miércoles, 31 de octubre de 2012

Si no lo hizo Pessoa, ni Vallejo, Rodolfo Hinostroza lo hizo, llegó a sus 71 años con su fama corredora, los otros no, a quienes tanto amábamos.




Por sugerencia de dos lectoras de poesía peruana, en el exilio, con ustedes Rodolfo Hinostroza.

Por Gabriel Jaime Caro (Gajaka extramítico)

Rodolfo Hinostroza, Lima, 27 de octubre, 1941, el último de los mohicanos se dijo después de la muerte reciente del poeta  Antonio Cisneros; que comenzó con su libro de poemas “Consejero del lobo”, 1965, de una generación, la de los 60s, de la larga post guerra europea y americana,  y muy vallejiana, con algún contradictor positivo, contra el odio y el amor, la acostumbrada casi acusación de haber sido elegido por Octavio Paz, para reírse de nuevo. Lo protegen ángeles más acá que la estatua.

“Yo lo vi compadre yo lo vi”, me dice Pedro Granados, yo lo he visto, desde la piedra estelar, de la fe en la naturaleza pero incaica, de una vez por todas, y que se levante Arguedas. 

De esos sesentas cortos, Poetas sicoanalistas, Luis Hernández, más allá del aplacado sol cuando su flauta lo impulsaba a ver allá arriba al Gran señor Uno del cielo a loquiar con fraseo mayor, enlagunado, maestro de muchos, olvido de otros. Rodolfo Hinostroza conserva para mi el otro nombre a seguir de esos poetas,  sus largos poemas te eclipsan, solo Eluard Espina lo sigue con el canto de un fingidor. Solo tu neoberraco. “Batistuta de la poesía”. Máquina de Kozer, “Sangrado” de Lima a Buenos Aires. Falta el de Querétaro.

Tomo mi suspensión de caléndula para el culto y su ñiñiñaque. Por fin alguien más tenaz que el profesor de matemáticas es el tótem plantado y leyendo como poeta Mayor,  o a seguir la poesía peruana, de esta generación  rock and rolera, y expuesta a la dictadura militar.

Luego están Javier Heraud (un ícono, de la poesía de un guerrillero,  asesinado, típico miedo stalinista y fascista. Antonio Cisneros, Juan Ojeda, Winston Orrillo, César Calvo (conozco una secta secreta muy eleusina que lo sigue más allá del sol por el Amazonas). Juan Gonzalo Rose (una banda de suicidas que han abandonado su estoicismo, y así son insoportables), Marco Martos, Ricardo Silva -Santisteban. La lista siempre será larga para el Perú de Miss Perú y su voces hasta “Contranatura”, 1972, donde Hinostroza desembarca con Las soledades de Góngora en incaico. Algo absurdo si hablamos de lengua muerta, sin los cumplimientos de Felipe II, para que conservaran todo, hasta sus lenguas milenarias. Pero nadie le hace caso a un rey enano, a no ser que sea de los enanos de Herzog y Serrat.

Me gustan estos dos poemas que están en la red: “Los hijos de Clausen”, sobre su madre, de “Memorial de casa grande” y a continuación el l poema acerca del padre, mira papá salí de la máscara de hierro del hombre peruano.  Viva el neobarroco de Rodolfo Hinostroza.

Este alumno de Robert Graves en mitología, ha publicado recién: crónicas (Pararrayos de Dios, Tribal, 2012). Antes ,“Tercer Diluvio” en forma electrónica.  Profeta del Fin del mundo.


Fotos de halcones peregrinos de Carlos Enrique Ortiz. Aquaral, oct.29, 2012.


Se buscan tres poetas neoberracos (Jesús Blas Comas, León Félix Batista, Noel Jardines), neoyorkinos, retratados en el Café Español por Loli 100fuegos, antes del huracán Sandy. Entre los tres 300 kilogramos, y llevan todo el curso Délfico lexamista a una galaxia cercana."No soy nada./Nunca seré nada./No puedo querer ser nada./Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo." (Álvaro de Campos).
________________________________________________________________________

Dos poemas de Rodolfo Hinostroza


Dos hijos de Clausen

Mi madre Gloria era
La chica linda del Callejón del Buque,
De Bajoelpuente, en el jirón Trujillo, manyas primo.
Era hija de Clausen, un ingeniero danés chiquito y colorado,
lisuriento, que a veces venía a visitarlos,
a ella y sus dos hermanos,
a Olga, la segunda, y a Rodolfo, el menor.

