domingo, 29 de abril de 2012
"La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida"... 5 minutos de break.
sábado, 14 de abril de 2012
Poesía IV del curso del Neoberraco con las sagas en el naufragio.
Conocí después su revista "Escandalar" que publicaba allí asi como Comas y yo Realidad Aparte a tres cuadras de allí. Luego se fue para la calientíca Miami.


Uno no sabe cuándo es tentación de un daimón o simplemente la masturbada.
Yo diría que se hace y se inicia una trepada hacia la conciencia mejorando el sentido de la orientación contra las locuras juveniles.
La parte erótica va en competencia, si es corta hay arrepentimiento, pero si es larga con látigo por ejemplo, es buena para el daimón llámase daimón socrático.
La penetración en el hombre es diferente al de la mujer, pues el orgiástico de la mujer la protege del dolor, mientras en el hombre hay dolor ajeno, “pa comer” y pare de contar.
Así que la tentación no siempre es la de Cristo Jesús sino la consabida libertad del individuo. Pero si este individuo u individua son machistas nada se puede esperar, ni que lea este poema experimental concreto.
La tentación es pasión y en el amor fluye con parranda en los sitios ocultos. Templemos nuestro espíritu y demos rienda suelta a nuestra imaginación, así el daimón de cada uno o de la tribu arman la gorda en el paraíso.
Gajaka
Por supuesto, Aristóteles estaba equivocado. Sin embargo, la misma lógica parece asistir a san Agustín: al refutar argumentos teleológicos acerca del cuerpo humano, cuestiona la sabiduría de colocar los órganos de reproducción entre los de la defecación y la orina. “Nor wonder how I lost my Wits –diría el atormentado Swift–; Oh! Caelia, Caelia, Caelia shits.”
La anatomía humana, para esta mirada asqueada por las vísceras, no es tan perfecta como la antigua hipótesis de Estagirita. O como el bestiario, donde esa hipótesis sobrevivió durante siglos disfrazada no en la piel del cordero sino en el aliento de la pantera. El bestiario proponía implícitamente un modelo más aceptable del cuerpo, o sea un modelo perfecto. En sus páginas nos vemos a través del comportamiento de los animales, que a su vez son manifestaciones –señales, signos, jeroglíficos— de los designios de Dios. También nos entrevemos: esos animales revelan alegóricamente un dibujo anatómico de un cuerpo idealizado. El dogma, como en una radiografía infinitamente retocada por el asco, muestra un Frankenstein aristotélico que sin duda hubiera merecido la aprobación de san Agustín. Hay un pulmón para el oxígeno y otro aparte para el ácido. El bestiario es un zoológico infinito donde caben perfectamente separados el cielo y el infierno: una jaula enorme para la pantera y otra, pequeña, recóndita, enterrada, para el dragón.
A mediados del siglo XVII, al descubrir la circulación de la sangre y su fundamento: las partículas nitro-aéreas que un siglo después serían el oxígeno, William Harvey y John Mayow desmantelaron definitivamente esta anatomía utópica. Ya para esa fecha, aunque todavía algunos se empecinaban en describirla como paraíso y otros como infierno, América daba claros indicios de que en ella se habían encontrado y confundido la puro y lo podrido, el aliento de la pantera y el asqueroso aliento del dragón: la utopía era irrespirable.
Una sugestiva aunque minúscula versión de ese encuentro parece estar cifrada en una anécdota gastronómica del siglo XV. La iguana, una de las exquisiteces más codiciadas por el paladar de los indios, resultaba absolutamente repugnante a los primeros viajeros europeos. “comen cuantas culebras é lagartos é arañas é cuantos gusanos se hallan por el suelo –dice, por ejemplo, el doctor Chanca, que acompaña al Almirante en su segundo viaje–; ansi que me parece es mayor su bestialidad que de ninguna bestia del mundo.” Pero en la Española Bartolomé Colón fue persuadido a probar este extraño plato por Anacaona. Evidentemente eran estupendas la retórica y la receta de la mayor señora de la isla. Lo cuenta Pedro Mártir de Anglería y asegura que cuando los viajeros al fin lograron vencer su repugnancia al olor de la iguana cocinada la consideraron una incomparable delicia.
El olor mata pero el sabor vivifica. En la receta de Anacaona se reconcilian los opuestos del bestiario de Teobaldo: la iguana huele a dragón pero sabe a pantera. El saber se reduce a sabor.
