Ozip Mandelstam, de regreso al presidio por el mismo delito, para 4 años de trabajos forzados en un Gulag de la Siberia.
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Sobre un poema de Osip
Mandelstam
.A Osip Mandelstam le costó la vida un
epigrama contra Stalin. José Manuel Prieto reconstruye ese terrible capítulo
del totalitarismo al presentar esta traducción, comentada verso por verso, de
la célebre sátira.
I
En 1996 el historiador Jean Meyer, que por aquel entonces daba los toques finales a su libro Rusia y sus imperios, me pidió que le tradujera del ruso un poema del poeta Osip Mandelstam (Varsovia, 1891-campo transitorio de Vtoraya Rechka, cerca de Vladivostok, 1938). La perestroika estaba todavía cerca y yo había recién publicado una traducción del Réquiem de Anna Ajmátova, uno de los más importantes poemas políticos del siglo XX. El poema que Jean Meyer quería incluir en su libro era el muy conocido “Epigrama contra Stalin”, que empieza con el verso: “Vivimos sin sentir el país a nuestros pies”. Como cualquiera que hubiera vivido en Rusia en aquellos años de fines de los ochenta y principios de los noventa yo conocía muy bien el poema y en más de una ocasión lo había recitado en voz alta, admirado por sus indudables cualidades formales, en particular el verso inicial: My zhibiom pod saboyu nie zhuya strani, palabras de una fuerza casi mágica. Del poema no existía ninguna versión en castellano y la versión en francés que aparecía en el recién publicado libro de Vitali Shentalinski, De los archivos literarios de la KGB, era tan pobre comparada con el bellísimo original ruso que de inmediato comencé a traducir una variante más satisfactoria en el margen de la página. En mi traducción improvisada busqué captar el encanto del poema y a la vez conservar la severa gravedad de sus versos. Trabajé varios días en una versión que Jean Meyer terminó incluyendo en su hoy día muy celebrado libro y que luego clavé sobre mi escritorio. El poema le había costado la vida a Mandelstam y escribirlo había sido un acto de increíble valentía, de arrojo, o más bien de integridad artística. Por años no he dejado de pensar en él, de leer todo lo referente a su creación y más que nada a la reacción terrible de su destinatario. Tan sólo una cosa no me dejaba en paz: a pesar de que lo había traducido con el mayor esmero y paciencia, no había quedado del todo satisfecho con el resultado. El poema no terminaba de cuajar en español, parecía una copia muy pálida del original tan bello y potente, como cincelado en ruso. Esto es porque a diferencia de la obra de un poeta como Joseph Brodsky, a quien también he traducido in extenso, la poesía de Osip Mandelstam es de una concentración asombrosa, poco discursiva. De ahí que me sea virtualmente imposible traducir de manera satisfactoria todas las sonoridades, la riqueza de muchas imágenes que no logran caer o encajar totalmente en la lengua de llegada, el castellano en este caso. En la operación se pierde el aura de significados y alusiones que rodea cada palabra en la versión original, absolutamente transparente para el lector en lengua rusa. Como si de todo un árbol sólo lográramos transplantar las ramas más gruesas y todo su follaje, verde y cambiante, quedara en el territorio de la otra lengua.
Estaba el hecho, además, de que el poema
es rimado, como casi toda la poesía rusa, pero escogí verterlo en verso libre
escarmentado por los fallidos intentos de tantos traductores que, con más buena
voluntad que pericia y con una idea a mi modo de ver equivocada sobre cómo
traducir poesía rimada, elaboran versiones que difícilmente funcionan en
castellano. En cualquier caso, terminé publicando aquella versión y recibí
muchos elogios. Pasaron los años, más de diez y no había vuelto a leer mi
versión del epigrama hasta fecha reciente, con vistas a incluirlo en una Antología
personal de la poesía rusa que estoy preparando. Tras una atenta
relectura no creí posible cambiar ninguna de las soluciones que en su momento
hallé para su traducción pero sí consideré pertinente añadirle unos comentarios
que buscan transmitir al lector ese halo de significado del que hablo más
arriba. He creído además importante y hasta necesario aportar una relación
detallada de las circunstancias históricas que rodearon su creación, algo
totalmente necesario dadas la personalidad de su creador, la naturaleza del
poema en cuestión y las terribles consecuencias que terminó acarreándole.
