Eduardo ESPINA, el poeta de Mozart, lo pudo haber idealizado Juana I, la enlagunada, o la
momia uruguaya expuesta ante culto inmortal del alma.
Por Gabriel Jaime Caro (Gajaka)
Un ser que
se te aparece o tu te apareces a él, así ha sido mi encuentro con el poeta
guacho, uruGUACHO, Uruguay guay guay. Todo en la más imperfecta fidelidad. Y es
que el diálogo con estos guachos siempre es de nunca acabar, se empingan (se
levantan desde la respiración del medio cuerpo) desde el Sur por la Oriental. Y
si toman mate no paran, un cambio de cerebro por mutaciones nos acerca. Ya
saben, Démeter y su mutación.
Y lleva (n)
su dedo gordo, tomado de uno de sus poemas, hasta la saciedad, y tu decides
chuparlo o clavarlo como en el calvario.
Eduardo (Eluard) Espina, Salto, Montevideo, 1954, para la comunicación informal, ha producido
tres libros de poesía fundamentalmente, diferentes el uno del otro, La caza Nupcial, El cutis Patrio y Mañana la
mente puede. De entre diez poemarios estos tres tienen nupcias, patria y
futuro. Lo recuerdo, eco, ardid, leyendo su poema más largo sobre el dedo gordo
del pie en el Festival de poesía en Medellín, como una novedad, un poeta
neobarroco en escena en la provincia antioqueña.
Alguien me
decía que los 4 grandes del neobarroco VIVOS son Kozer, Perlongher, Espina y
Batista. Para evadir culpas sin retroceso, marmóreo (el cuarto de Lezama, su
parque y su hipertelia).
Como
ensayista he leído La historia universal
del Uruguay, guauuu, dramático, un humor lingüístico limpio y sucio, en
donde lo indivisible cobra su cuota, la pérdida del otro, y la Montevideo
mágica con sus nuevas historias. La sobrenaturaleza acentuada en dádivas y estasis
para todo el mundo. Un placer si conexionado entre el caimán inexistente a
pocas leguas de allá y el pájaro camaleónico. Espina riega el vino al Río de la
plata, lo pinta con un rojo menos dogmático.
Nos presenta
Espina a un nuevo Julio Herrera y Reissig (“En
poco menos de diez años y aún moviéndose en el más estrepitoso y superficial
bazar art nouveau, creó una lírica
de sutil sensibilidad moderna, de impecable precisión lingüística", dijo
de él Angel Rama); que solo el modernismo codificó con algunos
maitenes, para más tarde 50 o 70 años lo descubrimos como el poeta neobarroco
más existencialista, inédito como una gárgola. Pilar de esta nueva cultura
poética. Murió a los 35 años.
No podemos
seguir diciendo que Mario Benedetti, el buenachón y soñador es el poeta clave
del Uruguay, aunque Serrat lo cante para la televisión. Y Subiela haga sus
obras maestras teniéndolo a él como ejemplo para las inexistencias. Espina
ahora logra sus poemas eróticos, ha estado hasta en Yemen con sus mujeres, la pureza
y el semen (claro que no todo es semen: semen y oficio como realización
espiritual, en su último libro, Mañana
la mente puede, en la extraña y dulce alfombra mágica que nos trae lo
deseado como predestinación. Espina en todo caso es un sultán.
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Poemas de Eduardo Espina
IN TAXIS, SIN TEXAS (*)
(Canta del país el aprendiz)
El efebo vence al chillido hechizado
por el aura oriunda; le dio por cantar
villancicos patrios cuando nada cree
que sea posible, se hinchó de paspar
la apariencia que compartiría aparte
del arte temido hasta por el alma tan
por sentir con la lluvia al descubierto.
Cuánta gota de la suya ganó desmayo
en la llanura por venir delante, con el
ojo amadejando a las lanas nupciales,
y por serlo del murciélago dan miedo.
Cuánto de todo ha sido insuficiente al
salir a la calle para encontrarse ¡solo!
Calla el rayo al caer, los murciélagos
callan llamando la atención del viento.
En el país vuelan ellos para las voces,
tocan las cuitas al tambor del pericón.
Anda que suenan, vihuelas y ukeleles,
y en medio, la fibra lisa del muchacho.
Canta que cantan, buen embutidor del
mate amargo en caso de que lo ceben
de Norte a Sur donde el sol se asoma.
Canta tu dato para el dedo sin palacio.
Canta muchacho para que mucho sea.
Quién lo diría, la jauría deja vestigios,
los hijos del pasajero eligen la lejanía.
A menos leguas de un país hasta otro,
la destreza del azar acerca al labriego,
hace que esto sea como ha sido recién.
El azur de la nación anuncia como un
ánima nace en sábado de menos a más,
y cada martes en manos de algo igual.
Pocos por una payada lo hallarán oral
de ser uruguayo porque su partida a la
pleamar del mapa llegó con una niñez.
De chico, recorría el país en persona y
quienes le perdieron las pisadas no lo
saben por existente en todas las razas
sanas pues según asegura la partida de
nacimiento y la sólida suerte del cielo,
había nacido con la persona que ya era.
Antes de ahora, cuando la nación suda
y la Osa sale a morir en pollera callada.
El país avisa de la belleza si aun es ella
llamando a la puerta cuando nadie abre.