Eran hijos habidos en Victoria Farfán,
guapa bajopontina de imponente perfil,
y de horrible carácter, tal como lo aprendí
a mis expensas luego. Nadie quería entrarle
aunque era buena hembra, pero con fama de ogro:
Tuvo que ser este gringo despistado, chambero y buenagente,
pero más lisuriento que un capataz de obras
se ve que había aprendido su oficio en el barco
porque instalaba Centrales Hidroeléctricas en provincias
y se quedaba un año dos,
en Camaná por ejemplo, o en Máncora
conviviendo en el campamento
con mujeres del pueblo
a las que les hacía de vez en cuando un hijo.

En consecuencia le hizo
tres hijos a Victoria
De puro macho que era.

Gloria nació, por ejemplo, en el campamento de Ica,
Y Olga en el de Marcará
y el muchacho Rodolfo ya de regreso a Lima
pero hasta ahí nomás llego,
porque luego de algunas peleas memorables con el Ogro
el hombre se esfumó. Ni cojudo,
se fue desapareciendo de a poquitos pretextando trabajo
hasta que no volvió, sino de tarde en tarde
para ver a sus hijos.

Cada vez que el gringo venía a visitarlos,
La cosa terminaba en unas grotescas,
gigantescas puteadas de callejón limeño,
Con mentadas de madre y baldes de meados
Contra el valiente danés y sus torpes carajos,
sus incipientes mierdas, sus amargas derrotas de gringo buenagente
contra la horrenda familia de mi abuela,
un matriarcado chicha
de obreros criollazos y grisetas
que comportaba un tira,
un par de mechadores famosos
una puta solapa
y varios palomillas
que a veces terminaban en la cana.

O sea que mi madre lo veía muy poco
Pero siempre cargado de regalos, como Santa Claus en su trineo:
Muñecas lloronas, ropa importada de Miami, camioncitos a cuerda,
Y sus visitas eran más inolvidables cuanto más esporádicas,
Y siempre en Navidad
Que para los daneses es sagrada
Y nunca les falló en eso al menos.

Los tres hermanos competían desleal y arduamente
por el breve, pequeñísimo tiempo
Que su padre dedicaba a cada uno de ellos:

 "Cómo te va
En el colegio? Qué quieres estudiar cuando seas grande?   (ingeniero)
(maestra) (artista de cine) Te enseñan bien inglés en el colegio?
Saben, yo viví 20 años en los Estados Unidos,
y tengo la nacionalidad americana,  que
automáticamente se transmite a mis hijos,
por ley, a toditos mis hijos,
o sea que ustedes también tienen derecho
al pasaporte americano,
lo sabían?..."

Se les quedaban las palabras de protesta atoradas en la glotis
Y preferían tomarle de la mano, cálida y cariñosa
Que darle motivo de vergüenza
Con preguntas incómodas.
Y cuando el gringo se iba en su Ford polvoriento,
sus 3 hijos en unánime paja
se largaban al techo, a soñar desaforadamente
con los Estados Unidos de América
la tierra de las oportunidades
Time is Money
América tierra del trabajo y del dólar
De la democracia
Y de la igualdad ante la ley
De los hijos bastardos.

Y el culeado danés un día se murió
Sin dejarles un cobre.

Pero tanto fue que sus hijos soñaron,
que sus sueños se hicieron realidad
Al filo de los años.

                             Mi madre, por ejemplo, encontró
a su Príncipe Azul
En Octavio, un poeta venido del Callejón de Huaylas
Hijo de un hacendado en bancarrota,
Que tenía más o menos la edad de su padre.

Cuarentón, romántico y celoso,
Refinado aunque misio,
Con la cabeza llena de sueños
Pues el también sonaba con triunfar en Hollywood
Y acababa de escribir el guión de una película de éxito
"El guapo del pueblo"
Con Jesús Vásquez y Filomeno Ormeño,
Ima Sumac y Moisés Vivanco
Y la Cholita linda del Perú,
Alicia Lizárraga.