Cabe recordar un hecho evidente: si bien la locura, y específicamente aquella desencadenada por la lectura de novelas caballerescas, es un tema fundamental en Cervantes, la psicología también – por consiguiente— es de decisivo interés. Examen de ingenios, de Juan Huarte de San Juan, uno de los importantes psicólogos de la época, aparece de perfil a lo largo del Quijote. A lo largo de la obra y a partir del título mismo: al fin y al cabo se tata del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Ingenioso pero también ingenuo: la relación con el ingenioso Odiseo, por ejemplo, es más bien de opuestos. EL Caballero de la Triste Figura le debe cuanto tiene de ingenioso a su ingenium, o sea al compuesto total que permite el conocimiento y que implica la inextricable función de cuerpo y mente.
A raíz de su publicación en 1575, la obra de Huarte de San Juan despertó una gran curiosidad no sólo en España sino en toda Europa. El examen de ingenio se hará en muchas parte y desde muy diversas aunque entonces imbricadas perspectivas. No sólo la psicología –o la psicolocogía, para jugar nosotros también con las palabras— sino la anatomía, la filosofía, la literatura. Por ejemplo, casi simultáneamente con Cervantes, lo hace Descartes. Aunque permaneció inédita hasta 1701, su Regulae ad directionem ingenii fue redactada antes de 1629. De hecho, el examen de ingenio representa una secularización del interés por la vida interior, la vida espiritual. Es cierto: se sigue practicando el examen de pecados, el examen de conciencia, reglamentado y popularizado por los Ejercicios de un san Ignacio hacia mediados del siglo XVI. Así en 1608 aparece la Introducción a la vida devota de san Francisco de Sales –traducida y publicada por Quevedo en 1634—, cuyos ejercicios para renovar el alma se apoyan en un examen de la misma: Examen del estado de nuestra alma para con Dios, Examen de nuestra alma para con nosotros mismos, Examen de nuestra alma para con nuestro prójimo... Pero los tiempos han cambiado. Descartes, que también busca el alma, lo hace para comprender la mente. ¿Acaso puede sorprender que hacia 1645 la descubriese en una pequeña glándula del cerebro, la glándula pineal? La mente sustituye al espíritu, la razón al alma, el filósofo y el loco al teólogo y al santo.
Los lectores de Cervantes se entregan a una aventura peligrosa: la lectura. La inmensa mayoría de ellos –de nosotros— se harán adoradores de un loco y uno que ha enloquecido precisamente por causa de la lectura. Leer puede ser un pecado, según el Índice; puede ser también una manía. Pero a través de ese acto que nos aparta de todas las actividades y nos sume en infinitas actuaciones surge, en apariencia de loco, el héroe moderno. La lectura enloquece al Quijote, es cierto. Pero la locura lo cura: resulta más noble que los nobles y más cuerdo, en lo profundo, que los cuerdos.
El Quijote, y antes el Entremés famoso de los romances, modelo de algunos de los primeros capítulos de la novela, son una lectura particular y una particularísima divulgación del tema de la pudrición. Una lectura de innegable y actualizada vigencia en nuestros días, como ha demostrado Manuel Puig.
En el Entremés famoso de los romances el labrador Bartolo enloquece leyendo romances y, como don Quijote, se lanza a las mil y una aventuras acompañado de un pobre escudero. Su Sancho se llamaba Bandurrio. A Bartolo lo agarran “al pie de unos altos montes”, lo llevan a casa, lo acuestan, para que “durmiendo amanse”. Mientras duerme el labrador se celebra la boda de los amantes Dorotea y Periquillo, quienes también han sido sorprendidosin fraganti en su aventura y a quienes también, como al loco, les tienen la cama hecha. Dos cosas: la cama no es un refugio ni remanso sino reclusión. Es una cama hecha: matrimonio y manicomio no son soluciones tanto como imposiciones. Además las alturas no son peligrosas unicamente para Ícaro. A Bartolo lo prenden “al pie de unos altos montes”; a Dorotea y Periquillo, “el desnudo y ella en faldas”, los sorprenden en la azotea. El final de la obra confirma el peligro de las alturas. Despierta Bartolo y se asoma, según la acotación, “por lo alto del tablado en camisa”. Su aparición en lo alto va a confundir y de echo a enloquecer a todos:
Bartolo. -------------Ardiéndose estaba Troya,----------------------torres, cimientos y almenas:----------------------que el fuego de amor a veces----------------------abrasa también las piedras.
