25 de diciembre de 1949 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires - 26 de noviembre de 1992 en San Pablo.
ABISINIA EXIBAR*
Óleo moreno, alza los peces de las ollas.
El que camina sobre el agua, coge la liza en el desliz,
liza amorosa, riza los remolinos del calambre,
rasguña el anillo bañado en oro colomí.
El que lamina las ojotas
trenza al peinado anillo harapos de
gualdez dilapidada, des-
gasta piedras en el cruce, roza
para que le fustiguen al venable
dólar sus cantos numinosos.
Y trementina, de que las unta, fijas
tapices en el clavo de vidrio
donde la piedra ha hecho de estaca
limado relumbror plateado verme
estría de pez palo.
El mercader, Ojos de Lago Negro, tonsa la púa con un
moño,
anzuelos
rayan la licuación, fija la fila que limita.
Ricercare, ruir, rehuir engalanado de medusa
para reaparecer vestido de peltre al otro lado.
No es un cantor original, tiene hijas que le escarban
los
dientes con “verguitas”,
fístula magna sobre el carril del eco un cariocentro blando
-sobre el alba del forro, calcina las gorduras.
Los manatíes merca por anguilas,
se acuclillan de robe los italianos.
Blanca la paja, el torno de ébano triza el esmalte colonial,
monda verrugas el pie plano.
Patinan los sebos marinos
piltrafas de mohín, piolines
blandos y pendurados en el escote de cereza
ligustros con remordimientos de doncella
para blandir con el chirriar del pasaporte la sorpresa del
ébano
Tocadores de ancianas fumadoras de polvos impalpables
penetras del jubón tonsado hilo nocturno.
Rimmel cobrizo el perdulario picaflor
vende lo que no pesca en los estrechos resistibles.
Sombra de párpados, vela la higuera el rigor
aplastando contra la ceniza el techo corredizo,
pues no había piraguas que condujesen a la cima
o retrajesen el mercurio a un grado cero del alambre.
de cicatrices hunden el lomo del venado,
venable entorna las vidrieras que dan al fiord dominical
y le pregunta cuánto es.
A los polvos los guarda en un frasquito.
Guarda lo acumulado y lo que se disipa lo descuenta.
Vuelve con unas pipas a vaciar el altazor de peltre,
desenreda el crepé para jalar la caspa.
¡Abisinia Exibar! A los polvos
los guarda en un monedero.
¡Abisinia Exibar! Troncha el
pámpano el negro de un vergazo.
¡Abisinia Exibar! ¿Acaso no puedo cambiar de
marca?
¡………………! Los cubanos en barbas de
terciopelo azul
se parapetan tras el baobab
que no puede mosquearse y chilla
como un consejo.
Las coles, sus ocelos penetrantes
de gato.
Los guardiamarinas, bajo la
bandera de medusas.
Sin polvos, la boca se me hace un
pomo.
Fumo, exhalo, la encia glacé.
Granada, incendiada por los
blancos, zumba, rezumba
la sirena de leche agría en los
acorazados italianos.
¡Exibar! No secuestren mis polvos
que no voy a dormirme
y soñar con el negro de la adarga
enjuta y el sollozo
morado, ni en la recámara de
hurones
ni el filo de la bota barrosa y
pegoteada.
¿Acaso
no puedo cambiar de marca?
Libio, lumina las loas como jabas
Y los cetáceos arponeados
Arropa con lerdos ademanes,
Licúa lacar procesiones de
hormigas en la garganta
con la rotundez del arpa,
lira tañida en un viscoso
deslizar
eriza y jala, de la olla alza los
peces planos.
En el vértice de la caramañola,
hay un jaguar mirando un gato:
en el vuelto tapiz, un búfalo
despluma las ovejas
y el sueño plegado frunce la
perla.
En la almohada caída, el bufar
lame al simio,
caída es,
en el encaje empalagoso barro.
Si pulgas, en las heridas de las
plumas.
Ni parpadeo ni colirio, lo velado
rocía (o hace rosa).
Los dedos cremosos enardecen el
dildo de la soledad.
Lima y hurgan, purgan, riman
Líquenes líquidos con sostenes
sucios,
alcanfor con dolor, martillo y
boa.
Si se desliza en el lacar lunado
tiene la delicuescencia de los
trépidos
y la franela de los tapires
contra los árboles errantes,
eso que simulaba un bosque
era una piscina de sábanas
transparentes,
al zambullirse en el cristal
tajado.
Los polvos, los recupera
zambullido,
¡Abisinia Exibar! No hay nada
mejor en el mercado.