Eran tiempos del cine mexicano
Con el charro cantor Jorge Negrete
Y aquí surgía un cine nacional a fines de los '30
Con enorme ilusión
Por eso comparaban la pareja conformada por ellos
con la de María Félix y Agustín Lara,
La bella chica y el feo poeta
A causa de la diferencia de edad, o con Chaplin
Y Paulette Goddard. Era un sueño para ella
Estar en ese ambiente
Y no con los zafios de sus primos.

El poeta se casó pues con ella y se la llevó a Huaraz
Tierra de sus mayores y
Tuvo dos hijos en ella (mi hermana Gloria y yo)
Y fuimos felices y comimos perdices desde 1941 hasta el 49
Que todo se rompió, inexplicablemente,
Como una muñeca de porcelana china
Y ellos se divorciaron.

Pero antes de eso fuimos de verdad felices
En esa hermosa casa de la calle San Martín
Con su  patio y su poyo y su corral de cuyes
Y las gotas de lluvia cristalina
Que tintineaban sobre los charcos
Y el trino del huanchaco pecho colorado
Y el trueno batiendo atabales lejanos.

Nunca supimos verdaderamente por qué se separaron
Ni tampoco tiene sentido esclarecerlo ahora,
después de más de medio siglo.
Pero se separaron a capazos neuróticos,
luego se divorciaron y cambió nuestra vida,
dio un vuelco espantoso, como un accidente de automóvil
y fuimos infelices durante largos años.

Entonces regresamos a Lima, a vivir
Con la feroz familia de mi madre
En la Unidad Vecinal número 3
Unas viviendas para familias pobres.
Mejor no lo recuerdo.

Después mi madre se consiguió un amante
que era también casado como el abuelo Clausen
Y había trabajado también 20 años
In the United States
Y había regresado al Perú para montar
una cafetería en el jirón de la Unión.

Y el tal Alberto le puso Casa Chica a mi madre
como el danés se la puso a su madre,
Siguiéndole el ejemplo
Que ya era una tradición en su familia
Porque la bisabuela Hortensia era la barragana
Del tal Farfán (que era también casado)
Y ya eran tres generaciones de mujeres
Salidas de ese callejón bajopontino
Que eran queridas de gordos ricachones
Fatalmente, como en las tragedias griegas.

Y mi madre volvió a ser ilegitima
Después de haber estado legítimamente casada con mi padre
Porque la fatalidad la llevaba a ser la Otra
La amante, el fruto prohibido,
La mujer que se corta las venas
Y acaba en el hospital, a hurtadillas
Para que sus hijos no se enteren.

Y luego vino Demetrio, otro poeta misio y además casado
Pero al menos poeta, aunque completamente
alcoholizado.
Y luego vino su matrimonio bamba
(en este fui testigo) con un cretino,
que desapareció poco después.
Ya estaba envejecida
y sin mucho glamour, de modo que un buen día,
desistió de buscar la Felicidad
consagrada en la Constitución Americana.

Poco después murió
de un infarto masivo al miocardio,
mientras que se tomaba su último Cuba Libre.

Su hermana Olga
Esa especie de monstruo que nunca tuvo hijos
Y acechaba mi infancia
Para burlarse de mí, para vejarme,
Para espiarme morbosamente por la ventanita del baño
Para golpearme brutalmente con un palo de escoba
Para arrojarme un cuchillo encima de la mesa
Para destrozar mi juego de ajedrez que no entendía
Esa bestia peluda, en fin,
Decidió, ella también, ir a buscar el Sueño Americano
A los 50 años, bastante maleteada por su amante,
Desde luego casado.

Inmigró a los Estados Unidos, con chamba de doméstica,
Aunque no sabía cocinar ni tampoco comer,
Y regresó casada con un octogenario ingeniero checo
Jubilado, enfermo y malhablado
Igualito a su padre
Trayendo unos inmensos muebles americanos
Para que la envidiase su familia
Pero no tuvo tiempo ni de desempacarlos
Porque murió de un cáncer a los huesos
Dopada por el fósforo, deforme, delirando,
Insultada por su madre aún en su lecho de muerte,
Impotente y vejada.

En cuanto a Rodolfo, el benjamín,
El tío buena gente
Que prefería tener alma de negro pobre
Que no de blanco misio
Nunca se fue a los Estados Unidos
Pero fue el único que realizó El Sueño Americano
Pues se hizo rico de la noche a la mañana.