¡Vaya chasqui vestido de viyelas, vaya
a dormir la siesta jugando a la rayuela!
Ah, esas cosas de los uruguayos dados
cada día al misterio de los teros, dados
a las achuras como yelmos cimarrones,
canes de caza para pensar al carpincho,
poniéndole a la cólera un bozal rabioso.
Yo, me pregunto, ¿y si lo fueran, digo,
también la tarde en que murió Artigas,
pues sin él, no me imagino a las plazas,
al mármol con su monumento a caballo?
¿Podría haber un lugar donde ya es hoy,
podría haber un país en el pensamiento?
Y esas plantas, ¿en qué tanto pensaron?
¿O piensan las palmeras morir primero?
Contra las preguntas que les perdonan
a las alamedas, me arrimo a las almas
para ser del organismo, y un poco tan
feliz de serlo: uruguayo, cuando ya no.
VEO VEO, ¿QUÉ VES?
(Veo vulvas)
Veo vulvas, de las que andan por ahí sin saber lo que hacen,
Vulvas de las que andan por ahí, veo, sin saber lo que dicen.
Vulvas, de las que nadie ha visto, porque había una persona
en medio, porque esa vez estaba lloviendo, porque la madre
estaba dormida mientras la duración tenia repercusiones, mi
mano entre tanto, con su piraña en las uñas añadía algo débil
como un goteo espeso con el cual alguno hizo dulce de leche.
Veo vulvas afeitadas, de las que no tienen pelos en mi lengua,
afeitadas para no sentirse solas hasta la saciedad del sinónimo
por no saber bien qué significa estar atareadas como pie plano.
Hay vulvas a las que nunca les dan una mano y son mancas en
la cama, hacen lo que les da la gana, todo a regañadientes, las
mismas que dejan caer en saco roto los pelos de algún orgullo.
Veo vulvas de julias, de sallys y susis, hasta de una tartamuda
en otro idioma. Veo la vulva de adriana. Una vez vi una vulva
voraz detrás de una ventana abierta: miraba como si lo supiera.
Vulvas involuntarias, como si funcionaran mal de esa manera,
cochinas, hinchadas, ninguna hincada, achatadas y rechazadas.
Otras veces vi una vulva con un yo tan grande que pensé seria
la de yolanda, pero era la de ¡lucy! diciendo “recuerda, soy yo,
estuviste en mi suave interior un día de lluvia, porque llovía y
llegué tarde, fue una tarde de esas para hacerse pasar por uno”.
No sé porqué, pero veo vulvas de silvias y son muchas silvias,
una de ellas, con una vulva que volvió una noche y yo, estaba.
A la vulva de sarah (tenía tres) la encontré detrás del desierto
de (Sahara), dijo que había estado con, Tristan Tzara, dada a
estar como era con la humanidad entera apenas sintiera pena.
Vulvas vi también de las que solas saben hablar por teléfono,
vulvas valientes y cobardes, vulvas incapaces de hacerle mal
a nadie, ninguna nacida en Pennsylvania (una lástima), vulvas
con óvulos y overol, algunas con olor violento, una con aroma
a emanación mortal tal como la mamá la había traído a la vida.
A una de esas vulvas la encontré en una matinée, mientras ella
estaba viendo El año pasado en Marienbad y yo también quise
verla, cuando aun el año no había pasado por mi pensamiento.
La vulva vista en plena visibilidad debería venir de Hiroshima,
olía a átomo, a algo que había pasado con mucha gente muerta.
Mil vulvas que nos esperan a la vuelta de la esquina si se diera
el caso, menos castas cada vez, vulvas pero no de Taras Bulba,
vulvas de tamaras y marías (¡cuántas marías hay en el mundo!,
¡hay más de las que pensaba!), de susan que nadie había usado
hasta entonces, de carolinas y de ya no me acuerdo de quiénes.
De catalinas y katherinas, a cual más uterina, de sues y vickis
en quimono, y la de victoria, ah, cantando siempre su nombre.
Otra vez vi la vulva de una madre que no era la mía, la vi y vi
vulvas de susis y sucias, de alicias y soledades, de anicetas sin
haber sabido quién les puso ese nombre, vulvas algo lóbregas,
veo vulvas hasta cuando duermo, rezo y respiro, cuando como,
cuando (también ahí veo) me pica la nariz o hablo por teléfono
a un número equivocado, las veo cuando tengo ganas y cuando
no porque no solo de vulvas vive el hombre, pero igual las veo
cuando llueve, cuando recién paró, cuando una mujer parió un
niño que no es mío, y si es una niña también veo la vulva suya,
cuando alguien me pide una dirección para llegar a su casa y no
sé dónde quedará esa calle, veo vulvas hasta cuando nos las veo.
De cármenes, de maites, de luisas, de elisas (veo la de Elisa vida
mía y me dan ganas de llorar de la nostalgia), de irenes y a la de
sully la imagino ajena dando ahora vueltas por algún barrio reo.
Vulvas, vulvas, vulvas, vulvas, vulvas, vulv… las veo ¡ahí van!
y con ellas, aquella que una vez tuvo frío, vulvas que no saben
hablar en voz baja y por eso nunca las invitan a ningún velorio.
