miércoles, 28 de marzo de 2018

La muerte de Stalin, una película para reírnos un poco, y sacar conclusiones radicales.





La muerte de Stalin de Armando Iannucci.

Cómo esta película me llega a petición de los desestalinistas, ya no quedan, al menos unos en la salita de cine. ¿Trajiste chocolatina de naranja? Un nuevo logo para la Internacional Socialista, el humor concluyente.

Gajaka Extrasmitico

Queda evidenciado, El hombre es un lobo para el hombre (Homo Hominis Lupus) (Thomas Hobbes), cómo lo máximo, la historia tiembla, la paradoja del arte, La Heroica de Beethoven.

Filme del escocés Armando Iannucci, que suena a propaganda anticomunista, versión gringa u hollywoodense, británica, y ya verán porqué. Pero amparada en los hechos históricos, no tiene asidero en las cuentas del devenir feliz. La crítica es demoledora como también son los hechos narrados.

Más que una crítica de cine, es una reflexión sin límites, antiamarillista o superindividualista. Una defensa India del rey, una catarsis evolucionista, incluida en la defensa para el ataque de los alfiles pintos. Ya veremos a otras camarillas haciendo su agosto con sus prisioneros, que hoy nos gritan ayuda a nuestras almas tanto. 

Si esto es Revisionismo, apague y vámonos. ¿Y qué es Revisionismo? A los interesados les tengo unos diccionarios del Pecus en casa. Volver mongólicos a los Mongólicos, y nos parece poco.

Estando en la proyección, IFC, los que no comprendíamos bien los chistes en inglés, a falta de un formato en ruso, comprendíamos otra cosa con la imagen, el verde opaco contra el colorido de sus hermosos templos ortodoxos. El desborde de un teatro en escena a modo de conclusión. Es con la música de Schostakovich piano concierto 2, Beethoven, Borodin.  
Stalin y su politburó aman esta música religiosamente, mientras se tortura en las purgas, inverosímil, las mismas del nazismo hitleriano, ah, y una mujer toca el concierto para piano, y con su arte y belleza, hace desmoronar al tirano con una nota justiciera: 
viejo cacreco, ojala te pudras en el infierno, por mi padre y hermano mandados a asesinar por ti. Pedazos de mierda corren por tu boca podrida (versión libre).



Cae Stalin, y no recibe atención médica sino 24 horas después, por culpa del jefe sanguinario de la policía secreta, Beria. Que se encarga de limpiar toda evidencia. La hija de Stalin, Svetlana, confesa y testiga de todo lo que hacía el buró burocrático, luego se exilia en USA en 1967. El hijo, un bobote grande, se parece a Alain Delón. Nos reímos de esta impotencia. Las máscaras de la corrupción y del desastre humano. La dialéctica de secarte el cerebro.

Cómo hacer caramelo de vainilla, pero solo para el dictador, y luego mandarlos a todos a fusilar para que no digan cómo, ni cuándo.
Lo sagrado y lo profano, lo que se come el destino, y con ese infarto, el stalinismo se viene abajo, y sus coprotagonistas bailan una milonga sangrienta, parecería que Nikita Jrushchov, interpretado por el actor de Brooklyn, el bombero, Steve Buscemi (Fargo), fuera el bueno de la película, y los otros un sainete total, sicóticos y corrompidos. Fratricidas. Humoristas cosacos. Jugando a un verdadero truco de un mago, El cine de todas las artes, para Lenin, la más importante. Patético autorretrato.

¿No se por qué no le va a gustar a Enrique Verástegui?, si la vierá, porqué Stalin, escuela o bloques socialistas y Neruda son la espada justiciera, para un latinoamericano. Si la izquierda nació con la revolución de octubre, la otra izquierda es anti revolución de octubre, después de la muerte de Lenín. Los troskistas, seguirán en su lucha permanente, aunque sea con el cambio de sexo. Muñecos para Marte.

Las comedias dramáticas es de lo más clásico en el cine, Fargo (más drama que comedia) entre otras descentralizadoras preguntas en el cine de autor de los Hermanos Coen. O Reservoir Dog. Robert Altman.