Yo lo hice rico de la noche a la mañana
Gracias a mi laboratorio de química
Enseñándole a extraer oro de unas sales de cianuro
Acumuladas en años de electrólisis
Pues él no sabía qué hacer con ese polvo gris y denso
Que supe convertir en oro de calidad suprema
99.99 de pureza
con un catalizador de hierro
que hizo llover oro en polvo sobre el tío Rodolfo
30 o 40 kilos de oro lloviéndole del cielo.

Y se compró su casa, y puso su negocio
Y no paró hasta hacerse millonario
Pero a mí no me dio, desde luego, un centavo,
Y ni siquiera las gracias.

Y dejó de ser el tío buena gente para ser un señor
Avaro y temeroso de su oro
Con un hijo mongólico
Que ensombreció los días de su vida.

Ahora casi todos han muerto.

Mi  madre se ha ido al alto lirio,
A cantar sus endechas
Mi padre, Tía Lucha, Alberto el comerciante, Demetrio el poeta
todos están juntos en el alto combo.

Mi abuela Victoria se ha reencarnado en una rata,
Y Olga en una repugnante cucaracha
Y se encuentran en las alcantarillas que las vieron nacer
Para seguir peleando.

Y desde luego Clausen, el danés inmigrante,
se ha ido al Otro Barrio
a montar sus Centrales Hidroeléctricas,
y pasa piola
Inmerecidamente, desde luego.
______________________________________

Dos halcones peregrinos, venidos del Capiro a Aquaral. la tarde de domingo 28 de octubre, 2012, cielo despejado y muy azul. Juana de Aquaral metida en su cuento maneja la crema Vogue y se tira por la borda. Foto de Carlos Enrique Ortiz.


El sol que dejó el huracán Sandy para Colombia. Foto de Carlos Enrique Ortiz.

