jueves, 15 de marzo de 2018

Álvaro Mutis, el poeta colombiano de bajo perfil en las lecturas; de pronto te agarra con un fragmento inédito de Lope de Vega. Quién lo lea, no lo suelta.



Álvaro Mutis, celebrando su cumpleaños 75.



Álvaro Mutis Jaramillo* (1923-2013), al menos que estemos equivocados, es el mejor poeta de Colombia, después de Silva.
Impúdico, cada uno está contento en su jardín, si vuelve y juega, lo está permitido, no para garsonerías, holgazanear, ridículo tu; pues estamos con algunos poemas de Álvaro Mutis.

Por Jaime I, gay, de las catanias.

Me soplo al oído, Álvaro Mutis es colombiano, no británico. Ah, si, vaya a ver, que te coge con un Nocturno, te vota del páramo de Sumapaz, y dices, no, no me gusta, me gusta más León de Greiff.

Te intriga todo el tiempo en el paisaje, para ir a contarle a su rey, nada menos que un Felipe II, tridimensional. Pero si heredó a Quevedo y Villegas (un Felipe IV), enigmático, que contornas, que tiranos los primeros ministros, condes Duque de Olivares. Allí estamos pegados en la servilleta, entrepiernado con la Duquesa de Eboli, y el señor Antonio Pérez

Mutis viene del Siglo de Oro I, a descrestar como Kadaffi, su vernácula libertad. No posee miedos, ha estado todo el fin de semana con Luis Buñuel, El fantasma de la libertad, su amigo a carcajadas. Amigo de su profesor en la universidad, el poeta Eduardo Carranza.

Mutis como tipico viajero de barcos en ultramar, con su Maqcroll el Gaviero. Sus novelas que brotan de su poesíaMaestro de García Márquez,  vaya quijotada, lo inmortalizó dando toda la información sobre Bolívar que poseía al gabo, la grata travesía de un náufrago, el innombrable, Aracataca perdida en la selva casí caribeña, y nuestro Río Magdalena. Dos o tres matrimonios. Un hijo poeta. Amores mediterráneos, cocinas mejicanas, enemistades entre capitanes y tripulantes volatineros. Ilona llega con la lluvia.

Si los poemas de Los Elementos del desastre, no son la nueva poesía colombiana, quizás la mas barroca, transcrita por Lucas de Lucider, de Almudejar. Yo le perdono, quién soy yo aunque no me guste, para juzgarlo, aunque esté yo en mi torre de Juan Abad.

Lo persiguió la Interpol, hasta que lo encontró en México (su patria, su exilio) por corrupción en Colombia, cuando no era más que gastos que daba a las artes, escritores.  Estuvo en la cárcel de Lecumberri. Platica para el Gabo. Llegan Los trabajos perdidos, 1965, Caravansary, 1981, Crónica regia y alabanza del reino, 1985. 

Mientras tanto en Colombia toman a Álvaro Mutis Jaramillo como un poeta culterano monárquico burgués (pero no Burgués Pequeño pequeño; nada que tenga que ver con los toscos borbones, porque si fuera así (aunque tenga un poco de carlista), le quitaría el saludo que no tengo por simple gitano. Pero venimos de Cádiz (él pal Tolima), José Celestino Mutis, el científico; los otros poetas a Ocaña (José Eusebio Caro), Norte de Santander, vaya tuna en el cuajo. Que lo coronen poeta. Los poetas medio judíos a Antioquia.

No tuvo el honor de Guiovani Quessep, de ser condecorado, coronado, por el Congreso colombiano, al fin y al cabo, casi todos ellos, han sido unos don nadies. Vaya insistencia perfecta de este poeta, allá en el rancho grande, haya donde vivía. Pero, recibió el Cervantes. y otros premios de gran importancia en Poesía (El Reina Sofía)... Y aun así es de bajo perfil para nuestros poetas no lectores; que es como decir de un árbol, si, pero sin hojas. Ay ay ay, hay robles así.

*puse Jaramillo para buscar mi parentesco.