El orden del discurso en el teorema de Pitágoras, está resuelto con dos ejemplos, frente a un síndrome de decadencia que nos viene desde el siglo XVII, decía Michael Foucault.

Nadie creería en los años cincuentas, lo que hacía Beria, el agente secreto, el jefe de la policía secreta, la que tortura como la inquisición española. La antirusia. Las 12 tesis del Estado, que nunca ha llegado a ser, la que quería para la Unión Soviética, el fin de la dictadura, de vuelta al infierno de los zaristas, sus antiguos reyes. Si, estoy de acuerdo, no hay nada más horrible que la propaganda anticomunista, que se montó como negocio entre los firmantes de Yalta



El realismo socialista, a ritmo del director de orquesta. Todo este ejemplo de represión y masacre llegó a Cuba con la revolución. No hubo forma de apego emocional para que Cuba entrará a la desestalinización, al contrario el Che admiraba a Stalin y Beria. Había que meterles un palo por el culo a los disidentes homosexuales, y crear campos de concentración con métodos fascistas, y policías secretas, que hoy nos estremecen, La KGB.

Cae Beria, lo matan o lo fusilan, es lo que quiere el espectador insulso, bohemio, y el del shito! Shito! (callen las calenturas). Donde se mataba con gusto, ya que ellos hacían sus armas, impactante, como salen a salvarse los soldados jóvenes cuando se entra a matar. No va a ver una mejor película sobre Stalin, con verlo premeditando, la muerte de Trostky, ha sido suficiente, los Gulag, los campos de concentración que hoy son regalados para que siembren papas, la deshonra del futuro, con los millones de hombres asesinados, incluía la de los judíos, que participaban de algunas protestas. 

El  hambre de las repúblicas soviéticas, la discriminación y el olvido con la Cortina de hierro. Los países del kurdestan, sometidos, vueltos a un pasado de comer ratas para sobrevivir. La locura en los países de la Europa Central. El grito de la madre de las traiciones.


Stalin, Neruda y Alberti.


A manera de conclusión

Basada en la novela gráfica Le Mort de Staline, de Fabien Nury y Thienry Robin. Festival de cine de Toronto, 2017. También actúan, Olga Kurylenko, como la pianista, humor negro petrificado, el disco grabado para Stalin en exclusiva, Glazunov sinfonía #1. Encerrado allí, muerto en vida, el número dos de la Revolución bolchevicé, en su cuarto de palacio, como en un manicomio (edificio) pintado de verde opaco, Realismo Socialista descolorido, y dando las firmas para las purgas, mientras violaba a una niñita en el canapé, se sugiere en la imagen fundamentalista, para la mujer, repugnante.