LOS HUESOS DE MI PADRE

Serán éstos los 206 aristocráticos huesos de mi padre?
Todos completos, con su maxilar inferior, su frontal,
sus falangetas, su astrágalo,
su vómer, sus clavículas?
No se habrán confundido
en la Fosa Común
con los de un vagabundo
de esos que abundan en las calles de Lima,
y mueren sin un grito?  Cómo voy a confiar
en que sean éstos los huesos de mi querido padre,
don Octavio, Tachito,
si en la Fosa Común donde lo echaron
puede ocurrirle cualquier cosa
a los huesos de uno?
Su hermano, tío Reynaldo había jurado
encontrar a mi padre, y recorrió toda esta Lima a pie
durante un año, para hallar a mi padre, el poeta,
que se había perdido en la ciudad,
como suele ocurrirles a los ancianos y a los locos.
Todos los días salía, después del desayuno,
a buscar al hermano mayor,
a aquel poeta provinciano,
talentoso, desgraciado y perdido
por los barrios de Lima. Llevaba
una vieja foto de mi padre, amarillenta,
donde aparecía con su pelo ya blanco,
sus ojillos brillantes de inteligencia, sus mejillas fláccidas
labradas por años de inútiles batallas
contra lo que él llamaba su destino adverso
cuando se hallaba de un ánimo blasfemo,
dispuesto a enrostrarle a un Dios
                                 en el que no creía,
sus continuos fracasos.
                                         La boca grande, elocuente.
La frente alta y despejada. Con un terno marrón, creo,
a rayitas. Esa imagen debió corresponder
a una época feliz, tal vez la de Huaraz,
cuando estábamos todos juntos, mi hermana
mi madre y yo, mucho antes
del divorcio.
Reynaldo la mostraba
a la gente, los interrogaba venciendo
su enorme timidez: "¿Ha visto a este hombre?"
indesmayablemente a pie,
tío de a pie como un remoto soldado de una guerra perdida,
raso, humilde, cumplido,
indagando en los parques, en los hospitales,
en las estaciones de autobús,
en los mercados,
pues quería encontrarlo,
esa era la misión que se había impuesto
antes que la muerte se lo lleve.
Pero la muerte se llevó primero a tío Reynaldo
de un cáncer al estómago,
sin saber que mi padre lo había precedido en el último rumbo,
y no fue sino mucho más tarde que mi hermana
al fin encontró a mi padre
en una Fosa Común del cementerio de Miraflores
donde sus huesos misteriosamente habían venido a dar
porque nadie había reclamado su cadáver.
La muerte
que con callado pie todo lo iguala
lo había sorprendido en un asilo municipal
donde llevan a los locos que vagan por las calles de Lima
y había muerto, enloquecido y solo,
él, Octavio, Tachito, el poeta, el hermano mayor
que había nacido en cuna de oro.
Siempre pensé que moriría rodeado
como Maese Manrique
de sus hijos, hermanos y criados
reconciliado con su terco destino
y cesaría la angustia
la loca angustia que desorbitaba sus ojos
porque no quería morir como un fracasado
y su muerte le cerraría para siempre
las puertas de La Gloria.
No reposó un instante en vida
acechando a la suerte en todos los caminos,
en todos los concursos,
esperando un cambio del destino
un premio, algo definitivo
que sacase su nombre del anonimato
y le diese la paz. Ya no soñaba con el Premio Nobel,
si no con la publicación de sus poemas
que eran profundamente hermosos
y cada día más bellos
cuanto más desgraciada era su vida.
Se sentía en deuda
con nosotros sus hijos,
y los recuerdos de nuestra infancia feliz lo atormentaban
hasta hacerlo sangrar
como un patriarca loco que ha perdido
el paraíso inadvertidamente
por una mala mano en el tresillo
un mal consejo, o una debilidad de temple
inconfesable.
Entonces quería estar solo, huía
de la familia, se confundía
en Lima entre los vagabundos, le aterraba
y le atraía como un destino escrito
la mendicidad al final del camino. No aceptaba
el rol que todos querían para él:
el del abuelo sabio y respetado
que mora y aconseja en el hogar de su hija: prefirió
seguir en la batalla hasta el final,
irse a la calle
esperando un milagro.
Sus despojos
fueron a dar a la Fosa Común,
hasta que el proceso
de putrefacción termine, en cosa de tres años
y sus huesos, mondos, nos fueron entregados
en una caja de zapatos, con una etiqueta identificatoria.
Ahora reposan en el Cementerio el Ángel
en una de esas fúnebres bibliotecas de huesos
a pocos bloques de donde mi madre duerme su sueño eterno.
La muerte, piadosamente,
ha acercado los huesos de dos seres que la vida separó,
y sus nombres han vuelto a aproximarse
en el silencio de este Camposanto
como cuando se vieron por primera vez
y se amaron.
En ocasiones
mi hermana y yo llevamos flores,
a un sepulcro y el otro,
y todavía sufrimos por su amor desgraciado,
que sin embargo dio maravillosos frutos.

¨Ñ¨^*^¨Ñ¨^*^¨Ñ¨^*^¨Ñ¨^*^*^*^¨Ñ¨^*¨Ñ¨^*^¨¨ÑÑÑ^*^¨Ñ¨^*





RODOLFO HINOSTROZA
Poeta cósmico

Por Ghiovani Hinojosa
Fuente: La República, Lima 12/08/012
http://www.larepublica.pe/12-08-2012/poeta-cosmico


Es una de las voces más importantes de la generación del sesenta, y acaba de publicar Pararrayos de Dios. Crónicas de poetas (Tribal, 2012), una compilación de artículos sobre escritores peruanos como Juan Gonzalo Rose, Javier Heraud y Jorge Eduardo Eielson. Aquí una semblanza de sus primeros años de vida y de su afición misteriosa por los astros. Pocos recuerdan ahora que publicó uno de los tratados de astrología más consultados de la lengua castellana. O que cuando estuvo en Cuba, en los años sesenta, intentaron adiestrarlo en los quehaceres bizarros de las guerrillas marxistas. El poeta pasea ahora por su pasado con admirable lucidez.