Un poema para comenzar que te deja frio en las goteras del estadio:


BALADA IMPRECATORIA CONTRA LOS LISTOS

Ahí pasan los listos. 
Siempre de prisa, alertas, husmeando
la más leve oportunidad de poner a prueba
sus talentos, sus mañas,
su destreza al parecer sin límites.
Vienen, van, se reúnen, discuten, parten.
Sonrientes regresan con renovadas fuerzas.
Piensan que han logrado convencer,
tornan a sonreír, nos ponen las manos
sobre los hombros, nos protegen, nos halagan,
despliegan diligentes su abanico de promesas
y de nuevo se esfuman como vinieron,
con su aura de inocencia satisfecha
que los denuncia a leguas.
Jamás aceptarán que a nadie persuadieron.
Porque cruzan por la vida
sin haber visto nada,
sin dudas ni perplejidades.
Su misma certeza los aniquila.
Pero, a su vez, también sus víctimas
suelen olvidarlos, confundirlos en la memoria
con otros listos, sus hermanos,
tan semejantes, tan de prisa siempre,
tratando de ocultar a todas luces
el exiguo torbellino que los alienta
a guisa de corazón.
Todo cuidado, toda prudencia,
de nada valen con ellos,
ni vienen a cuento.
Su efímera empresa, al final,
ningún daño logra hacernos.
Los listos, os lo aseguro, son inofensivos.
Es más, cuando me pregunto
adónde irán los listos cuando mueren,
me viene la sospecha de si el limbo
no fue creado también para acogerlos,
sosegarlos y permitirles rumiar,
por una eternidad prescrita desde lo alto,
la fútil madeja de su inocua cuquería.
Ignoremos a los listos y dejémoslos
transitar al margen de nuestros asuntos
y de nuestra natural compasión
a mejores fines destinada.
De los listos no habla el Sermón de la Montaña.
Esta advertencia del Señor debería bastarnos
.
Álvaro Mutis


Los poetas Álvaro Mutis, E.A.Westfallen, Matos Paoli, Olga Orozco, Gonzalo Rojas, en la Residencia de Madrid, 1991.

***
Alvaro Mutis Jaramillo

Selección de poemas, al azar, y con buen handicap, la pone en el caballo, en ese berrido en las bodegas de esclavos de Abisinia. 


Cada Poema

Cada poema un pájaro que huye
del sitio señalado por la plaga.
Cada poema un traje de la muerte
por las calles y plazas inundadas
en la cera letal de los vencidos.
Cada poema un paso hacia la muerte,
una falsa moneda de rescate,
un tiro al blanco en medio de la noche
horadando los puentes sobre el río,
cuyas dormidas aguas viajan
de la vieja ciudad hacia los campos
donde el día prepara sus hogueras.
Cada poema un tacto yerto
del que yace en la losa de las clínicas,
un ávido anzuelo que recorre
el limo blando de las sepulturas.
Cada poema un lento naufragio del deseo,
un crujir de los mátiles y jarcias
que sostienen el peso de la vida.
Cada poema un estruendo de lienzos que derrumban
sobre el rugir helado de las aguas
el albo aparejo del velamen.
Cada poema invadiendo y desgarrando
la amarga telaraña del hastío.
Cada poema nace de un ciego centinela
que grita al hondo hueco de la noche
el santo y seña de su desventura.
Agua de sueño, fuente de ceniza,
piedra porosa de los mataderos,
madera en sombra de las siemprevivas,
metal que dobla por los condenados,
aceite funeral de doble filo,
cotidiano sudario del poeta,
cada poema esparce sobre el mundo
el agrio cereal de la agonía.

Lied Marino

Vine a llamarte
a los acantilados.
Lancé tu nombre
y sólo el mar me respondió
desde la leche instantánea
y voraz de sus espumas.
Por el desorden recurrente
de las aguas cruza tu nombre
como un pez que se debate y huye
hacia la vasta lejanía.
Hacia un horizonte
de menta y sombra,
viaja tu nombre
rodando por el mar del vernao.
Con la noche que llega
regresan la soledad y su cortejo
de sueños funerales.