He visto vulvas en coma esperando el punto final para zafarse,
he visto otras que venían a ser parte de la tradición, pero ahora,
veo vulvas pobres y ricas, nómadas y anónimas, largas y cortas,
negras y blancas, y a tantas vulvas obesas cuyo tamaño varía lo
mismo en invierno como en verano aunque habrá que verlas en
primavera, rodeadas de geranios y golondrinas, vulvas aladas y
perfumadas, volarían así a una definición diferente apenas una
fe las acompañe al año donde nacieron con una forma de alma
imitada por la cual la belleza hubiera pagado hasta una fortuna.
Vulvas con su traca traca, cargando un semen apuñalado por la
espalda, castigo les deberían dar por andar cargando lo que aun
sabe a suyo, la yapa del chiquetazo, cómo poder con eso, ni que
fueran traileras transportando oro en su convaco semirremolque.
Con vulvas así, no se puede, porque ponen en duda el camino a
Sodoma amagando con amar al primer postor de su desparramo.
Vulvas que al llegar a los veinte les cantaron las cuarenta, pues,
pasado el tiempo, todas las vulvas terminan siendo la misma, ni
una se salva, todas hacen camino al andar tan llenas de moscas,
de no me acuerdo bien qué pasó en el pecado la noche anterior.
Sudando en contra de la infelicidad salen al soleado universo a
vivir con esa estética hasta que pueden y dicen colorín colorado
esta historia ha terminado, arrepentidas de no saber lo que pasó.
Vulvas de las que nadie nunca ha visto, invisibles hasta que las
manos las hacen nacer al instinto en cada instante tan saludable.
Vulvas con sabor a ceviche, alegres pero con un gusto agrio (tal
vez en su vida pasada pasaron días en algún yogurt), de las que
fueron atrapadas in fraganti haciendo estragos en la entrada del
tren fantasma, en su Parque Rodó uruguayo ¡tan lleno de ellas!
mientras llegan como bueyes cargadas de ayes huidos del ayer.
Hay quienes dicen que las vulvas son buenas, hay alguien que
su vulva cambiaría por una nueva aunque viniera de muy lejos.
En alguna parte habría que hacerle a la vulva una estatua, a esa
usada en nombre de todas las otras, vivas y muertas aquí y allá.
Sudor, ozono pino, pipas, altramuces, garbanzos salados, zotal,
aura de la fotogenia y hasta estertores cumpliendo el papel del
mal tilingo al quitarse de encima cuchiflates y guarrindonguis
alaban la pelambre que la bordea para cumplir el papel de los
días acuartelados vistos desde muy cerca, olfateando culta la
circularidad de una verdad que si no fuera tan mal vista, bien
podría servir como ablación en la corazonada de tenerla todo
el tiempo cerca hasta que algo agobiada viniera a los minutos.
La vulva esa escribe en su libreta de apuntes algo que todavía
nadie sabe: “Las dificultades de mis tartamudeos tuvieron que
ver con la tendencia que tenían los personajes antes de venir a
mí”, pudiendo ser el personaje cualquiera que quisiera estar de
acuerdo con la visita al tarambana cuando salió al raje, porque
según una leyenda, el pabellón de baños del cuartel entraba en
actividad al mismo tiempo que de aquí en más la blanda vulva
se ponía facilonga, haciéndose la que no sabía nada pero sabía.
La vulva que le había hecho un chantaje al Viejo Vizcacha, la
misma que por pura casualidad descubrimos donde no las hay
hacía su aparición bajo las fibras del biguá y de la arboladura,
había cumplido con un plan abotonado, nadaba en la leche del
mar cuando la pena valía hacerlo por eso que todas las vulvas
hacen, salir a las superficies para respirar. Y para que las vean.
Salgo al mundo y, veo vulvas. Han venido a darme unas ideas.
(Canta del país el aprendiz)
El efebo vence al chillido hechizado
por el aura oriunda; le dio por cantar
villancicos patrios cuando nada cree
que sea posible, se hinchó de paspar
la apariencia que compartiría aparte
del arte temido hasta por el alma tan
por sentir con la lluvia al descubierto.
Cuánta gota de la suya ganó desmayo
en la llanura por venir delante, con el
ojo amadejando a las lanas nupciales,
y por serlo del murciélago dan miedo.
Cuánto de todo ha sido insuficiente al
salir a la calle para encontrarse ¡solo!
Calla el rayo al caer, los murciélagos
callan llamando la atención del viento.
En el país vuelan ellos para las voces,
tocan las cuitas al tambor del pericón.
Anda que suenan, vihuelas y ukeleles,
y en medio, la fibra lisa del muchacho.
Canta que cantan, buen embutidor del
mate amargo en caso de que lo ceben
de Norte a Sur donde el sol se asoma.
Canta tu dato para el dedo sin palacio.
Canta muchacho para que mucho sea.
Quién lo diría, la jauría deja vestigios,
los hijos del pasajero eligen la lejanía.
A menos leguas de un país hasta otro,
la destreza del azar acerca al labriego,
hace que esto sea como ha sido recién.
El azur de la nación anuncia como un
ánima nace en sábado de menos a más,
y cada martes en manos de algo igual.
Pocos por una payada lo hallarán oral
de ser uruguayo porque su partida a la
pleamar del mapa llegó con una niñez.