***
Pasadas las nueve y media de la noche del 5 de marzo de 1953, Stalin, postrado en una especie de coma por una apoplejía en el salón de su dacha favorita, la de Kuntsevo, en los arrabales de Moscú, comenzó a boquear. “Tenía el rostro descolorido, sus rasgos eran irreconocibles. Literalmente se asfixió mientras nosotros estábamos allí mirando. Su agonía fue terrible…En el último momento, abrió los ojos. Fue una mirada espantosa, de locura o de rabia, y estaba llena de miedo a la muerte”De repente, el ritmo de su respiración cambió. Su mano izquierda se levantó. Una enfermera pensó que era como una despedidaParecía que señalaba hacia lo alto o que nos estaba amenazando a todos…Lo más probable es que sólo intentara agarrar el aire en busca de oxígeno. Luego, en el último momento, su espíritu, después de un último esfuerzo, se separó de su cuerpo”.
Así moría el poder supremo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el tirano  ateo que ungió su autoridad con el principio de legitimidad de los monarcas rusos destronados y con la adhesión fanática del nuevo hombre bolchevique. El Atila que sustentó su poder sobre el sacrificio de millones de inocentes: el zar rojo, como lo llama Simon Sebag Montefiore.
La palabra de Stalin llegó a estar revestida de la infalibilidad de los papas. Montefiore aporta el término ruso: Instantsiya, que se puede traducir por “la más alta instancia”. El historiador británico, experto en temas rusos, describe así la espantada de los jerarcas de la dacha de Kuntsevo, poco después la muerte del Vozhd (“El Líder”): “La Instantsiyahabía abandonado la casa. El coloso había desaparecido, dejando tras de sí tan sólo el bulto inútil de un anciano acostado en un diván en una villa suburbana carente por completo de belleza”.
El libro está escrito todo así, en una virtuosa mezcla de documentación pantagruélica y de prosa cinematográfica, muy plástica. No es una biografía de Stalin al uso, sino una, muy detallada, del último tercio de su vida: desde que se convierte de facto en el dictador del imperio ruso bolchevique. La Instanstiya explicaba todo: era la palabra de Stalin, en nada diferente a la palabra de Dios. De hecho, Stalin, listo como el hambre, aprendió que la transubstanciación podía serle utilísima. No en vano, fue seminarista. Cientos de miles de creyentes bolcheviques aceptaron el martirio porque la decisión venía de arriba. De muy arriba. De la más alta instancia.La narración empieza en torno a 1930, más o menos cuando Stalin terminó con los últimos residuos del trostkismo que podían amenazar su posición dominante en el Politburó. Montefiore maneja estupendamente las imágenes, por eso comienza con la recreación documental del suicidio de Nadia, la última esposa de Stalin. El pistoletazo que la primera dama se dio en el pecho es la metáfora de lo que era inminente: el Gran Terror que se llevó por delante a millones de rusos, bien mediante la aniquilación física o por la deportación, la esclavitud y el ostracismo.
Descrito en el prólogo como un “neurótico mercurial con el temperamento rígido y fogoso de un actor en tensión que se recrea en su propio drama”, un litsedei según Jrushchov, que en ruso significa algo así como poliédrico, Stalin se impuso como heredero de Lenin a toda la vieja guardia que había conquistado el poder en 1917 y la doblegó a su antojo, construyendo un régimen según el patrón ya afirmado por Lenin gracias a que “ningún ser vivo estuvo más capacitado que él para las intrigas conspiratorias, las claves teóricas, el dogmatismo sanguinario y la rigidez inhumana” del partido que había hecho Vladimir Ilich Uliánov a su imagen y semejanza.
Es decir: Stalin, cabe deducir, representó el triunfo absoluto del darwinismo en el singularísimo ecosistema bolchevique, único hasta entonces en la Historia de la Humanidad.
Además de un estudio al pormenor de la naturaleza del tirano, La corte del zar rojo es una pintura extraordinariamente realista de la cotidianidad de la vida en el Kremlin entre 1930 y 1953. Lo que muestra Sebag Montefiore es una corte medieval donde la toma de decisiones se va decantando progresivamente desde el Politburó hacia la mesa del comedor de la dacha de Kuntsevo: en un sistema controlado de forma omnímoda por el jefe, se hacen girar los resortes del poder mediante la proximidad a Stalin.