Todos. --------------¡Fuego!, fuego!... ¡Fuego!, fuego!-----------------------------(Éntranse todos.)----------------------¡Fuego!, dan voces. ¡Fuego!, suena,----------------------Y sólo Paris dice: abrase a Elena.
Todos, ese personaje que somos todos, quedan contaminados por la locura. Bartolo los confunde: creen que anuncia un peligro y huyen gritando fuego. Pero terminan en las llaman del Romance de Troya; terminan abrasados, ellos también, en la fascinante hoguera de Bartolo: la locura. ¿No sucede algo parecido en el caso del Quijote? ¿No terminamos contaminados todos los lectores, personajes que página a página nos añadimos a la novela, por la locura del Quijote? ¿No quedamos hechizados por el loco? La lectura, la representación, no son exámenes de ingenios pero sí espejos de ingenios: los nuestros.
También enloquecen los personajes en El hospital de los podridos. Todos se pudren. Una pieza simpática pero a la vez sintomática: hay algo podrido en Dinamarca, decía un contemporáneo de Cervantes, pero en España todo se pudre.
Dice el Rector al comienzo de la obra:
---------------Era tanta la pudrición que había en este lugar, que corría gran peligro de engendrarse una peste, que muriera más gente que el año de las landras; y así han acordado en la república, por vía de buen gobierno de fundar un hospital para que se curen los heridos de esta enfermedad o pestilencia, y a mí me han hecho rector.
Al final el pobre Rector, podrido, es un recluso más. ¿Cómo sorprenderse? El número de pacientes en el hospital es exactamente el mismo que el número de ciudadanos de la república. El hospital de los podridos es una lectura tragicómica, lococuerda deLa república de Platón. ¿No dije que se trataba de una pieza simpática pero a la vez sintomática? España se hunde, se pudre. Pero los síntomas atañen a América y debemos señalarlo. Hacia la mitad de la pieza, dice Leiva: “¡Los podridos que se van desmoronando! Y, si no se pone remedio, en pocos días se multiplicarán tanto, que sea menester que haya otro nuevo mundo, donde habiten.”
El Nuevo Mundo, aquí, nada tiene de utopía. Hospital, manicomio, basurero... Que haya un nuevo mundo, otro nuevo mundo, para podrirlo, para podridos. Un mercado para marcados. Nuevo pero podrido, el mundo ya descubierto –y aun otro nuevo mundo por descubrir– está asociado a la aventura y la navegación, sí, pero también a la desventura y la enfermedad. Un hecho dramático que corrobora este diagnóstico: siglos después, en 1980, Cuba exporta una cantidad de locos a Estados Unidos.
El hospital de los podridos crece constantemente y constantemente se desplaza. El éxodo del Mariel es uno de sus innumerables episodios. Todo el descubrimiento de América, así visto, no es sino un extraño recorrido más de alguna nave de locos. Una enfermedad móvil, una más.
Tanto en el gobernador inglés como en el cabildo criollo se siente todavía una antigua frustración: Cuba no era la India, fuente inagotable de especias aromáticas y drogas con que conservar la salud y sazonar la comida. El tema de la pudrición, en los siglos XVIII y XIX, está ligado a una ausencia, a una desaparición: la novedad de América hizo aun más remota a la India. Esto no era sino las Indias Occidentales. Una babélica confusión de nombres, promovida por enormes expectativas y engañosas apariencias, había colocado indios en estas orillas. Las expectativas pronto se frustraron pero dejaron como rastro nombres engañosos que han ayudado a perpetuar –a pesar de que aquí también se corrompe el lenguaje— un mundo de bambalinas y apariencias. Hay algo profundamente paródico en todo lo americano: sus fórmulas económicas, políticas, sociales, son grotescas caricaturas. Grotescas sobre todo cuando, espoleado por ideologías que pretenden afincarlo en su identidad, el americano se propone nada menos que parecerse a sí mismo. Así no sólo se impone como meta un destino rigurosamente inevitable sino que constantemente recurre, para comprobar el progreso de su empeño, a modelos disfrazados de espejo. ¡Todavía nos fascinan los espejitos que traen nuestros conquistadores!