Una última cosa antes de pasar al poema
y a los comentarios: como ya dije, en Rusia se le conoce como el “Epigrama
contra Stalin”, un nombre que algunos consideran desacertado porque supone una
disminución de su importancia. Según algunos, este nombre se trató de una
maniobra de los amigos de Mandelstam (entre otros, Boris Pasternak) para
equipararlo a esas pequeñas piezas de ocasión que buscan zaherir, satirizar, y
que hallaron su máximo exponente en Marcial, el poeta latino del primer siglo
después de Cristo.
Descrito por un crítico como las dieciséis
líneas de una sentencia de muerte, es quizá el más importante poema político
del siglo XX, escrito por uno de sus más grandes poetas y contra el que fue,
bien podría afirmarse, el más cruel de sus tiranos.
II
EPIGRAMA CONTRA STALIN
Vivimos sin sentir el país a nuestros
pies,
nuestras palabras no se escuchan a diez
pasos.
La más breve de las pláticas
gravita, quejosa, al montañés del
Kremlin.
Sus dedos gruesos como gusanos,
grasientos,
y sus palabras como pesados martillos,
certeras.
Sus bigotes de cucaracha parecen reír
y relumbran las cañas de sus botas.
Entre una chusma de caciques de cuello
extrafino
él juega con los favores de estas
cuasipersonas.
Uno silba, otro maúlla, aquel gime, el
otro llora;
sólo él campea tonante y los tutea.
Como herraduras forja un decreto tras
otro:
A uno al bajo vientre, al otro en la
frente, al tercero en la ceja,
[al cuarto en el ojo.
[al cuarto en el ojo.
Toda ejecución es para él un festejo
que alegra su amplio pecho de oseta.
Noviembre de 1933
III
COMENTARIOS
Verso primero
Vivimos sin sentir el país a nuestros
pies,
(Мы живем, под собою не чуя страны,)
Este verso con que el poema comienza no
presenta mayor dificultad, en apariencia, que la de trasmitir con absoluta
claridad la idea de la vida azarosa de los ciudadanos, el peligro que se
respiraba en todo el país. La imagen, sin embargo, se ve amplificada por el
verbo que Mandelstam escoge para trasmitir esa sensación y que vertí al
castellano como “sentir”, pero que en el original es chuyat,
palabra que en su primera acepción arroja olfatear, ventear (para
los animales), y que alude a la percepción vaga y periférica de la fiera que
ventea al cazador, aporta esa dimensión cinegética. De ahí que la imagen que en
ruso proyecta todo el verso es de la de personas que flotan, la zozobra de una
existencia que ha perdido la referencia, el suelo debajo; trasmite una clara
sensación de urgencia y peligro, de claro acoso.
Verso segundo
nuestras palabras no se escuchan [no son
audibles]
/ a diez pasos.
/ a diez pasos.
(Наши речи за десять шагов не слышны,)
En
la Rusia soviética los ciudadanos han adquirido la costumbre de hablar en voz
baja por temor a los oídos ajenos, los padres evitan conversar sobre cualquier
tema delicado frente a sus hijos, los amantes temen ser escuchados; las
delaciones, como la misma que informará a las autoridades de la existencia del
epigrama, están a la orden del día. La costumbre es simple y llanamente salir a
la calle para tratar cualquier asunto, hasta los de escasa importancia. Cuando
Sir Isaiah Berlin visita a Anna Ajmátova en el Leningrado de la posguerra, al
comienzo mismo de la entrevista la poeta le señala el techo en señal de que
podrían estar escuchándolos. En Contra toda esperanza, las memorias
de Nadiezhda Mandelstam, viuda de Osip, el poeta cuenta cómo en cierta ocasión,
tras un viaje a provincia, encontró que en todo Moscú los teléfonos habían sido
cubiertos con almohadas porque se había corrido la voz de que servían como
terminales de escucha. Algo imposible, en realidad, para el desarrollo
tecnológico de la época, pero otras memorias, Avec Staline dans le
Kremlin, de Boris Bazhanov, ex secretario de Stalin que desertó en 1929,
cuentan cómo, dentro del Kremlin, Stalin había hecho instalar una pequeña
central personal que le permitía escuchar las conversaciones de los otros
líderes comunistas. Una tarde Bazhanov, que no sospechaba de la existencia de
aquella habitación, abrió la puerta equivocada y encontró a Stalin escuchando
absorto, con los audífonos puestos, alguna conversación entre los líderes del partido,
los contados que tenían el privilegio de vivir en el Kremlin. Esta visión
precipita la fuga de Bazhanov por la frontera con Irán, en 1929, a pie.
*Tomado del
blog LETRAS LIBRES.