Biera o Vieria, da lo mismo con be pequeña o con be grande.
Sin embargo, esa cercanía implicaba los mismos riesgos que acercarse a un tigre en plena jungla tropical, puesto que si algo era Stalin, era desconfiado y receloso. Profundamente. Hasta el paroxismo. Estar muy cerca de él durante mucho tiempo a menudo tenía peores consecuencias que exponerse a campo abierto al fuego de ametralladora. Las características de sus purgas lo revelan: no quedó un sólo estamento de la Rusia soviética en pie, ni siquiera su familia política. Imaginativo como un literato o un poeta, no cesó jamás de ver fantasmas por todas partes, hasta el punto en que el Kremlin terminó siendo para él un gigantesco trono de sangre lleno de potenciales enemigos. Hecho de la madera genética de los cazadores de osos solitarios, nómada desde la adolescencia, no podía dormir en una cama y estaba acostumbrado a moverse de una a otra de sus innumerables y muy lujosas residencias dispersas entre Moscú, Crimea, Georgia, Armenia y Abjasia. Sólo sus cuatro hijos, los tres naturales y Artiom, el político, pudieron estar completamente seguros de que la hoz de la Parca no caería sobre ellos. Eso da cuenta perfectamente de la atmósfera delirante que empezó a respirarse en Moscú a partir del asesinato de Kirov y los posteriores juicios a Zinoviev y Kamenev.
“La gente era asesinada no por lo que había hecho, sino por lo que pudiera hacer. Era el carácter potencial de su traición lo que hacía que Stalin siguiera admirando el trabajo o incluso la personalidad de sus víctimas. Este círculo de desconfianza eterna era el hábitat natural del dictador. ¿Creía en la veracidad de todos los casos? Desde luego no de una manera jurídica, aquel político de corazón de piedra creía sólo en la santidad de su propia necesidad política, confundida a veces con la venganza personal”.
Que durante más de veinte años nadie, ningún jerarca relevante, juguetease siquiera con la idea de matar a este amante de la floricultura, experto hortelano y autodidacta feroz, da cuenta de la fascinación que su figura ejercía a su alrededor. El bolchevismo aparece en las páginas de este libro como una religión cuya mística era también medieval, carente por completo de margen para la duda: eso mismo era un indicio peligroso de defección.
Stalin, a ojos de quienes sufrían una persecución sin parangón en los siglos, estaba edificando un mundo nuevo según el testamento del gran patriarca Lenin: no podía equivocarse nunca, y todo lo que apuntase a error, vacilación o malicia por parte del “camarada Stalin” era una maquinación perversa urdida por los enemigos extranjeros de la Rusia soviética.

Stalin con Malenkov.
La muerte, como para Lenin, tenía una utilidad meramente política, pues servía para erradicar las malas hierbas. “De lo que se trataba era de limpiar de espías el país, peligrosamente rodeado de enemigos, con el fin de salvaguardar los grandes logros alcanzados antes de que estallara la guerra. Su familia fue una de tantas bajas. Veía en ella el sacrificio que él mismo había hecho como sumo pontífice del bolchevismo”. La desvinculación total con respecto de los propios sentimientos es otra de las herencias inconfundibles de Lenin: nada por encima del Partido. Ni la propia Humanidad.A pesar de ello, Stalin siempre fue georgiano, sus actos siempre estuvieron impregnados “por la tradición local de dogmatismo religioso, peleas sangrientas y bandolerismo romántico”. Eso no le impidió modular la construcción de la superpotencia soviética en base a un nacionalismo puramente ruso, pues para él, Rusia era “lo que cohesionaba” el gran imperio soviético, que no era más que la extensión histórica del imperio zarista. Aunque condenó toda su vida el “imperialismo” inherente al capitalismo, agradeció que los Romanov no dejaran pasar ninguno de los trescientos años largos que se mantuvieron en el trono de Rusia sin agrandar sus fronteras. Haría girar su política en Europa del Este sobre este potente pivote a partir de 1945.
Como exordio a las purgas internas de 1937, Stalin ensayó el exterminio masivo de los kulaks, una espantosa empresa que ya había emprendido Lenin en 1918. Stalin era consciente del atraso industrial y tecnológico de Rusia, y también del choque universal que se avecinaba. Entre 1930 y 1933 mató de hambre a media Ucrania. Literalmente, “entre cuatro y cinco millones de personas a, como máximo, diez millones, tragedia sin parangón en la Historia de la Humanidad, si exceptuamos el terror de los nazis y el de los maoístas”.
Fue el conocido como Holodomor. Esta masacre tenía por objeto reducir a la servidumbre (de la que habían salido, malamente, en 1860) a cualquier campesino que poseyera aunque fuese una mísera vaca y un pedazo de tierra. Se estableció la categoría del kulak como el más oneroso “enemigo del pueblo”; luego sería sustituida por los trostkistas, después por los saboteadores, más tarde por los alemanes, y al final por los judíos “sionistas pro-americanos”. Stalin siempre tendría a mano un enemigo del pueblo al que achacar los males derivados de la terrorífica compresión de voluntades, talentos y vidas humanas en pos de una modernización a machamartillo que colocase a la URSS al nivel de Estados Unidos, Alemania, Francia y Gran Bretaña.
Los trenes que atravesaban Ucrania cargados de cadáveres que había que enterrar o incinerar a mansalva se transformaron luego en tétricas comitivas de trabajadores, inspectores, administrativos, funcionarios de toda laya, comisarios, ingenieros, escritores, músicos, intelectuales y por supuesto, ministros, guardaespaldas, cocineros, e incluso las nanas de sus propios hijos. Desde la ejecución sumaria de Kamenev y Zinoviev, menos de un día después de ser condenados en un juicio escrito de principio a fin por el propio Stalin en la terraza de su dacha de Sochi como si fuera el guión de una película, la desconfianza disparatada del dictador provocaría una catástrofe humana que estremecería toda Rusia.
Desde el Kremlin hasta los astilleros de la última aldea costera de la URSS, se impusieron unos códigos de supervivencia general que el tiempo fue refinando: el silencio, la adulación, la desconfianza misantrópica y la invisibilidad civil de los ciudadanos fueron las únicas armas que garantizaban unos mínimos de estabilidad vital. Fomentó desde la cúspide un sistema moral que destruyó los lazos íntimos entre los individuos de una manera sólo vista anteriormente durante el Terror jacobino.
Por algo Robespierre fue siempre un referente para Lenin y Stalin: ninguna unidad política, y la familia puede ser considerada como la primera, podía estar por encima del ideal comunista. Se trataba de convertir a las personas en sospechosas entre sí, mediante la infiltración masiva en todos los centros de trabajo de agentes de los diversos cuerpos de seguridad y contrainteligencia, así como de la institucionalización de la denuncia y la delación. Los resultados fueron una debacle humana disparatada.

