domingo, 21 de septiembre de 2014

Severo Sarduy y sus enormes epitafios escritos en décimas.


Aproximaciones a este ardid: del barroco cubano al estructuralismo francés.



"Soy una hoja en el árbol de Lezama". Heredero es también el que, en el relámpago de la lectura se apodera de esta soledad, hablando de Lezama.
García Marquez dijo: que era el mejor escritor de la lengua aunque el menos leído. "Escribir es pintar"*. (1937-1993).
Por
Gajakananda extramitico, más bien escoba varanda, 
antifalansterio, la cosa que uno imagina sacadas de una caleta de suerte y fuertes códices, a la entrada del jardín hermético de Shansuilanova, acabado constructivo en mi jardín vecino. 

^*(Notas sacadas del prólogo a su obra poética en Fondo de Cultura Económica, por Gustavo Guerrero).

EPITAFIOS DE SEVERO SARDUY.

I

Yace aquí, sordo y severo
quien suelas tantas usó
y de cadera abusó
por delantero y postrero.
Parco adagio -y agorero-
para inscribir en su tumba
-la osamenta se derrumba,
oro de joyas deshechas-:                                          
su nombre, y entre dos fechas,
“el muerto se fue de rumba”.

Severo Felipe Sarduy Aguilar, escritor cubano.
Camagüey, 25-02-1937;  París, 08-06-1993.
Cementerio de Thiais. París.

II

Aquí  reposa burlón,
ángel de la jiribilla,
el mago de la cuartilla
y hasta del más puro son.
Un trago de rón peleón,
un buen despojo, una misa
y un brindis seco y sin prisa
para aplacar a los dioses
ausentes, sino feroces:
¡Al que se murió de risa!

III

Volveré, pero no en vida,
que todo se despelleja
y el frío la cal aqueja
de los huesos. ¡Qué atrevida
la osamenta que convida
a su manera a danzar!
No la puedo contrariar:
la vida es un sueño fuerte
de una muerte hasta otra muerte,
y me apresto a despertar.




IV

A Rafael Rosado

Un epitafio discreto
pero burlón nos hermana
ante la nada cercana
que ya no tiene secreto
para nosotros. Decreto
de una deidad rezagada
que se vengó. Apolimada
quedarás, vuelta ceniza;
un coágulo por camisa:
muerta pero no olvidada.

V

Que remolona eres, muerte
para asestar tu castigo
_ aquí reposa un testigo-.
Asombra, y hasta divierte
verte laboriosa y verte
parca, desaparecer.
Al goce de obedecer,
a la vértebra jocosa
cerco de ceniza acosa:
ese es tu modo de ser.

VI

Feroz, como un latigazo
de podredumbre y andrajo,
el violento escupitajo
de la muerte. No hay abrazo
más fiel ni a más largo plazo.
Dos fechas como sudario
de estilo seco y sumario:
mi confesión anatema.
Joya, colofón y emblema
del barroco funerario.

VII

Que den guayaba con queso
y haya son en mi velorio,
que el protocolo mortuorio
se acorte y limite a eso.
Ni lamentos en exceso,
ni Bach; música ligera:
La Sonora Matancera.
Para gustos, los colores:
a mí no me pongan flores
si muero en la carretera.


1992



Severo Sarduy



miércoles, 3 de septiembre de 2014

Francisco de Quevedo, dos salmos de su libro Heráclito Cristiano.

Potencialmente están errados, los pasos infinitos, las amistades por parentesco, pero que he dicho, las soluciones media media en todo. Y hecho el proyecto inalcanzable de volver a encontrar el Castillo, pero bien ocupado. Robles en la puerta, suena a mensajería, gracias, el Norruigan no te basta.

Por pedido urgentísimo de tal escuela mística de La Habana, primero iría mi canto antes que enviarles estos dos sonetos, que en totalidad son 28 del más grande poeta barroco, digo grande, más que por sus menesteres y peligros, ha mantenido una obra exquisita desde su primer verso o primor.

Gajaka Extramitico




Francisco de Quevedo y Villegas

Salmo I

Un nuevo corazón, un hombre nuevo
ha menester, Señor, la ánima mía;
desnúdame de mí, que ser podría
que a tu piedad pagase lo que debo.

Dudosos pies por ciega noche llevo,
Que ya he llegado a aborrecer el día,
Y  temo que hallaré la muerte fría
Envuelta en (bien que dulce) mortal cebo.

Tu hacienda soy; tu imagen, Padre, he sido,
y, si no es tu interés en mí, no creo
que otra cosa defiende mi partido.

Haz que te pide verme cual me veo,
No lo que pido yo: pues de perdido,
Recato mi salud de mi deseo.

Salmo XIII

La indignación de Dios, airado tanto,
mi espíritu consume,
y es su piedad tan grande, que me llama
para que yo me ampare de su fuerza
contra su mismo brazo y poder santo.
Advierta el que presume
ofender a mi fama
que si Dios me castiga, que ÉL me esfuerza.
sus alabanzas canto;
y en tanto que su nombre acompañare
con mis humildes labios,
no temeré los fuertes ni los sabios
que el mundo contra mí de envidia armare.
Confieso que he ofendido
al Dios de los ejércitos de la suerte,
que en otro que Él no hallara la venganza
igual la recompensa con mi muerte;
pero, considerando que he nacido
su viva semejanza,
espero en su piedad cuando me acuerdo
que pierde Dios su parte si me pierdo.



Estatua de Francisco de Quevedo y Villegas.