En la época colonial el tema de la pudrición esta ligado a una ausencia. Pero existía ya desde el siglo XV. “Hay en esta tierra muy singular pescado –escribe el doctor Chanca en su carta sobre el segundo viaje de Colón—mas sano quel de España. Verdadsea que la tierra no consiente que se guarde de un día para otro porque es caliente é humida, é por ende luego las cosas introfatibles ligeramente se corrompen”. El tema de la pudrición existió siempre. Sólo que en el siglo XV aún no estaba desligado del hechizo de la India y sus especias. El propio doctor Chanca, cuyas páginas repletas de extraños sabores y perfumes resultan casi aromáticas, reúne en su prosa enumerativa la podredunbre y las especias, como si así, surrealista avant la lettre, reconciliara los contrarios. Es testigo, como Dante, de otro mundo. Y como el florentino va a enumerar sus visiones:
------------...Hay infinitos árboles de trementina muy singular é muy fina. Hay mucho alquitira, también muy buena. Hay árboles que pienso que llevan nueces moscadas, salvo que agora estan sin fruto, é digo que lo pienso porque el sabor y olor de la corteza es como de nueces moscadas. Vi una raíz degengibre que la traía un indio colgada al cuello. Hay también linaloe, aunque no es de la manera del que fasta agora se ha visto en nuestras partes; pero no es de dudar que sea una de las especias de linaloes que los doctores ponemos. También se ha hallado una manera de canela, verdad es que no es tan fina como la que allá se ha visto, no sabemos si por ventura lo hace el defeto de saberla coger en sus tiempos como s eha coger, ó si por ventura la tierra no la lleva mejor.
“También se ha hallado mirabolanos cetrinos –añade para finalizar la enumeración, descomponiéndola literalmente–, salvo que agora no estan sino debajo del árbol, como la tierra es muy humida esta podridos, tienen el sabor mucho amargo, yo creo sea del podrimiento; pero todo lo otro, salvo el sabor que está corrompido, es de mirabolanos verdaderos.”
La detallada enumeración de estos productos americanos, algunos de los cuales, como la ipecacuana, por ejemplo, transformarían la farmacopea del Viejo Mundo, no es fortuita. Al contrario: pretende satisfacer una curiosidad y un apetito insaciables. Los mapas de mediados de siglo XV, de la época en que la caída de Constantinopla agudizaría la necesidad de otro acceso al Oriente, ponen de manifiesto la extremada importancia que el comercio de especias tenía en los proyectos de navegación y exploración. En el mapamundi del benedictino Andreas Walsperger, dibujado en Constanza en 1449, donde figura al oriente el Paraíso Terrenal –representando por un gran castillo gótico, como correspondía a un pensamiento todavía medieval—, aparece un letrero en la islaTaperbana que reza: “el lugar de la pimienta”. En otra isla, frente a la costa arábiga, se ha escrito: “Aquí se vende la pimienta”. Hay un letrero parecido en el mapamundo de Fray Mauro, de 1459. De una isla que aparece al sureste, cerca del borde de este mapa circular que es considerado la cúspide de la cartografía medieval, se advierte: “Isola Colombo, donde hay copia de oro y muchas mercancías y produce pimienta en cantidad...” No en vano en el comienzo mismo del Memorial que envía a los Reyes Católicos en 1494, el Almirante antepone la abundancia de especias a la de oro: “...porque las cosas d’especería en solas las orillas de la mar syn aver entrado dentro en la tierra, se halla tal rastro é prinçipios d’ella, que es razón que se esperen muy mejores fines; y esto mismo en las minas del oro...”
La leyenda del ave del paraíso, inventada por el naturalista español Francisco López de Gómara, obedece al mismo apetito. En septiembre de 1522 había atracado en Sevilla el Victoria, el único barco de la flota de Magallanes que lograra sobrevivir la vuelta al mundo. Era casi un buque fantasma. La tripulación estaba consumida por el escorbuto y otros males. Pero a bordo, junto a una valiosísima carga de especias, venían algunas maravillosas pieles de aves perfectamente cubiertas de vistoso y sedoso plumaje. Al examinarlas, López de Gómara se asombró: no tenían patas ni huesos. “Somos de la opinión –concluyó— de que estas aves se alimentan con el néctar de los árboles de las especias. Pero, sea como sea, hay algo que es un hecho, y es que nunca se descomponen.”