De chico, recorría el país en persona y
quienes le perdieron las pisadas no lo
saben por existente en todas las razas
sanas pues según asegura la partida de
nacimiento y la sólida suerte del cielo,
había nacido con la persona que ya era.
Antes de ahora, cuando la nación suda
y la Osa sale a morir en pollera callada.
El país avisa de la belleza si aun es ella
llamando a la puerta cuando nadie abre.
¡Vaya chasqui vestido de viyelas, vaya
a dormir la siesta jugando a la rayuela!
Ah, esas cosas de los uruguayos dados
cada día al misterio de los teros, dados
a las achuras como yelmos cimarrones,
canes de caza para pensar al carpincho,
poniéndole a la cólera un bozal rabioso.
Yo, me pregunto, ¿y si lo fueran, digo,
también la tarde en que murió Artigas,
pues sin él, no me imagino a las plazas,
al mármol con su monumento a caballo?
¿Podría haber un lugar donde ya es hoy,
podría haber un país en el pensamiento?
Y esas plantas, ¿en qué tanto pensaron?
¿O piensan las palmeras morir primero?
Contra las preguntas que les perdonan
a las alamedas, me arrimo a las almas
para ser del organismo, y un poco tan
feliz de serlo: uruguayo, cuando ya no.
VEO VEO, ¿QUÉ VES?
(Veo vulvas)
Veo vulvas, de las que andan por ahí sin saber lo que hacen,
Vulvas de las que andan por ahí, veo, sin saber lo que dicen.
Vulvas, de las que nadie ha visto, porque había una persona
en medio, porque esa vez estaba lloviendo, porque la madre
estaba dormida mientras la duración tenia repercusiones, mi
mano entre tanto, con su piraña en las uñas añadía algo débil
como un goteo espeso con el cual alguno hizo dulce de leche.
Veo vulvas afeitadas, de las que no tienen pelos en mi lengua,
afeitadas para no sentirse solas hasta la saciedad del sinónimo
por no saber bien qué significa estar atareadas como pie plano.
Hay vulvas a las que nunca les dan una mano y son mancas en
la cama, hacen lo que les da la gana, todo a regañadientes, las
mismas que dejan caer en saco roto los pelos de algún orgullo.
Veo vulvas de julias, de sallys y susis, hasta de una tartamuda
en otro idioma. Veo la vulva de adriana. Una vez vi una vulva
voraz detrás de una ventana abierta: miraba como si lo supiera.
Vulvas involuntarias, como si funcionaran mal de esa manera,
cochinas, hinchadas, ninguna hincada, achatadas y rechazadas.
Otras veces vi una vulva con un yo tan grande que pensé seria
la de yolanda, pero era la de ¡lucy! diciendo “recuerda, soy yo,
estuviste en mi suave interior un día de lluvia, porque llovía y
llegué tarde, fue una tarde de esas para hacerse pasar por uno”.
No sé porqué, pero veo vulvas de silvias y son muchas silvias,
una de ellas, con una vulva que volvió una noche y yo, estaba.
A la vulva de sarah (tenía tres) la encontré detrás del desierto
de (Sahara), dijo que había estado con, Tristan Tzara, dada a
estar como era con la humanidad entera apenas sintiera pena.
Vulvas vi también de las que solas saben hablar por teléfono,
vulvas valientes y cobardes, vulvas incapaces de hacerle mal
a nadie, ninguna nacida en Pennsylvania (una lástima), vulvas
con óvulos y overol, algunas con olor violento, una con aroma
a emanación mortal tal como la mamá la había traído a la vida.
A una de esas vulvas la encontré en una matinée, mientras ella
estaba viendo El año pasado en Marienbad y yo también quise
verla, cuando aun el año no había pasado por mi pensamiento.
La vulva vista en plena visibilidad debería venir de Hiroshima,
olía a átomo, a algo que había pasado con mucha gente muerta.
Mil vulvas que nos esperan a la vuelta de la esquina si se diera
el caso, menos castas cada vez, vulvas pero no de Taras Bulba,
vulvas de tamaras y marías (¡cuántas marías hay en el mundo!,
¡hay más de las que pensaba!), de susan que nadie había usado
hasta entonces, de carolinas y de ya no me acuerdo de quiénes.
De catalinas y katherinas, a cual más uterina, de sues y vickis
en quimono, y la de victoria, ah, cantando siempre su nombre.
Otra vez vi la vulva de una madre que no era la mía, la vi y vi
vulvas de susis y sucias, de alicias y soledades, de anicetas sin
haber sabido quién les puso ese nombre, vulvas algo lóbregas,
veo vulvas hasta cuando duermo, rezo y respiro, cuando como,
cuando (también ahí veo) me pica la nariz o hablo por teléfono
a un número equivocado, las veo cuando tengo ganas y cuando
no porque no solo de vulvas vive el hombre, pero igual las veo
cuando llueve, cuando recién paró, cuando una mujer parió un
niño que no es mío, y si es una niña también veo la vulva suya,
cuando alguien me pide una dirección para llegar a su casa y no
sé dónde quedará esa calle, veo vulvas hasta cuando nos las veo.
De cármenes, de maites, de luisas, de elisas (veo la de Elisa vida
mía y me dan ganas de llorar de la nostalgia), de irenes y a la de
sully la imagino ajena dando ahora vueltas por algún barrio reo.