Stalin, lector empedernido de novelas francesas, aficionado a Zola y a Dostoyevski (aunque se lo tenía prohibido a los rusos por inapropiado) acabó convertido en un Atila absolutamente desquiciado por la guerra, que casi lo fulmina. Es en particular interesante leer el desenvolvimiento de la política en el Kremlin entre 1941 y 1945: lo ridículamente mal preparada que estaba Rusia para afrontar una lucha a muerte contra el otro totalitarismo que, como el suyo, pretendía reescribir el libro de la Humanidad, reseteándolo desde el comienzo.
Físicamente degradado tras la victoria sobre Hitler, era capaz de encantar en la distancia corta a quien, embelesado tras el halagado trato con el jefe, estaba condenado de antemano por él mismo a la más atroz de las muertes.En el libro se arrastran, como los personajes bufonescos de la corte de Pedro el Grande que el mismo Montefiore describe en su libro Los Romanov, personajes secundarios imprescindibles para entender la textura política, moral y emocional del estalinismo: MolotovVoroshilovKaganovichYagodaYezhovBeria, Jruschov y Zhdanev, los próceres a los que como a Macbeth ni siquiera el océano entero podría lavarles las manos de sangre. Cómplices necesarios de la muerte y destrucción de millones de personas, se dedicaron por 20 años a destruirse mutuamente mientras acompañaban al Vozhd en interminables comilones.
Era una banda de alcohólicos, violadores y pedófilos juramentados como templarios en la defensa de una fe que consideraban superior a todo. Naturalmente, infinitamente más valiosa que la vida humana: el bolchevismo, que les exigió para su alimentación, crecimiento y madurez todo lo que llevaban dentro como hombres y animales. Supieron cultivar la vanidad del dictador al tiempo que le sujetaban aterrorizados la corona de emperador, fascinados y cautivos por la autoridad innata que emanaba de su corpachón fornido de caucásico.
Stalin decía que el pueblo ruso no podía vivir sin un zar y él les dio lo que quizá Lenin no habría podido, aprovechándose justamente de la vereda abierta a martillazos por el maquiavelismo epiléptico del patriarca muerto convenientemente a la edad temprana en que pueden nacer los mitos. El holocausto desatado por esta corte de asesinos fanáticos que se arrogaron el derecho, desde el principio, la representación de abstracciones como pueblo o clase trabajadora, exprimiendo hasta más allá del límite su mortalidad, sólo podía sobrevivir justificándose a sí mismo y aposentando su enorme culo enrojecido por la sangre de sus víctimas en cuantas cabezas nucleares fuesen posible producir. Tan inmersos en el colosal vado de sangre, que si no hubieran podido avanzar más, regresar les hubiera resultado tan tedioso como seguir adelante.