Un bel Morir
De pie en una barca detenida en medio del río
cuyas aguas pasan en lento remolino
de lodos y raíces,
el misionero bendice la familia del cacique.
Los frutos, las joyas de cristal, los animales, la selva,
reciben los breves signos de la bienaventuranza.
Cuando descienda la mano
habré muerto en mi alcoba
cuyas ventanas vibran al paso del tranvía
y el lechero acudirá en vano por sus botellas vacías.
Para entonces quedará bien poco de nuestra historia,
algunos retratos en desorden,
unas cartas guardadas no sé dónde,
lo dicho aquel día al desnudarte en el campo.
Todo irá desvaneciéndose en el olvido
y el grito de un mono,
el manar blancuzco de la savia
por la herida corteza del caucho,
el chapoteo de las aguas contra la quilla en viaje,
serán asunto más memorable que nuestros largos abrazos.


Obregón, Gabo y Mutis.

Como espadas en desorden

Mínimo homenaje a Stéphane Mallarmé

Como espadas en desorden


la luz recorre los campos.
Islas de sombra se desvanecen
e intentan, en vano, sobrevivir más lejos.
Allí, de nuevo, las alcanza el fulgor
del mediodía que ordena sus huestes
y establece sus dominios.
El hombre nada sabe de estos callados combates.
Su vocación de penumbra, su costumbre de olvido,
sus hábitos, en fin, y sus lacerias,
le niegan el goce de esa fiesta imprevista
que sucede por caprichoso designio
de quienes, en lo alto, lanzan los mudos dados
cuya cifra jamás conoceremos.
Los sabios, entretanto, predican la conformidad.
Sólo los dioses saben que esta virtud incierta
es otro vano intento de abolir el azar.


Tres imágenes

I

La noche del cuartel fría y señera
vigila a sus hijos prodigiosos.
La arena de los patios se arremolina
y desaparece en el fondo del cielo.
En su pieza el Capitán reza las oraciones
y olvida sus antiguas culpas,
mientras su perro orina
contra la tensa piel de los tambores.
En la sala de armas una golondrina vigila
insomne las aceitadas bayonetas.
Los viejos húsares resucitan para combatir
a la dorada langosta del día.
Una lluvia bienhechora refresca el rostro
del aterido centinela y hace su ronda.
El caracol de la guerra prosigue su arrullo
interminable.

II

Esta pieza de hotel donde ha dormido un
asesino, esta familia de acróbatas con una nube
azul en las pupilas,
este delicado aparato que fabrica gardenias,
esta oscura mariposa de torpe vuelo,
este rebaño de alces,
han viajado juntos mucho tiempo
y jamás han sido amigos.
Tal vez formen en el cortejo de un sueño
inconfesable
o sirvan para conjurar sobre mí
la tersa paz que deslíe los muertos.

III

Una gran flauta de piedra
señala el lugar de los sacrificios.
Entre dos mares tranquilos
una vasta y tierna vegetación de dioses
protege tu voz imponderable
que rompe cristales,
invade los estadios abandonados
y siembra la playa de eucaliptos.
Del polvo que levantan tus ejércitos
nacerá un ebrio planeta coronado de ortigas.

Sonata

Otra vez el tiempo te ha traído
al cerco de mis sueños funerales.
Tu piel, cierta humedad salina,
tus ojos asombrados de otros días,
con tu voz han venido, con tu pelo.
El tiempo, muchacha, que trabaja
como loba que entierra a sus cachorros
como óxido en las armas de caza,
como alga en la quilla del navío,
como lengua que lame la sal de los dormidos,
como el aire que sube de las minas,
como tren en la noche de los páramos.
De su opaco trabajo nos nutrimos
como pan de cristiano o rancia carne
que se enjuta en la fiebre de los ghettos
a la sombra del tiempo, amiga mía,
un agua mansa de acequia me devuelve
lo que guardo de ti para ayudarme
a llegar hasta el fin de cada día.