Vulvas, vulvas, vulvas, vulvas, vulvas, vulv… las veo ¡ahí van!
y con ellas, aquella que una vez tuvo frío, vulvas que no saben
hablar en voz baja y por eso nunca las invitan a ningún velorio.
He visto vulvas en coma esperando el punto final para zafarse,
he visto otras que venían a ser parte de la tradición, pero ahora,
veo vulvas pobres y ricas, nómadas y anónimas, largas y cortas,
negras y blancas, y a tantas vulvas obesas cuyo tamaño varía lo
mismo en invierno como en verano aunque habrá que verlas en
primavera, rodeadas de geranios y golondrinas, vulvas aladas y
perfumadas, volarían así a una definición diferente apenas una
fe las acompañe al año donde nacieron con una forma de alma
imitada por la cual la belleza hubiera pagado hasta una fortuna.
Vulvas con su traca traca, cargando un semen apuñalado por la
espalda, castigo les deberían dar por andar cargando lo que aun
sabe a suyo, la yapa del chiquetazo, cómo poder con eso, ni que
fueran traileras transportando oro en su convaco semirremolque.
Con vulvas así, no se puede, porque ponen en duda el camino a
Sodoma amagando con amar al primer postor de su desparramo.
Vulvas que al llegar a los veinte les cantaron las cuarenta, pues,
pasado el tiempo, todas las vulvas terminan siendo la misma, ni
una se salva, todas hacen camino al andar tan llenas de moscas,
de no me acuerdo bien qué pasó en el pecado la noche anterior.
Sudando en contra de la infelicidad salen al soleado universo a
vivir con esa estética hasta que pueden y dicen colorín colorado
esta historia ha terminado, arrepentidas de no saber lo que pasó.
Vulvas de las que nadie nunca ha visto, invisibles hasta que las
manos las hacen nacer al instinto en cada instante tan saludable.
Vulvas con sabor a ceviche, alegres pero con un gusto agrio (tal
vez en su vida pasada pasaron días en algún yogurt), de las que
fueron atrapadas in fraganti haciendo estragos en la entrada del
tren fantasma, en su Parque Rodó uruguayo ¡tan lleno de ellas!
mientras llegan como bueyes cargadas de ayes huidos del ayer.
Hay quienes dicen que las vulvas son buenas, hay alguien que
su vulva cambiaría por una nueva aunque viniera de muy lejos.
En alguna parte habría que hacerle a la vulva una estatua, a esa
usada en nombre de todas las otras, vivas y muertas aquí y allá.
Sudor, ozono pino, pipas, altramuces, garbanzos salados, zotal,
aura de la fotogenia y hasta estertores cumpliendo el papel del
mal tilingo al quitarse de encima cuchiflates y guarrindonguis
alaban la pelambre que la bordea para cumplir el papel de los
días acuartelados vistos desde muy cerca, olfateando culta la
circularidad de una verdad que si no fuera tan mal vista, bien
podría servir como ablación en la corazonada de tenerla todo
el tiempo cerca hasta que algo agobiada viniera a los minutos.
La vulva esa escribe en su libreta de apuntes algo que todavía
nadie sabe: “Las dificultades de mis tartamudeos tuvieron que
ver con la tendencia que tenían los personajes antes de venir a
mí”, pudiendo ser el personaje cualquiera que quisiera estar de
acuerdo con la visita al tarambana cuando salió al raje, porque
según una leyenda, el pabellón de baños del cuartel entraba en
actividad al mismo tiempo que de aquí en más la blanda vulva
se ponía facilonga, haciéndose la que no sabía nada pero sabía.
La vulva que le había hecho un chantaje al Viejo Vizcacha, la
misma que por pura casualidad descubrimos donde no las hay
hacía su aparición bajo las fibras del biguá y de la arboladura,
había cumplido con un plan abotonado, nadaba en la leche del
mar cuando la pena valía hacerlo por eso que todas las vulvas
hacen, salir a las superficies para respirar. Y para que las vean.
Salgo al mundo y, veo vulvas. Han venido a darme unas ideas.
*^Dos poemas del libro recién publicado "Mañana la mente puede"
A manera de ensayo:
“Los versos que no llegaron”
En Herrera y Reissig el misterio no consiste sólo en
lo que podría haber hecho de no morir tan joven: se trata de hacia dónde iba
estéticamente", afirma el crítico y escritor uruguayo Eduardo Espina. En
diálogo con Montevideo Portal, Espina explica los motivos y alcances de su
libro "Herrera y Reissig: Prohibida la entrada a los uruguayos",
donde se analiza la obra del primer gran poeta del Uruguay.
Si bien no puede
afirmarse que Julio Herrera y Reissig (1875 - 1910) sea un poeta ignoto o
secreto en nuestro país, cierto es que dista mucho de ser un artista popular.
En el año del centenario de su muerte, tampoco se produjo la avalancha de
homenajes y reconocimientos que otros artistas han suscitado, (tal el caso de
Onetti el pasado año).