*Tomado del blog NEGRATINTA.

19 comentarios:

  1. Francisco Loaiza P.28 de marzo de 2018, 7:21

    Le va a encantar a los mamertos, mejor dicho te van a matar.

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  2. Seguro que la pianista le dijo, bigotes de cucaracha.

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  3. Una decadencia en extrema, pobres de ellas, las mamacitas.

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  4. Viene la de Marx y Engels por un haitiano.

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  5. Esta locución fue creada por el comediógrafo latino Plauto (254-184 a. C.) en su obra Asinaria, donde dice:2​

    Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit

    Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro

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  6. El secretario del partido, que firmaba la pena de muerte con el ritmo de una pelicula de Chaplin

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  7. Stalin leía a Dostoievsky, y más sin embargo, no lo recomendaba a nadie. Prohibido.

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  8. ლავრენტი პავლეს ძე ბერია. Beria en georgiano.

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  9. Dos poemas de Esenin

    No me lamento, no llamo, no lloro…


    No me lamento, no llamo, no lloro,
    todo pasará como humo de manzanos blancos.
    Preso del oro del marchitamiento,
    Ya jamás seré joven.

    Ahora ya no vas a batir
    corazón, tocado por un frío.
    Y el país de percal de los abedules
    no me invitará para vagar descalzo.

    Ánimo de vagabundo, ya muy raramente
    avivarás la llama de los labios.
    Oh, mi perdida frescura,
    alboroto de los ojos, inundación de los sentidos.

    Ahora soy más avaro en deseos,
    ¿Vida mía? ¿O acaso me has soñado?
    Como si en resonante madrugada de abril
    hubiera galopado sobre un caballo rosa.

    Todos, todos en este mundo somos perecederos,
    sin ruido se derrama el cobre de los arces…
    Que sea bendito eternamente
    todo lo que llegó para florecer y morir.

    Versión de Olga Starovoitova y José Jiménez

    Ya nos vamos marchando poco a poco…
    Ya nos vamos marchando poco a poco
    al país donde hay calma y ventura.
    Quizá yo mismo dispondré muy pronto
    mi frágil equipaje para el viaje.

    ¡Queridas espesuras de abedules!
    ¡Tú, tierra! ¡Y vosotras, arenas de las llanuras!
    No consigo ocultar mi pesadumbre
    ante la infinidad de los que parten.

    He amado demasiado en este mundo
    todo lo que viste de carne el alma.
    ¡Paz a los álamos que extendiendo sus ramas
    miran temblando las aguas rosadas!

    Muchos pensamientos he madurado en la calma,
    muchas canciones compuse sobre mí.
    De haber vivido y respirado en esta
    desapacible tierra soy feliz.

    Soy feliz porque he besado mujeres,
    he arrancado flores, me revolqué en la hierba,
    y a los animales, hermanos menores,
    no he golpeado nunca en la cabeza.

    Sé que allí no florecen los bosques,
    no cimbrea el centeno de cuello de cisne.
    Por eso siempre me estremezco
    ante la infinidad de los que se van.

    Sé que en aquel país no brillarán
    los trigos como el oro en la niebla.
    Por eso quiero tanto a los hombres
    que viven conmigo en la tierra.

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  10. No os preocupéis, que mañana moriréis. El domingo de resurrección, les pongo la sinfonía # 2 de Malher.

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  11. El Kremlin prohíbe la exhibición de la película 'La muerte de Stalin' en los cines ruso.s

    No podrán ver la película en el cine. El Ministerio de Cultura de Rusia ha retirado el permiso de exhibición del filme satírico "La muerte de Stalin", tan sólo dos días antes de su estreno en el país. La obra, del director escocés Armando Ianucci, ha sido vetada por motivos ideológicos, ya que contiene material prohibido por la legislación rusa y está considerada como una "provocación planificada para crear revueltas en Rusia".