A UN RETRATO DE SU CATÓLICA MAJESTAD DON FELIPE II A LOS CUARENTA Y TRES AÑOS DE SU EDAD, PINTADO POR SÁNCHEZ COELLO
¿Por cuáles caminos ha llegado el tiempo
a trabajar en ese rostro tanta lejanía,
tanto apartado y cortés desdén, retenido
en el gesto de las manos, la derecha apoyada
en el brazo del sillón para dominar un signo
de impaciencia y la izquierda desgranando,
en pausado fervor, un rosario de cuentas ambarinas?
En el marfil cansado del augusto rostro
los ojos de un plúmbeo azul apenas miran ya
las cosas de este mundo. Son los mismos ojos
de sus abuelos lusitanos, retoños
del agostado tronco de la casa de Aviz:
andariegos, navegantes, lunáticos,
guerreros temerarios y especiosos defensores
de su frágil derecho a la corona de Portugal.
Son los ojos que intrigaron a los altivos
cortesanos del Emperador Segismundo
cuando el Infante Don Pedro, el de Alfarrobeira,
visitó Budapest de paso a Tierra Santa.
“Ojos que todo lo ven y todo lo ocultan”,
escribió el secretario felón, Antonio Pérez.
Pero no es en ellos donde aparece
con evidencia mayor la regia distancia
de Don Felipe, el abismo de suprema sencillez
cortesana que su alma ha sabido cavar
para preservarse del mundo. Es en su boca,
en la cincelada comisura de los labios,
en la impecable línea de la nariz
cuyas leves aletas presienten
el riesgo de todo ajeno contacto.
La barba rubia, peinada con esmero, enmarca
las mejillas donde la sangre ha huido.
Las cejas, de acicalado trazo femenino,
se alzan, la izquierda sobre todo, traicionando
un leve asombro ante el torpe desorden
y la fugaz necedad de las pasiones.
Los lutos sucesivos, la extensión de sus poderes,
el escrúpulo voraz de su conciencia,
la elegancia de sus maneras de gentilhombre,
su inclinación al secreto, fruto de su temprana
experiencia en la febril veleidad,
en la arisca altivez de sus gobernados,
quedan para siempre en este lienzo
que sólo un español pudo pintar
en comunión inefable con el más grande de sus reyes.





    TRILOGÍA

          2

    DEL CAMPO
Al paso de los ladrones nocturnos
oponen la invasión de grandes olas de temperatura.
Al golpe de las barcas en el muelle
la pavura de un lejano sonido de corneta.
A la tibia luz del mediodía que levanta vaho en los patios
el grito sonoro de las aves que se debaten en sus jaulas.
A la sombra acogedora de los cafetales
el murmullo de los anzuelos en el fondo del río turbulento.
Nada cambia esa serena batalla de los elementos mientras el tiempo
devora la carne de los hombres y los acerca miserablemente a la
muerte como bestias ebrias.
Si el río crece y arranca los árboles
y los hace viajar majestuosamente por su lomo,
si en el trapiche el fogonero copula con su mujer mientras la miel
borbotea como un oro vegetal y magnífico,
si con un gran alarido pueden los mineros
parar la carrera del viento,
si estas y tantas otras cosas suceden por encima de las palabras,
por encima de la pobre piel que cubre el poema,
si toda una vida puede sostenerse con tan vagos elementos,
¿qué afán nos empuja a decirlo, a gritarlo vanamente?
¿en dónde está el secreto de esta lucha estéril que nos agota y
lleva mansamente a la tumba?



Capitulaciones de la vida de la corte (Quevedo). Gabriel del Casal.

Cádiz
Para María Paz y Manolo

Después de tanto tiempo, vastas edades,
siglos, migraciones allí sorprendidas
frente al vocerío de las aguas sin límite
y asentadas en su espera
hasta confundirse con el polvo calcáreo,
hasta no dejar otra huella que sus muertos
vestidos con abigarrados ornamentos
de origen incierto, escarabajos egipcios,
pomos con ungüentos fenicios,
armas de la Hélade, coronas etruscas,
después de tales cosas, la piedra
ha venido a ser una presencia
de albas porosidades, laberintos minúsculos,
ruinas de minuciosa pequeñez,
de brevedad sin término,
y así las paredes, los patios, las murallas,
los más secretos rincones, el aire mismo
en su labrada transparencia también
horadado por el tiempo, la luz y sus criaturas.
Y llego a este lugar y sé que desde siempre
ha sido el centro intocado del que manan
mis sueños, la absorta savia
de mis más secretos territorios,
reinos que recorro, solitario destejedor
de sus misterios, señor de la luz que los devora,
herencia sobre la cual los hombres
no tienen ni la más leve noticia,
ni la menor parcela de dominio.
Y en el patio donde jugaron mis abuelos,
con su pozo modesto y sus altos muros
labrados como madréporas sin edad,
en la casa de la calle de Capuchinos
me ha sido revelada de nuevo y para siempre
la oculta cifra de mi nombre,
el secreto de mi sangre, la voz de los míos.
Yo nombro ahora este puerto que el sol
y la sal edificaron para ganarle al tiempo
una extensa porción de sus comarcas
y digo Cádiz para poner en regla mi vigilia
para que nada ni nadie intente en vano
desheredarme  una vez más de lo que sido
«el reino que estaba para mí».
       