 Rodolfo Hinostroza se convenció a los 14 años de que su padre no era un miserable. Estaba frente a un cofre viejo en su casa de Huaraz. Había descubierto, entre algunos libros amarillentos, una colección antigua de la revista Folklore. Su progenitor había publicado allí unos cuantos poemas indigenistas. El adolescente examinó el hallazgo con atención. Qué lindo escribía el viejo. El poema que más le gustó fue “Elegía a la muerte de la Engracia”, que, según supo después, fue escrito de un tirón. Se enteró, además, de que don Octavio Hinostroza era un dramaturgo elogiado por la prensa. Baste decir que elaboró el guión de una de las primeras películas peruanas, El Guapo del pueblo, en 1938. No era justa entonces la manera como se refería a él la familia de su madre: “el viejo vago de tu padre”, “el viejo inútil de tu padre”, “el viejo de porquería de tu padre”. Octavio y Gloria Clausen se habían separado cinco años atrás según parece debido a los celos enfermizos de él: ella era una hermosa jovencita de ascendencia danesa que atraía la mirada de cualquier hombre. Además, a ambos los separaban considerables 24 años. El pequeño Rodolfo, que se fue a vivir con su madre, oía en casa tantos insultos hacia su padre que terminó creyendo que él no era un buen ejemplo. Se avergonzó de su progenitor y del terno avejentado con que lo iba a visitar a veces. Prometió que de grande sería ingeniero o químico, pero nunca poeta como él. Pensaba como piensan todos los niños del mundo: evitar el dolor de quien los cría. Pero aquel día en Huaraz, con el redescubrimiento artístico de su padre, Rodolfo Hinostroza trazó el derrotero de su propia vida.

 En realidad, la poesía acechó la existencia de Rodolfo desde que nació, un buen día de octubre de 1941. Su madre, que disfrutaba del arte de pergeñar versos (ahora se entiende por qué se casó con Octavio), le escribió la siguiente ternura: Manzanita juguetona/ Travieso melocotón/ Azucena reventona/ Hombrecito! Corazón! En casa, el nicaragüense Rubén Darío ya era una deidad mayor, el “padre y maestro mágico” que orientaba a todos los fabricantes de frases memorables. El pequeño creció con los versos del modernista acariciándoles las orejas. Pero los primeros autores que Rodolfo leyó con plena consciencia fueron aquellos que le dio, años más tarde, Demetrio Quiroz-Malca, el segundo esposo de mamá Gloria. Quien en la práctica venía a ser su padrastro ganó el Premio Nacional de Poesía en 1955, así que sabía bastante del buen decir. Algunos de los libros que le recomendó devorar son La metamorfosis, de Franz Kafka; Bartleby, de Herman Melville; De qué vive el hombre, de León Tolstoi; y El extranjero, de Alberto Camus. El adolescente Hinostroza no solo devino en un lector compulsivo, sino también en un escritor fervoroso.

 Empezó a tantear sus primeros cuentos, que agrupó bajo el título lúgubre de Fosa común. Cuando le entregó con timidez este conjunto a Quiroz-Malca, su mentor se quedó gratamente impresionado de su prosa y especialmente del relato denominado “El noveno tranvía”. Le prometió al menor darle una copia de este cuento a su amigo Manuel Jesús Orbegozo, jefe del suplemento dominical del diario La Crónica. Y así lo hizo. El relato fue publicado el 29 de junio de 1958, con lo que empezó oficialmente la carrera literaria de ese chiquillo desgarbado y sensible que era Rodolfo. Tenía 17 años y estudiaba en el horario nocturno del colegio Nuestra Señora de Guadalupe. Por entonces pasaba buena parte del día oyendo zarzuelas y óperas en el tocadiscos de sus vecinos, los Tong, y volvía a casa, tras la escuela, a eso de las once de la noche. A esa hora encontraba a su madre tomándose un trago con Demetrio. Entonces, los tres se ponían a discutir acerca de algún autor o libro que todos habían leído. Normalmente había dos posiciones en pugna: la del padrastro y Rodolfo Hinostroza, y la de Gloria Clausen. La madre, en medio del fragor de la discusión, los acusaba de aliarse en su contra solo por ser varones. Y pasaba a tratarlos con ironía, con distancia, con sarcasmo hiriente. “Era una aguerrida Aries, no le gustaba perder y cuando se veía acorralada nos botaba de la casa, y terminábamos Demetrio y yo en algún bar de mala muerte chupando con cualquier parroquiano, a las 4:00 de la mañana”, escribiría Rodolfo años más tarde en sus memorias.

 Lo cierto es que tanto en esta bohemia tempranera como en la que vivió después con los poetas César Calvo y Juan Gonzalo Rose en la Universidad San Marcos, Hinostroza intentaba ahogar las penas que le generó la separación de sus padres. De hecho, a los 25 años empezó a ser psicoanalizado por  Max Hernández. Las sesiones de introspección, en las que según sus propias palabras “me restauraron el alma”, duraron unos siete años.

