade, la que fuga en la tarde
la que envuelve
Es la luz la que apremia y la que pide
Es fuga la que gime,
que no vuelve.


XII

La cabeza en vahído
Estirada sobre dos adoquines y pendiente
De un hilo de araña desde el techo
- jineteado de hormigas puntos negros estrellas -
pequeñísimos simios desde la luz que saltan
deslizándose al sueño morbidez de ese canto.
Asume el lirio la perfección, recorta
urdidas tramas de angélicas criaturas
barbadas, ágiles, agrestes, apenas amarillas
entre sus largos miembros. El jarro permanece
Implacable en su forma, tozuda quemazón
Que no se arriesga.
Entre escaleras máquinas inconscientes aprendices
de brujos helicópteros, nada la seda
rápida del viento entre los sauces.


XIII

Como disfraz
abeto multitudinario que no quiso
saltar el flanco de la senda, involucionar
al gas perverso y rebatir
del bolo alimenticio a la intemperie.
Apoyados los brazos, los huesudos hombros
colgando de unos alambrecitos desparejos
desde el balcón se apronta para ver desde allí
la fiesta popular. Los fuegos de artificio
El pororó, las coloridas aguas.
En el mortero los poluídos sueños de la espera
la licuada esperanza, los niños creciendo sin
mirada benévola o atenta. La pierna del cordero
macerándose, la macerada pelvis fibrosa entre los dientes.
El fervor respirando detrás de un cuerpo que persiste.
El fervor alejando
El fervor
Ese alto cerco inútil que separa.


XVI

Tampoco la inocencia redimía
Ni el ingenio apuntando
la religión, la marca.
Las zapatillas como única manera
de tatuarse, de salir del ganado.
Aro de plata, metal liviano para confundir
las apariencias. Entonces no era nada el ventanal
la decrépita madera endurecida y pintada una vez
sobre otra. Apuntando el disturbio en la pared manchada,
vieja. Con la punta del pie trazando el pedregullo la mosca
verde el abejorro, los turbios ojos. El agobio
El calor la interferencia la mancha en la pared.
Ese gemir que ahueca la conciencia hasta hacerla parecer un hilo
chapoteando imprecisa. Congestiona un pequeño barullo en la ventana
habla de algo, vislumbra pensamientos. Debe querer la cifra
y no se acuerda. Debe querer el nombre.
Pero no hay nombre, madre
Es el Olvido.


XIX

Un corredor sombrío. Un árbol
de apariencia superpuesta.
Pero no es cierto, madre
Ni árbol, ni madera, ni lengua.
Olvida el manantial, que hable de fuentes
Olvida la apariencia de la luces
y gime. Gime de esta manera
abanicándote
Que la lengua me olvida, y soy borrada.


XX

Una vez arrancada pediría
dos piedras, arboleda, amable trino
Como la pana verde y dulce del manzano
Como el recuerdo de las cabras cayendo
hacia el abismo del desembarcadero.
Y la balsa que mecida abanicaba aquella madre muerta
aquellos ojos quietos y pintados
aquella boca, muda para siempre.
Si quisiera gritar ¿para qué muerte?


Atropo

Ni mía.
Ni de nadie. Nada.
Yescas, hojillas. Viento de hoja seca.
En la mañana azul, la blanca brisa y el perverso anhelo
El ir queriendo, la cabeza la cara con eczemas, al viento.
Baja por esa correntada nítida y precisa
en el perfil, en el miedo atroz de la figura.
El agua en la mirada que se enfrenta y es un rostro sin alma
que se escapa para llenar ese otro rostro de silencio
para llenarlo con el hilo libado de los sueños, en la niebla.
La sombra sin atrás, sin cuerpo que refleje, la pura sombra.
La sombra pura que maltrecha de sí logra extenderse, asirse
sobre un suelo, cubrir la heroica superficie agreste
Beber hacia el desierto como un canto como un sonido largo,
una oquedad nimbándose desde el cobre central, dulcísimo
metal, que envuelva.
Y afuera entre las casas, dispersamente lejos
conjuntos de hábitos, manteles, pequeños telares enardecidos
de gardenias. Y afuera lejos, la tarde que se curva
las primeras estrellas. ¿ Para siempre?


LA COPA DE ALABASTRO

"lo único que quiero es mi ojo"(Un esclavo al emperador Adriano)
I
Una fisura se tiñe con la niebla que inicia en la llanura.
Verde del jade oblicuo que da la transparencia que es
negada :
hojas de espeso tinte, aroma que desciende
fragor de ese principio como vacuo, condena
desde el tinte al aroma,
durazno que recubre.
Sonrosa la línea y va sonriendo, pide de su dulzor
al cardenal azul, cardenalicio moretón de celo
Rosa en la ventana del espanto el azul tinte
de morada medusa, no mora donde acusa y va de luto.
Golpeando la cabeza contra el vidrio el roto cardenal
abre de rosas la cumbre del brazo, la curva que la dicha no
quisiera.
Es tarde, deben abandonarlo todo con sangre entre los
dientes, con el espeso aroma de las hojas humeantes
de la niebla. Batirse en retirada a duelo,
sobre las alas de ese inmenso albatros disecado
colgando desde el techo del sepulcro.
Dorada bóveda de grillos, blandir en el trasluz del fuego
la mano hecha de enaguas, soñar de crisantemos
Al levantar el manto que es la niebla, está la espejada de
luz
con manantial, el fruto de la aurora
Tajo en la frente mórbida, sombría, eje de evanescencia
Distraído.

II










Ascuas, astillas de alabastro en el cristal de roca
¿La mano que al dosel estaba presa?
¿La savia que dormida perecía, sin poderlo evitar
brujos y machis?
Qué extensión tendrá ese territorio circunvalado tantas
veces
feroz por cuanto es impredecible
Hasta cuándo se extenderá, líquida la angustia
de esa gota final. De esa espesura
La muchedumbre pasa grita, y este silencio resplandece
puro como el primer día, sobre filosa superficie
Como vapor que sueña dibujos que lo surquen.

III

Columnas de un agua condensada que después se hará roca.
Dulce colmena que trae hasta el enjambre la zozobra.
Una machacada constancia es la que vuelve la cabeza, gira
una rueda, y un dios sin doble recobra la inocencia.
Cuentas de reloj de Italia, licor con el color de las almendras.
Va a venir mamá con uvas amarillas, van a traer confites
van a darte esa leche de las cabras que acuna.
En esta orilla se abanica el vaivén.
En esta orilla llueve.
Ni besos ni dulces ni confites.
Esas palabras susurros al envenenado oído
Esas constelaciones que recorre el azul del rayo que fue
ayer
que no hubo tiempo
Camino del que no vuelve arriero trayendo la prenda de la
vida
Va a saltar cuando nadie lo espere.
Se va a esconder en esa lengua oscura, obscena
de la muerte.

IV

Sobre el perfil del cielo recorría una vasta pradera que
pintaba de azul otro color sobre un horizonte de planicie
verbal.
Volvía con la radio en el bolsillo
silbando una tonada que no
estaba a la moda.
Volvía desde el ignoto borde del silencio como arrastrando
peces de un mar en madrugada.
Y estaba todo ahí, sobre la mesa sucia
los peces, el olvido, el alcohol, las mal pintadas uñas.
El Olvido.

*Tomado de: Universidad de Chile, Blog Creación.