Sin embargo, una nueva
lectura y una auténtica justipreciación de la obra del gran poeta del siglo XX
uruguayo es una asignatura pendiente y necesaria. Así lo entiende Eduardo
Espina - poeta, ensayista y docente uruguayo radicado en EEUU- quien acaba de
publicar "Julio Herrera y Reissig: prohibida la entrada a los
uruguayos", obra que intenta desmarcar a Herrera de lo anecdótico y acercarse
al poeta desde una mirada "más moderna y no tan modernista".
Una mera coincidencia
El libro de Espina no
nace como un experimento oportunista para aprovechar el centenario del poeta.
Por el contrario, su origen data hace más de 20 años. Hacia 1988, Espina presentó
el proyecto a una editorial uruguaya, donde se le dijo "Herrera y Reissig
no le interesa a nadie ¿por qué no escribe un libro sobre Delmira Agustini o
Juana de Ibarbourou?".
A partir de esa
negativa, la obra cambió su formato, transformándose en "una serie de
artículos críticos que publiqué espaciadamente, a lo largo de las décadas de
1980 y 1990 en México y EEUU". Finalmente, en el año 2007 "un editor
mexicano dio con un artículo mío acerca del exotismo lingüístico en Herrera, y
me sugirió hacer un libro sobre él".
En ese momento, y a 20
años de su fallido intento editorial en nuestro país, Espina presentó un nuevo
libro acerca de Herrera y Reissig a la consideración de un editor uruguayo,
diferente al de la primera vez. "Vine a Montevideo y hablé con la gente de
Planeta, sello con el que ya había publicado un par de libros - La condición
Milli Vanilli e Historia Universal del Uruguay- y se mostraron interesados,
cosa que me sorprendió bastante, ya que significa un positivo cambio respecto a
lo que había ocurrido 20 años atrás", explica el docente.
La sorpresa de Espina
fue grande, ya que su libro no es una biografía -género que suele concitar
interés en los lectores- sino "una obra de análisis del lenguaje y la
poesía de Herrera". Afortunadamente "Planeta decidió publicarlo, pero
yo me retrasé por motivos ajenos a la obra, y en esa situación llegamos a
finales de 2009, ya sobre la efeméride del poeta, por una mera coincidencia de
tiempos", afirma.
Pese al positivo
cambio en el mercado editorial, que hoy le permite publicar su obra, Espina no
tiene la certeza de que el mismo responda a una revalorización de la figura de
Herrera y Reissig. "Algo cambió, aunque no lo puedo especificar bien qué
fue. Veremos si este cambió de valoración respecto a Herrera es permanente, o
bien es simple consecuencia de la efeméride centenaria. Porque recordemos que
el año pasado estaba toda la atención concitada sobre Juan Carlos Onetti y
Juana de Ibarbourou Este parece ser el año de Herrera", entiende el autor.
e personas y
personajes
En su obra, Espina insiste en la necesidad de tasar a Herrera por su literatura, desmarcándose del personaje que la prensa y la Academia urdieran a su alrededor. "Creo que la obra de Herrera y Reissig genera ciertas resistencia de lectura debido a la densidad de su lenguaje y a los desafíos que planeta al lector. Es lo mismo que se puede experimentar frente una pintura de Picasso, o al escuchar una pieza musical de Schonberg", explica Espina, recordando al punto que "la modernidad es eso, un desafío, un riesgo que corre el artista de quedar aislado. En el caso de Herrera, siempre se la ha dado prioridad al personaje, a la máscara de raro, de alguien que posa para una revista inyectándose morfina". Para Espina, "el oropel, lo exterior, es lo que atrajo a mucha gente en Herrera. Pero no sé cuánta gente en verdad leyó sus versos y fue capaz de notar que estaba frente a una extraordinaria ruptura en la poesía de lengua hispana", se pregunta.
En su obra, Espina insiste en la necesidad de tasar a Herrera por su literatura, desmarcándose del personaje que la prensa y la Academia urdieran a su alrededor. "Creo que la obra de Herrera y Reissig genera ciertas resistencia de lectura debido a la densidad de su lenguaje y a los desafíos que planeta al lector. Es lo mismo que se puede experimentar frente una pintura de Picasso, o al escuchar una pieza musical de Schonberg", explica Espina, recordando al punto que "la modernidad es eso, un desafío, un riesgo que corre el artista de quedar aislado. En el caso de Herrera, siempre se la ha dado prioridad al personaje, a la máscara de raro, de alguien que posa para una revista inyectándose morfina". Para Espina, "el oropel, lo exterior, es lo que atrajo a mucha gente en Herrera. Pero no sé cuánta gente en verdad leyó sus versos y fue capaz de notar que estaba frente a una extraordinaria ruptura en la poesía de lengua hispana", se pregunta.
A la hora de separar el grano de la paja, y considerar a Herrera y Reissig por los méritos de su obra, el autor considera de enorme relevancia " el redescubrimiento de la poesía de Herrera y Reissig por parte de los jóvenes, y no la de aquellos que siempre lo tuvieron un poco postergado, sin darle la importancia que realmente tiene en el contexto latinoamericano".
Sin embargo, Herrera
no sería del todo inocente de esa máscara de bohemia, provocación y dandismo
que hasta hoy está asociada a su biografía. Según el crítico, estas actitudes
de Herrera habrían sido "una forma de subsistencia ante el anonimato, la
ignorancia y la marginación" que el poeta podía padecer, aunque aclara que
dicha marginación "no fue total, porque hay que tener en cuenta que
Herrera aparecía de vez en cuando en la prensa y era una persona respetada. No
era un marginal, o un anacoreta que haya vivido toda su vida aislado y de
espaldas a la gente. Por más que el libro se llama "prohibida la entrada a
los uruguayos", como frase emblemática suya, lo cierto es que Reissig
recibía a menudo a una cantidad de poetas muy de segundo o tercer orden".