EXILIO

Voz del exilio, voz de pozo cegado,
voz huérfana, gran voz que se levanta
como hierba furiosa o pezuña de bestia,
voz sorda del exilio,
hoy ha brotado como una espesa sangre
reclamando mansamente su lugar
en algún sitio del mundo.
Hoy ha llamado en mí
el griterío de las aves que pasan en verde algarabía
sobre los cafetales, sobre las ceremoniosas hojas del banano,
sobre las heladas espumas que bajan de los páramos,
golpeando y sonando
y arrastrando consigo la pulpa del café
y las densas flores de los cámbulos.

Hoy, algo se ha detenido dentro de mí,
un espeso remanso hace girar,
de pronto, lenta, dulcemente,
rescatados en la superficie agitada de sus aguas,
ciertos días, ciertas horas del pasado,
a los que se aferra furiosamente
la materia más secreta y eficaz de mi vida.
Flotan ahora como troncos de tierno balso,
en serena evidencia de fieles testigos
y a ellos me acojo en este largo presente de exilado.
En el café, en casa de amigos, tornan con dolor desteñido
Teruel, Jarama, Madrid, Irún, Somosierra, Valencia
y luego Persignan, Argelés, Dakar, Marsella.
A su rabia me uno a su miseria
y olvido así quién soy, de dónde vengo,
hasta cuando una noche
comienza el golpeteo de la lluvia
y corre el agua por las calles en silencio
y un olor húmedo y cierto
me regresa a las grandes noches del Tolima
en donde un vasto desorden de aguas
grita hasta el alba su vocerío vegetal;
su destronado poder, entre las ramas del sombrío,
chorrea aún en la mañana
acallando el borboteo espeso de la miel
en los pulidos calderos de cobre.

Y es entonces cuando peso mi exilio
y mido la irrescatable soledad de lo perdido
por lo que de anticipada muerte me corresponde
en cada hora, en cada día de ausencia
que lleno con asuntos y con seres
cuya extranjera condición me empuja
hacia la cal definitiva
de un sueño que roerá sus propias vestiduras,
hechas de una corteza de materias
desterradas por los años y el olvido.

    

Severo Sarduy/

NOCTURNO
Esta noche ha vuelto la lluvia sobre los cafetales.
Sobre las hojas de plátano,
sobre las altas ramas de los cámbulos,
ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima
que crece las acequias y comienza a henchir los ríos
que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales.
La lluvia sobre el cinc de los tejados
canta su presencia y me aleja del sueño
hasta dejarme en un crecer de las aguas sin sosiego,
en la noche fresquísima que chorrea
por entre la bóveda de los cafetos
y escurre por el enfermo tronco de los balsos gigantes.
Ahora, de repente, en mitad de la noche
ha regresado la lluvia sobre los cafetales
y entre el vocerío vegetal de las aguas
me llega la intacta materia de otros días
salvada del ajeno trabajo de los años.
   
 NOCTURNO


Respira la noche,
bate sus claros espacios,
sus criaturas en menudos ruidos,
en el crujido leve de las maderas,
se traicionan.
Renueva la noche
cierta semilla oculta
en la mina feroz que nos sostiene.
Con su leche letal
nos alimenta
una vida que se prolonga
más allá de todo matinal despertar
en las orillas del mundo.
La noche que respira
nuestro pausado aliento de vencidos
nos preserva y protege
«para más altos destinos».