Del verso a la astrología

 –La poesía es hablar de tú a tú con Dios, dice Rodolfo Hinostroza acariciando el lomo de su gato Isis. Estamos en su departamento, en el undécimo piso de un edificio en Magdalena del Mar. El poeta tiene la voz extremadamente rasposa y fluctuante, como si su garganta se quejara de algo, como si quisiera alegar algo. Rodolfo está despanzurrado sobre su sofá, con las piernas volcadas hacia su mesita de noche. Tiene aire de transgresor, de sujeto que rompe las reglas y crea en compensación las suyas propias. Por ejemplo, en Contra natura, su segundo poemario (el primero es Consejero del lobo, publicado en 1965), abundan los poemas con figuras geométricas, signos matemáticos y señales astrológicas. Este libro obtuvo el premio Maldoror en Barcelona en 1970, con un jurado liderado por el mexicano Octavio Paz. “La poesía debe abarcarlo todo”, añade trayéndose al pecho a Isis. Para él la poesía es cualquier cosa que exuda belleza: un cuadro, un comportamiento, una frase. Le encanta, por eso, la manera irónica como el vate Jorge Eduardo Eielson ha denominado su propia producción en verso: “poesía escrita”.

¿Cuáles son esas otras poesías, las no escritas, en el caso de Rodolfo Hinostroza? Tal vez la principal sea la astrología, esa disciplina misteriosa encargada de estudiar la relación entre los astros y el devenir de las personas. Tanto la astrología como la poesía escrita tienen una inquietud motora: el amor. La una se afana en anticipar el tipo de romance que vendrá, mientras que la otra celebra o lamenta el flechazo recibido.

 Rodolfo descubrió la astrología un día de 1968, cuando se topó en los Campos Elíseos con una computadora gigante capaz de describir tu personalidad a partir de tu signo zodiacal y otros datos personales. Le fascinó tanto esta máquina que terminó investigando a fondo este tema y escribiendo el célebre tratado El sistema astrológico. Teoría y Práctica (1971), que vendió cerca de 120 mil ejemplares.

 El caso demuestra la naturaleza libérrima de Hinostroza. Por eso mismo tampoco le tocó los nervios la prédica comunista de la Cuba que visitó a mediados de los sesenta. La poesía social no le entraba ni con golpes. Lo suyo era moldear a pulso su propio cosmos poético, sin comprometerse con ideas políticas que lo condicionaran. En el proceso, extasiaba sus sentidos con lecturas desbordantes, comida celestial y harto trago. La ebriedad era, antes que nada, un estado de deslumbramiento. En el poema titulado “Al fatigado”, Rodolfo llega a decir: El que está sobrio y permanece fiel a sus medidas/ Contra el ocio y los sucesos feos como pinzas de cangrejo, / Hoy ha encontrado que no sabe nada. Su sinceridad lacerante, corrosiva, ha marcado el curso de su poesía. De él no se esperan largas cavilaciones, sino palabras ametralladas, casi vomitadas. De hecho, ha escrito algunos de sus mejores poemas de un tirón.

“Los bajos fondos”

 Estoy por el cuchillo. Yo, que me acostaba limpiamente, Que en las pequeñas tentativas Huía como el búho en el lomo del día, reconozco Finalmente la fuerza de mis inclinaciones. En la vecindad de la liturgia más simple La de las costumbres familiares Me sorprendo excitado y compito con los perros dobermanos En la furia de los desgarramientos.

 (Un templo un templo guarda todavía mis ropas de monaguillo y mis salmos de albahaca detenidos en las salutaciones. Guarda la vergüenza de la ropa sucia y del pecado de no llevar corbata. Y sobre todo guarda a un Cristo, ladrón con la derecha y también con la izquierda, dulcísimo robador de los sexos y de las alcancías.)

Vuelvo por el cuchillo.
Fragmento de la parte II del poema, del libro Consejero del Lobo (1965).

Una fotografía memorable de grandes poetas suramericanos: no recuerdo el primero a la izquierda, luego está la poeta argentina Olga Orozco (I.M.), Álvaro Mutis, el peruano Westpfallen (i.m.), el chileno Gonzalo Rojas (I.M.).