Esa relativa sociabilidad de Herrera marca una diferencia con artistas
misántropos "como el italiano D' Anunzzio- una persona que quisiera
marcharse a una montaña y no ver a nadie".
Interrogado acerca de
si la figura de Herrera y Reissig encaja en el estereotipo del "precursor
incomprendido", Espina reconoce al poeta como un vanguardista. "Puede
decirse que desde el extranjero, Herrera es visto como un faro, como alguien
que se adelantó a su época. Herrera no puede competir en cuanto a rareza con
otros poetas modernos, como Baudelaire, Rimbaud,. Byron, Shelley, cuyas vidas
son realmente dignas de Hollywood. En cambio, la vida de Herrera no creo que le
interese mucho a un director de cine, porque fue bastante rutinaria".
"Toda la
modernidad ha sido desubicarse, sentir que en la tierra natal no se existe, que
hay que hacerlo fuera", recuerda Espina a la hora de aquilatar el
inconformismo de Herrera. Subraya que el mismo afirmaba "Escribir para
París", por más que "no salió nunca de Montevideo más que para una
breve estadía en Buenos Aires. Los artistas contemporáneos a partir de 1910 son
verdaderos nómadas, una diáspora permanente, marcada por un rechazo de su
identidad original".
El autor señala que el poeta manifestó en más de una ocasión su voluntad de radicarse en España, donde podría haberse transformado en un artista español. Espina aventura una comparación con el caso del escritor estadounidense T.S Elliot, quien decidiera radicarse en Inglaterra u transformarse en un caballero británico. "En una ocasión, un viajero norteamericano lo reconoció, y le llamó la atención el hecho de que hablara y se condujera como un inglés. Elliot le respondió que, si bien había nacido en EEUU, en realidad era un ciudadano británico, a juzgar por su uso del idioma y los cócteles que bebía. "No es difícil imaginar a Herrera adoptando una actitud parecida", aventura el escritor.
El autor señala que el poeta manifestó en más de una ocasión su voluntad de radicarse en España, donde podría haberse transformado en un artista español. Espina aventura una comparación con el caso del escritor estadounidense T.S Elliot, quien decidiera radicarse en Inglaterra u transformarse en un caballero británico. "En una ocasión, un viajero norteamericano lo reconoció, y le llamó la atención el hecho de que hablara y se condujera como un inglés. Elliot le respondió que, si bien había nacido en EEUU, en realidad era un ciudadano británico, a juzgar por su uso del idioma y los cócteles que bebía. "No es difícil imaginar a Herrera adoptando una actitud parecida", aventura el escritor.
Cómo saber como
Adentrándose en las características fundamentales de la obra del poeta, Espina entiende que "lo que tenemos que ver en Herrera es cómo lo hizo", interrogante nada sencilla, dado que " Muere joven, pero no como otros artistas que pese a esa juventud ya tenían su obra bien definida".
"Por ejemplo, el
último poema que estaba escribiendo, 'Berceuse blanca', a mí no me parece tan
gran poema, sin embargo los anteriores, como La Torre de las Esfinges - que es
deslumbrante- hacen que uno se pregunte hacia dónde iba herrera: esa es la gran
pregunta", ya que "por un lado estaba escribiendo una poesía con un
lastre modernista muy fuerte, pero por otro lado, se adentraba en la vanguardia
absoluta".
"En Herrera y
Reissig el misterio no es sólo lo que podría haber hecho de no morir tan joven,
sino hacia dónde iba estéticamente", sostiene Espina. Es como si Picasso
se hubiera muerto joven, no tras esa vida larga llena de amantes que tuvo
(ríe). Uno imagina a Picasso pintando cuadros modernistas y cubistas y se
pregunta cuál es el verdadero". Similar sería el caso del poeta uruguayo.
"Cuál es en última instancia el verdadero herrera: ese sería el misterio.
¿El de estos poemas o sonetos donde se nota que todavía no se había podido
despegar completamente del modernismo, o el de otros poemas como la Torre de
las Esfinges, Desolación Absurda o La Vida, donde puede decirse que se adelantó
al Trilce de César Vallejo, o a Residencia en la tierra de Neruda. O aun más
lejos, la Masmédula de Oliverio Girondo. Herrera lo dinamitó todo",
concluye.
En nuestro país y
especialmente en algunos ámbitos -el deporte, el espectáculo y en ocasiones la
cultura- se cumple con rigor el proverbio según el cual "nadie es profeta
en su tierra", y es el éxito en el extranjero el que acarrea el
reconocimiento en el terruño natal.
Interrogado acerca de
sí ello podría ocurrir con Herrera y Reissig, Espina expresa su deseo de que
"ojalá que suceda", y para que así sea "una de las forma es que
lo descubran los jóvenes. Sería ideal que los programas de estudio lo
incluyeran, porque hoy sólo se estudia en las aulas uruguaya cuando algún
docente lo incluye por su propia voluntad e interés". Para el autor, la
poesía de Herrera y Reissig "no figura en los programas como debería: como
el poeta de avanzada por excelencia en Latinoamérica". De otorgarle ese merecido
sitial "la imagen de Herrera experimentaría una muy positiva
reconsideración".