9 comentarios:

  1. Ay no mijo, que delicia.

    ResponderEliminar
  2. Justo ahí vemos a Severo Sarduy, del que decía García Márquez, que era el mejor escritor de su tiempo, en París.

    ResponderEliminar
  3. El Nocturno, que comienza con Respira la noche, fue declarado como uno de los mejores poemas de la poesía colombiana. Justo en tu homenaje.

    ResponderEliminar
  4. Definitivamente el mejor. Hay algunas listAs por aquí muy interesantes.
    León de Greiff es mi segundo preferido.

    ResponderEliminar
  5. Una bobadilla para buscar mi parentesco:
    Jaime Jaramillo Escobar
    Darío Jaramillo Agudelo
    Álvaro Mutis Jaramillo
    Y el mio, Gabriel Jaime Caro Gallon Jaramillo.

    ResponderEliminar
  6. BALADA IMPRECATORIA CONTRA LOS LISTOS

    Ahí pasan los listos.
    Siempre de prisa, alertas, husmeando
    la más leve oportunidad de poner a prueba
    sus talentos, sus mañas,
    su destreza al parecer sin límites.
    Vienen, van, se reúnen, discuten, parten.
    Sonrientes regresan con renovadas fuerzas.
    Piensan que han logrado convencer,
    tornan a sonreír, nos ponen las manos
    sobre los hombros, nos protegen, nos halagan,
    despliegan diligentes su abanico de promesas
    y de nuevo se esfuman como vinieron,
    con su aura de inocencia satisfecha
    que los denuncia a leguas.
    Jamás aceptarán que a nadie persuadieron.
    Porque cruzan por la vida
    sin haber visto nada,
    sin dudas ni perplejidades.
    Su misma certeza los aniquila.
    Pero, a su vez, también sus víctimas
    suelen olvidarlos, confundirlos en la memoria
    con otros listos, sus hermanos,
    tan semejantes, tan de prisa siempre,
    tratando de ocultar a todas luces
    el exiguo torbellino que los alienta
    a guisa de corazón.
    Todo cuidado, toda prudencia,
    de nada valen con ellos,
    ni vienen a cuento.
    Su efímera empresa, al final,
    ningún daño logra hacernos.
    Los listos, os lo aseguro, son inofensivos.
    Es más, cuando me pregunto
    adónde irán los listos cuando mueren,
    me viene la sospecha de si el limbo
    no fue creado también para acogerlos,
    sosegarlos y permitirles rumiar,
    por una eternidad prescrita desde lo alto,
    la fútil madeja de su inocua cuquería.
    Ignoremos a los listos y dejémoslos
    transitar al margen de nuestros asuntos
    y de nuestra natural compasión
    a mejores fines destinada.
    De los listos no habla el Sermón de la Montaña.
    Esta advertencia del Señor debería bastarnos.

    Álvaro Mutis

    ResponderEliminar
  7. Westfallen y Mutis se parecen, en la foto.

    ResponderEliminar
  8. Si tiene cara de enano el Rey, le faltó en el poema a Mutis, con el "más grande los reyes". El rey de la inquisición, que se gastó toda su fortuna en la Santo Oficio por orden de su padre.
    Dicen, que mandaba leyes de protección a los indígenas, pero estás no se aplicaban, por muy poco que le interesaban, solo los juicios absurdos de herejía. Pensaría en quemar viva a Isabela, no cabe duda. Con esa derrota, la de la Armada Invi. perdimos todos los de la América indígena e indigesta continuar nuestra tradición a partir de estos hechos.

    ResponderEliminar
  9. Rómulo Gallegos II19 de marzo de 2018, 9:15

    Cada poema, es el mejor poema de la poesía colombiana, se acerca a Vallejo.
    Te la comiste chamo.

    ResponderEliminar

Gracias por los comentarios enviados con tu cuenta de Gmail, y por enviar textos para esta secta abierta de la pequeña Andrómeda con cebollas en el mundo celeste. Si no la tienes la puedes sacar inmediatamente. Textos pueden ser enviados a gajaka@hotmail.com. e hilario.aquiles@gmail.com