    "Sin duda, una película así no debería estar en las pantallas de nuestro país porque, en primer lugar, insulta a nuestros ciudadanos. Y no solamente a los que vivieron en esa época y cuyas figuras aparecen representadas en la película sino, incluso, a la población actual", declara Nadezhda Usmanova, Jefa del Departamento de Información de la Sociedad Histórica Militar de Rusia.

    La cinta franco-británica, protagonizada por Jeffrey Tambor y Steve Buscemi, se basa en la novela gráfica homónima en la que se narra cómo Joseph Stalin murió en 'extrañas circunstancias', en un periodo 'oscuro' de la Unión Soviética en el que desde el Kremlin se le temía por la política que llevaba a cabo.

    "El filme refleja lo que sucede hoy dentro del Kremlin, la lucha por el poder. Realmente refleja la lucha frenética por la supervivencia. Ahí es donde se mezclan la comedia y la paranoia que se pueden percibir actualmente", declara el director Armando Iannucci.

    El próximo 5 de marzo se cumplen 65 años de la muerte de Stalin, considerado por muchos rusos como la figura más relevante de la Historia.

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  12. Como asi, y de que película estamos hablando, no jodas con esas cosas, don Gajaka, con Putin no se juega.

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  13. Fue prohibida en Rusia, pero no en Serbia. Eso me hace pensar

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  14. Stalin murió de Castroenteritis, la misma enfermedad que padece Petro.

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  15. Gajakapucho, nadie es feliz en el Socialismo, ni los trostkistas o troskistas envalentonados, todos en la guerra permanente y sin nadita que decir.
    El comunismo que lo desean muchos, aparece sueco, noruego, pero no argentino. Cuba vate récord de supervivencia.
    No es perfecto tener cancha en la podredumbre, si dado el caso se llega allá, al poder central.
    Algo viste en el filme que a mi me llama la atención.
    Gracias
    Alfredo

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  16. I
    Armando Iannucci (Glasgow 1963) es un cineasta británico especializado en la sátira política. Ha conducido la serie de televisión inglesa The Thick of It, la americana Veep y el filme In the Loop (2009), este último sobre la Guerra de Irak. Ahora, basándose en una novela gráfica de los franceses Fabien Nury y Thierry Robin, acaba de realizar The Death of Stalin.

    Narrado en tono de comedia, el filme se basa en los hechos que acontecieron entre el primero de marzo de 1953, el día en que Stalin, supuestamente víctima de una hemorragia cerebral, fue encontrado, cubierto de orine, en el piso de su habitación en la dacha que ocupaba en las afueras de Moscú, pasando por los tres días que su cadáver estuvo en cama sin atención médica adecuada, su muerte ocurrida el cinco de marzo y anunciada al día siguiente, hasta sus funerales en la Plaza Roja el nueve del mismo mes. El guion trata de mantenerse fiel a la secuencia histórica de los hechos, con menores cambios cosméticos.

    No es la labor del crítico sugerir cómo debió haber sido desarrollado el argumento, sino analizar, comentar y criticar el producto al cual se enfrenta, pero… para un filme que tanto hincapié hace en legitimar la fidelidad a los hechos históricos en los cuales se basa, si bien parece cumplir con la letra falla completamente en cuanto al espíritu de los sucesos. The Death of Stalin es una película británica sobre un tema ruso que no da el ruso y parece mostrar unos peripatéticos políticos ingleses equivocadamente exiliados en tierra esteparia.

    Iannucci no pierde oportunidad de poner un subtítulo para indicar la fecha, el lugar o el nombre y la posición gubernamental de los personajes en juego. Por aquí desfilan, junto a Stalin, sus ministros Beria, Malenkov, Jruschev, Molotov y Bulganin en primer plano, con acompañamiento de Mikoyan, Kaganovic y Zhukov, así como sus hijos Vasili y Svetlana.