Los bocetos bicolores, con
madrigueras para ladillas,
rematan el picor del “hombre
drapeado”,
reman en contra de su aire.
¡Exibar! Pechos peludos, espejean
tras las botellas.
Uno entra y le pide al tabernero
un grifo.
Negros azules trocan sus
guajiros.
Aquél le tuerce el cuello al
cisne péltrico y un chorro de opalina
masculla las piernas secas como
obenques.
En las burbujas del oxigenador,
los polvos de la rubia.
La concha, polvos sulfurosos.
El alemán, y otro que acude la
superficie metalizada
para ver quién le pone el dedo en
el sombrero caracol.
Naufragan los carros de Nereidas,
y los matadores de atún
pintan hoyuelos almibarados al
dorso de los velámenes.
Velan al “pez gordo de las siete”.
El de la ocho viene servido con
pulpo.
Los nueve dedos –uno se lo ha
tronchado el manatí-
amaestran moscas de rayón en
discos de óxido.
Introspectiva, de Rauschenberger.
(La hiel, les ha venido de
Dinamarca.)
¡Abisinia Exibar! Salta las púa
sobre los médanos polvosos
y me faltan los polvos, quiero
saber, quién los ha cogido.
Los ha cogido por mí, cuando yo
alzaba todas las tapas.
Alza la veste el ruido de los
soldados.
Mensajeros, ¡sospecho de todos
los chasquis!
El lila no me favorece.
Se le ha dado por cogerlos, no
debió haberlo hecho.
Sin los polvos, soy un saurio
rosa en el Monumento a la Bandera
La patria tremola en la
inmolación de los mancebos
pero yo quiero saber quién ha
sido.
*Abisinia Exibar: Marca de polvos
usada por Lezama Lima.
***
De Borges: alguien dice que lo llevaba en la mano.
Y después de Abisinia Exibar... que ocurran los desmanes en la calle, y en el desnudo escritorio de voces horrísimas.
I
Algunas notas que formarán un poema en homenaje, a quién cambió la poesía latinoamericana, desde el Cono Sur, que es una estrella sin lugar a dudas creativa, y que decía en lo fundamental, anticorrosivo, que venía del barroco de Lezama Lima (Lexama), al Río de la Plata, Neobarroso, mejor lo diríamos nosotros, que si lo dijo poco le importó, aunque al final de su vida, entre emanaciones del ayahuasca, su salud daba un salto cualitativo a su enfermedad sin cura, y escribía incansablemente desde Sao Paulo, en donde el exilio del poeta argentino, remontó a su rechazo por la dictadura argentina, tan neonazi, tan forradita de formas de represión: Hay cadáveres.
II
Todos sus amigos poetas trataban de adherirse al maestro, que tenía otras preocupaciones como impulsar un Movimiento Gay, con relativa fuerza desde El sur: Roberto Echavarren, que hace poco, 2014, editó y prólogo, toda su poesía, y ensayos sobre su obra en La flauta Mágica, los editores de la revista y editorial Último Reino (Alambres y, Hule), Tierra Baldía (Austria-Hungría), Editorial Suramericana (Parque Lezama). A Tamara Kamenszain, Reynaldo Jimenez, Eduardo Milán, y otros. Y en Medusario, antología de la poesía Neobarroca, 1996.
III
Perlongher todo lo mete al barro, que podría ser una palabra del poeta cubano Severo Sarduy, y en ese barroso, navegarán los hundidos ojos de la razón. No le llega al cincho su sociológía, y su troskismo activo, dobla tu izquierda, a la metáfora rabiosa, rompiendo los hábitos de Góngora, que ni falo logró resumir, lo mismo Lezama que la tenía gorda, como se dicen para mosquear las expresiones eróticas con versos que salpicaban la boca, y excomulgaban. El uno apóstata, el otro con prostíbulos de meditación, victimas del cogito en el tóxico fetichista, por no decir sádica de Sade.
IV
Oye tu, marica de nacimiento, dadme tus códices, sacros, y cocidos secretos del velaje, de esos versos largos del Atlántico, cuando le aparece el etrusco de la Habana, y no te queda más que salir corriendo, no vaya a ser que se junten tres locas, y la Seguridad del Estado, de la contravención al juicio apocalíptico.
V
V
Este poema La gruta, del Parque Lezama es de un erotismo tomboy, de lo mejor de la poesía erótica latinoamericana. Kavafis va y viene, y por supuesto el gitano Don Hacha.
Por Gabriel Jaime Caro (Gajaka), por fuera de toda culpa. Ya estoy cansado de llevarla.
Por Gabriel Jaime Caro (Gajaka), por fuera de toda culpa. Ya estoy cansado de llevarla.