sábado, 17 de diciembre de 2016

Gerardo Deniz, que con su Prosa reunida, De marras, nos tiró al claustro. El castillo de la fuerza. Si es grande Mesoamérica.

                       
Gustavo Rojas

Un fragmento, un acoso con sus poemas y una mano que te corta la respiración. Este y todos los fragmentos de la poesía de Gerardo Deniz. El muy alquimista se preparaba su buena dosis de hermetismo con cinabrio, y barba blanca para no usar bufanda de bosalino, la canabis castillesta, moderada casi siempre por lo contrario de un barbero y una Josefina.

Uno entreva bahti y kris, polvazo a la protlanca, llevo azogue, la perdición de todos los científicos cocineros.

Gabriel del Casal


***

   “ Al declinar el día
ingresa en nuestro zaguán la cefálica cesta del pan dulce, asimismo,
y con múltiples parangones, remontaré la escalera brujesca,
        chorreando ahora
exquisitas lucibabas amarillento-zanahoria.
                                                                         ¡Tesis!
Salvo por cierta dicotomía alimentaria pronto incoada (muy deseable,
          empero),
mi vivir es característico de una deidad de Mesoamérica,
de esas apendejadas de gustos y cacao,
ni - menos – he presenciado todavía cómo los profesores
-Haro, Bracho, Aguiñaga el sinarquista-
pasan ruidosamente páginas de los códices.”

Fragmento de “Verano del 42”, extractado de Erdera, su antología reunida de poesía Fondo de Cultura Económica, México, 2005.
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((((((((((Premio Fragmento del churrunguis Tunguis a un Poema largo.))))))))





El poeta Gerardo Deniz, un anciano venerable, le dicen el camaján, que un día de estos nos dijo adiós después de sortear una profecía. Con sus 80 años, y el otro muriéndose de la risa, la de cambio de religión o bata.


Entrevista.

Gerardo Deniz: El monstruo de la alquimia lingüística.

Por Omar Alcántara Islas

(Fragmentos)



–¿Y a los 20 años ya leía en otras lenguas? 
–Yo a los dos años de haber nacido en España, estaba en Ginebra, Suiza; ahí estuve seis, cinco años, algo así… Y ahí fui a la escuela y aprendí el francés. Después ya vinimos a México y dejé olvidado el francés, pero luego lo rescaté. Ahora lo leo con soltura, aunque hablarlo ya no. Hace 66 años que no hablo francés. Y aquí en México, en un trabajo aburridísimo empecé a aprender a leer inglés. Como me di cuenta que eran necesarios para cualquier estudio científico el francés, el inglés y el alemán, pues insistí con el inglés, hasta [saberlo] como ahora: poder leerlo con soltura y no dar ni los buenos días hablado, porque nunca aprendí cómo se pronuncia. Del francés se me olvidó la pronunciación, pero la del inglés no la supe nunca. 

Unos años después estudié un año de alemán con una profesora. Fue la última vez que me enseñaron algo, porque ya llevaba mucho tiempo que todo lo que aprendía, lo aprendía yo por mi cuenta. Ella, naturalmente, se empeñaba en que yo le contestara en alemán, pero como no era para nada mi propósito, yo la escuchaba… A ella la entendía muy bien, a los demás alemanes no, pero a ella sí. Y cuando esperaba que le contestara algo, yo le decía “ Ja, jawohl” [“Sí, a la orden”] y todos contentos. Tomé así un año y ya pude leer mi química y mi biología y demás en alemán. 

Después de eso, en el 73, descubrí un autor francés, Georges Demeuzil, que se ocupa de mitología comparada y de lingüística caucásica y tal cual; y entonces se me prendió el foco lingüístico y así me puse a aprender sueco y danés, que se parecen mucho. Y yo solito también estudié ruso, pero era casi imposible obtener material en ruso que fuera de mi interés, porque yo quería unos libros sobre los pueblos de Siberia, y de Moscú me mandaban los discursos que pronunció Stalin en 1950. Entonces dejé al ruso irse pudriendo; ahora ya está podridísimo. 

Llegué a aprender bastante polaco porque tuve una temporada un amigo polaco, y como se parece mucho al ruso… Ahí se dio el caso chistoso de que, en una ocasión, entre mis papeles revueltos, encontré una fichita que tenía una preciosa frase en polaco, de la cual entendía yo tres palabras. “¿De dónde salió esto?”, me dije; entonces me acordé, la había escrito yo, pero ya se me había olvidado… [ ríe] Entonces me lancé a todo lo habido y por haber, sin pretensiones de agotar el asunto. Todavía me dura esa otra crisis, la lingüística. La paso muy a gusto leyendo una gramática albanesa o tibetana, o georgiana o tarasca, sin pretensiones de leerlo todo, ni de estudiar vocabulario, para nada, ¿para qué? Desde entonces me he divertido con el chino y el tibetano, o el indonesio y el sánscrito… Llegué a aprender bastante bien, leído, claro, el turco. Porque fue al principio como el sueco y el ruso: llevaba mucho impulso y pensaba que iba a conseguir algo… A conseguir algo de qué leer y qué estudiar. Pero cuando no fue así, estudié todos los idiomas del mundo, a medias, y sin pretensiones de nada.

–¿Cuál cree que haya sido la lengua en la que haya abrevado más? 
–Lo que más he leído en la vida, que a estas alturas ya debe ser tanto como el español, es el inglés, seguido rápidamente del francés. El alemán no me gusta nada. Lo aprendí sin mucha pretensión, porque la literatura alemana, con rarísimas excepciones –entiéndase algo de Goethe y Rilke– no es una cosa que me importe. Así que desde el momento en que pude empezar a leer mis revistas de química, ya lo dejé bastante. Después me ensanché leyendo distintas cosas de lingüística. Si me preguntas donde aprendí el poco esquimal que sé, pues fue en un libro alemán.