    Stalin dura poco en el filme y su personalidad es analizada a través de sus consecuencias y los efectos que tuvo en sus súbditos. Todos los personajes están caricaturizados, pero sucede que lo que resultan son caricaturas de caricaturas. Todos quedan en muecas esbozadas y a mi los chistes me parecieron pujados, con poca gracia, repetitivos, predecibles, inefectivos y sin ritmo. El slapstick no sale bien. Las relaciones entre los personajes parecen relaciones entre británicos, jamás entre rusos. Sé muy bien que el público no tiene por qué saber cómo se relacionan los rusos entre sí, particularmente durante la era soviética, ni hay que mandarlos a leerse las obras de Solzhenitisin o de Sholojov, o de Grossman antes de ver el filme, pero si el director, que sí debe saber lo que está haciendo, va a crear este circo que no responde a la realidad de la cual surge, mejor hubiera tomado como base un argumento en un país ficticio con personajes ficticios, con una historia inventada, o alguna combinación de ello.

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  17. II
    No me interesan los filmes en los cuales los actores fingen un acento para pasar por alguna nacionalidad. Le doy crédito a Iannucci por usar actores de varios orígenes y que sus acentos naturales se escuchen como una forma de mostrar las diferencias étnicas entre los ciudadanos y dirigentes de la antigua Unión Soviética (Stalin y Beria eran georgianos, Jruschev era ucraniano, Mikoyan era armenio, Molotov era ruso y Malenkov era ruso de origen turco). Eso funciona bien. Pero los manierismos de los actores, los diminutivos que usan, el sentido del humor, son completamente británicos. Quizá Iannucci no puede salirse del mundo de habla inglesa.

    La selección de actores es en algunos casos desacertada. Steve Buscemi es un actor muy limitado, todos sus personajes tienen que ser cínicos, burlones, vodevilescos. Sus mafiosos son personajes de comedia, parece incapaz de mucho más. Aquí como Nikita Jruschev, parece el payaso de un circo de pueblo. Igualmente, Jeffrey Tambor, como Malenkov, no está bien delineado como personaje y parece un cartón mal dibujado. Simon Russell Beale (My Cousin Rachel) un excelente actor shakespereano, está desperdiciado en un rol que no abandona el humor grotesco y exagerado. Es un bufón asesino. El personaje mejor definido es el de Molotov, personificando al hombre que antepuso al partido y al camarada Stalin por encima de sus sentimientos personales, un personaje trágico, pero Michael Palin, que es un excelente comediante, no lo sabe interpretar. No se atreve a hacerlo como los personajes que hacía cuando pertenecía a Monthy Python, y no le da ninguna dimensión dramática ni cómica.

    Es muy saludable utilizar a las figuras históricas, a los asesinos y a los dictadores, para convertirlos en personajes de comedia. Burlarse de ellos es justicia poética. Chaplin y su El Gran Dictador son el ejemplo más conocido, aunque no el único. Pero hay que tener cuidado con el tratamiento, sobre todo en casos que una vez fueron controversiales y admirados en Occidente, como es el caso de Stalin y más aún toda la canalla cohorte que le rodeaba y que después asumieron el poder continuando sus estragos. Este grupo solo se presenta como una partida de ineptos sicofantes bailando al son que tocaba Stalin, sin que ninguno pareciera un asesino de temer, sin embargo, todos lo eran. Les concede una ironía, una gentileza y un refinamiento que nunca poseyeron.

    Esos seres que vemos en la pantalla parecen incapaces de ejercer el poder de la manera criminal conque lo ejercieron, con su desprecio por sus congéneres y con el egoísmo rapaz con el cual depredaron varias naciones. Con un guion sin ritmo dramático, una fotografía ordinaria y unos chistes faltos de imaginación, The Death of Stalin falla en todos los niveles. Tiene momentos en que hay ciertas secuencias bien compuestas, pero su falta de armonía en la imagen hace que los efectos se pierdan. Hay personajes que se pierden sin excusa.

    The Death of Stalin (Gran Bretaña/Canadá/Francia/Bélgica, 2017). Dirección: Armando Iannucci. Guion: Armando Iannucci, David Schneider, Ian Martin y Peter Fellows, basados en la novela gráfica homónima, escrita por Fabien Nury y Thierry Robin. Director de fotografía: Zac Nicholson. Con: Steve Buscemi, Jeffrey Tambor, Simon Russell Beale, Michael Palin y Olga Kurylenko. De estreno limitado en la mayoría de las ciudades grandes de Estados Unidos.

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