A esa relectura apunta
el trabajo de Espina. Su libro no es una biografía sino un tratado sobre la
obra del poeta, "y pretende ayudar a una lectura de Herrera en otro
contexto, más moderno y no tan modernista". Contribuyendo a percibir y
comprender que "se trata de uno de los grandes genios que nuestra
literatura ha tenido, como Delmira Agustini, Onetti, Felisberto Hernández. En
ese parnaso -que no es tan pequeño- a Herrera hay que verlo como el primero.
Lo que vendrá
Profesor en la
Washington University de Saint Louis, y con más de 30 años de docencia a sus
espaldas, Espina considera la posibilidad de una jubilación para la que
"ganas no me faltan, plata sí", asegure risueño. Mientras tanto, y
pese a la distancia física con su país natal, trabaja en el rescate de algunas
figuras injustamente olvidadas de nuestra literatura.
"Estoy trabajando
en otro libro, que se llamará "Casi una literatura uruguaya",
referido a escritores sobre los que se ha escrito poco, pero han marcado
jalones importantes en nuestras letras", adelanta el Espina. En esa
ninguneada categoría encajaría casos como "el de Selva Márquez, poeta
surrealista, o Ariel Méndez, novelista excelente en muchos aspectos, que ha
caído en el olvido pero fue dos veces finalista del premio Seix Barral".
"Todos los
artículos que Herrera y Reissig publicó en la prensa, nunca fueron recogidos en
forma de libro. Tampoco hay una edición crítica del material que Delmira
Agustini publicara en los diarios montevideanos", señala el crítico, que
en sus trabajos futuros intentará "rescatar esos momentos de nuestra
literatura que fueron tan deslumbrantes como silenciosos".
Montevideo
Portal de Gerardo Carrasco
Foto: Juan Manuel López
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La mitad es
mucho menos*
(Solo el 50 por ciento de la patria)
Recuerda el cuerpo cada detenido idilio.
La prisa de probar las posibles palabras,
la nuca encanecida de quien prolonga en
preguntas la nube penúltima con alguien.
Y aun bajo los strómbolis de intromisión
cualquiera para el oro iría a la superficie,
escucha a quien pudiera hablarle de todo.
Lo demás fue lirio similar para parecerse,
pues el empeorado del lar ponía una flor
donde antes nació el tesón de los sonetos.
Antes, porque a hora de reír igual ocurre.
Y músculos, cuánto músculo de cultura.
(La gran gimnasia de música entretenida
acabo en la escarcha por copiar la mitad)
Traía entonces algunos acontecimientos.
De orlas laterales, de una larga gratitud.
Todo estaba para que el hoy se presente.
Su azur aclara la celada de los asesinos,
el tordo tarda en llegar a la dificultad, a
la gota de tal cuando tan agriada quiere.
El mérito de los sentimientos a merced
de la décima y la seda, la rosa salida al
sol sopla un poco oculta para parecerlo,
todo eso que después de saberse lo será.
Es un lépero en paralelo para él y luego.
Podría decir ya sí, que la vida yacía en
el viento acanalado: una respuesta a la
existencia, una suavidad que ve valvas.
Aquí el cuerpo tiene frío para ser feliz,
la compasión de Dios no es una burla.
Salvo el cielo, nunca ha sido constante.
En otro momento, la suposición por el
sabor obraría usual, acostumbrada: un
equilibrio que a nada culpa de su paso.
(Solo el 50 por ciento de la patria)
Recuerda el cuerpo cada detenido idilio.
La prisa de probar las posibles palabras,
la nuca encanecida de quien prolonga en
preguntas la nube penúltima con alguien.
Y aun bajo los strómbolis de intromisión
cualquiera para el oro iría a la superficie,
escucha a quien pudiera hablarle de todo.
Lo demás fue lirio similar para parecerse,
pues el empeorado del lar ponía una flor
donde antes nació el tesón de los sonetos.
Antes, porque a hora de reír igual ocurre.
Y músculos, cuánto músculo de cultura.
(La gran gimnasia de música entretenida
acabo en la escarcha por copiar la mitad)
Traía entonces algunos acontecimientos.
De orlas laterales, de una larga gratitud.
Todo estaba para que el hoy se presente.
Su azur aclara la celada de los asesinos,
el tordo tarda en llegar a la dificultad, a
la gota de tal cuando tan agriada quiere.
El mérito de los sentimientos a merced
de la décima y la seda, la rosa salida al
sol sopla un poco oculta para parecerlo,
todo eso que después de saberse lo será.
Es un lépero en paralelo para él y luego.
Podría decir ya sí, que la vida yacía en
el viento acanalado: una respuesta a la
existencia, una suavidad que ve valvas.
Aquí el cuerpo tiene frío para ser feliz,
la compasión de Dios no es una burla.
Salvo el cielo, nunca ha sido constante.
En otro momento, la suposición por el
sabor obraría usual, acostumbrada: un
equilibrio que a nada culpa de su paso.
* Poema del libro "El cutis patrio".