–¿Le importa que sean pocos sus lectores, a partir de la complejidad de sus versos? 
–Ah, no. Ya sólo me falta plantearme semejantes problemas. Escribo lo que me sale, y en fin.

–¿No le inquieta que a partir de su poesía se elabore todo un culto a su persona, ya no tanto a sus textos…? 
–Mientras no me molesten, que hagan lo que quieran [ríe]. Que hagan si quieren autos de fe con mis libros, o que hagan actos maravillosos de admiración, ni me viene ni me va.

–¿Quién es Gerardo Deniz, más allá de la poesía? 
–Un fracasado, que por estar en México no pudo dedicarse debidamente a lo que realmente le interesaba, que es la química y la biología. Y que se botó la puntada de ponerse un seudónimo, sobre todo para que diversas personas no se enteraran de que andaba haciendo esas cosas vergonzosas, de poemas y demás… Cosa que me fue útil: durante largos años sí me protegió bastante el no haber usado mi verdadero nombre. Nunca es que me propusiera cosas complicadísimas, sino sólo eso, evitar los comentarios de algunas personas que les iba a parecer raro, feo; o peor todavía, que me iban a pedir que les recitase algo, se iban a llevar el susto de sus vidas [Risas]. Deniz quiere decir “mar” en turco.

–¿Así que hubiera preferido ser un científico? 
– Yo sí, es en mí más auténtico. Lo malo es que no consigo creer en la reencarnación; si no, me quedaría algún consuelo. A pesar de ese hecho, deplorable, de que los que reencarnan no se acuerdan de su encarnación previa, hasta que se llega a la penúltima. Entonces sí: ve uno toda su estupidez como en una pantalla... pero es muy difícil la reencarnación. 

–Sobre la reencarnación, recordé un poema en Mansalva, en donde usted recurre al cuadro El juramento del juego de pelota, de Jacques-Louis David y dice que en una encarnación previa fue el hombre que está sentado a la orilla del cuadro, ajeno al regocijo de la Revolución Francesa…
–Yo salgo sentadito [en primer plano, a mano derecha], así mirando [ejemplifica la postura], diciendo: “¿Ahora que se traen?” No sabían lo que venía luego… [Deniz ríe. Quien mire este cuadro comprenderá un poco más el desinterés de Deniz hacia los excesos, y algo más: su sarcasmo].

***



David Huerta y Gerardo Deniz. México.


Tres poemas de Gerardo Deniz*

S’agapóo

Te me mueres de seria, cual chiquilla,
estoy convicto, amor, estoy confeso
de que, evitando algún desleal beso,
te acaricié el cariz de una orejilla,

donde una chispa de oro en seda brilla;
mas desde aquel dulcísimo suceso,
la aurícula, de escrúpulo y de peso
rojea y se enfurruña, la muy pilla.

Flor: di a Miguel Hernández que he olvidado
sus tercetos, con íntimo decoro
(supones) y te apartas de mi lado

a sestear en la Mezquita Azul
de Estambul, mientras yo mi culpa ignoro
—ay, corola del Cruzeiro do Sul.

Qué importa cómo seas si eres tú.

Palinodia del rojo

No cantes ésa, rojo, porque ya no se estila.
Sólo algunas pazguatas piden perdón por ti,
pero la mayoría te reciben serenas
y hacen bien. Saben oscuramente
que, si bien a unas cuantas das algún dolor,
en desquite haces a muchas más ardientes [confidencia de dos]
y pones una fascinadora inflexión
en los deleitosos alientos femeninos.
Jáctate mejor, rojo, de que fue el doppleriano
batocrómico corrimiento de las líneas espectrales
en conjunto hacia ti
lo primero que reveló la expansión del universo
(lo cual no es una cuestión de poca monta).
Piensa también, oh rojo, que si en ruso tu nombre
se funde con lo bello
(lo cual no es, por supuesto, lo que cree gente babosa)
es por algo —dímelo a mí, que vehemente acuso todavía
a la que siempre de rojo iba vestida
y cuyos ojos, oscuros teobromos deseados,
aún llevo en mis entrañas dibujados.
Para no ser prolijos, en fin, oh rojo contempla a tu poeta
confiando en que lo ayudes en su triangulación
de la topografía divinal de un blanquísimo Chaco,
ruega por nosotros los rojos y los verdes,
así como por algún Rangoni malhadado.


El perfecto agonoteta

Cuando la vanguardia de los corredores asomó en la distancia,
un inmenso clamor se alzó de la multitud
y creció aun más al ver cómo la Marratoncita iba alcanzando el primer lugar,
hasta cruzar, veloz pero serena,
la línea anaranjada de la meta.
Marratoncita giró 180º y anunció, sosegada —Victoria.

El viejo adivino etrusco
            se acercó a ella:
—Entre los varones que viven en el orbe,
escasamente una docena te merecemos. Por desgracia, todos
rebasamos los setenta, y hay que aguantarse.
Que te acompañe pues este agonoteta cántabro favorecido. [A éste:]
Conduce a Marratoncita al penthouse del templo, sudorosa pero sensata,
extiéndela a gusto y acéitale con la lengua todas sus divinas bisagras,
levántala entonces y sométela, horizontal, a la ducha fría;
cuando el coxis deje de saberle a sal,
hazla rodar sobre un gran secante verde, sin solución de continuidad
y échatela al plato.
     Deja a los persas alzar torres al silencio.


*Tomado del blog, Luvina foros.