Verdad es que no es: volvemos a la frase del doctor Chanca para subrayarla con aves del paraíso, América y barroco. Verdad es que no es: el barroco, la época del desengaño, pone de moda al cadáver y las frutas confitadas. El hechizo de la corrupción es en el fondo idéntico al de la conserva. “Sería bien mandar traer en los navíos que vinieran –pide Colón a los Reyes Católicos en 1494–, allende de las otras costas..., conservas, que son fuera de ración y para conservación de la salud...” En el teatro y la novela del Siglo de Oro, luego en la pintura del barroco, aparecen las bandejas o cajas de frutas confitadas, que aluden no sólo a los placeres de la mesa y el paladar sino al triunfo de la fe sobre la tentación y la corrupción definitiva de la muerte y el pecado. El sibaritismo y el ascetismo, en la glacial transparencia de las frutas, logran milagrosamente coexistir. EnParadiso, esa catedral barroca y habanera, se acentúa marcadamente el valor sencial de los confitados, lo que en el salto atávico del barroco lezamiano pudiéramos llamar, con Lezama, el peso del sabor. El valor moral de los confitados resalta, por ejemplo, en Quevedo. En su traducción de La vida devota de san Francisco de Sales nos deja oblicuamente pero por lo mismo perfectamente delineada su forma de pesar el sabor:
Es la mayor y más fructuosa unión del marido y de la mujer la que se hace en la santa devoción, a la cual se debrían llevar uno a otro. Hay frutas, como el membrillo, que por la aspereza de su zumo no son muy agradables sino en conserva; hay otras, que por su ternura y delicadeza no pueden durar si no se ponen también en conserva, como son las cerezas y albaricoques. Así las mujeres deben desear que sus maridos estén confitados en el azúcar de la devoción, porque el hombre sin la devoción es un animal áspero y rudo; y los maridos deben desear que las mujeres sean devotas, porque sin la devoción la mujer es en extremo frágil y sujeta a caerse y apartarse de la virtud.
América, en la brillante y sombría España de Quevedo, ya ha perdido la promesa de paraíso. Está asociada más bien al sentido de decadencia y podredumbre que entonces lo corroe todo. RecordemosEl hospital de los podridos, donde nos sorprendieron estas líneas tremendamente elocuentes: “¡Los podridos que se van desmoronando! Y, si no se pone remedio, en pocos días se multiplicarán tanto, que sea menester que haya otro nuevo mundo donde habiten.” Esta América no es la que se pudo soñar a través de López de Gómara sino la que otro naturalista, Georges Louis Le Clerc, conde de Buffon, pintaba como un sitio infernal y espantoso.
En América todo se corrompe, todo se ahoga, dice Buffon, como si acabara de recibir una carta del conde de Albemarle: “Dans cet état d’abandon, tour languit, tout se corrompt, tout s’étouffe...” Inmediatamente se refiere al aire en términos que hacen recordar ciertas observaciones del padre Joseph de Acosta acerca del viento en estas latitudes. “En diversas partes de Indias –escribe en Historia natural y moral de las Indias— vi rejas de hierro molidas y desechas, y que apretando el hierro entre los dedos se desmenuzaba como si fuera heno o paja seca, y todo esto causado de sólo el viento, que todo lo gastaba y corrompía sin remedio...” La altura contribuye a que esto sea así. De la sierra Pariacaca del Perú asegura que “es cosa inmensa lo que se sube, que a mi parecer los puertos nevados de España y los Pirineos y Alpes de Italia, son como casas ordinarias respecto de torres altas, y así me persuado que el elemento del aire esta allí tan sutil y delicado, que no se proporciona a la respiración humana, que lo requiere más grueso y más templado, y esa creo es la causa de alterar tan fuertemente el estómago y descomponer todo el sujeto.”
Verdad es que no es: se confunden el aliento de la pantera y el aliento del dragón. La conserva y su reverso, el cadáver, son una misma cosa. Una anécdota de Jerónimo Costilla recogida por el padre Acosta resume el hechizo ejercido por esta conjunción. A Costilla, poblador del Cuzco, le faltaban varios dedos de los pies. Se le habían caído en Chile “porque penetrados de aquel airecillo, cuando los fue a mirar estaban muertos, y como se cae una manzana anublada del árbol, se cayeron ellos mismos, sin dar dolor ni pesadumbre.” Estos dedos más obedientes a la ley de Newton que al esqueleto no resultan tan asombrosos como la anécdota referida por este capitán cuyo apellido milagrosamente no se le cayó.
Refería el sobredicho capitán, que de un buen ejército que había pasado los años antes, después de descubierto aquel reino por Almagro, gran parte había quedado allí muerta, y que vio los cuerpos tendidos por allí, y sin ningún olor malo ni corrupción. Y aun añadía otra cosa extraña: que hallaron vivo un muchacho y preguntando cómo había vivido, dijo que escondiéndose en no sé qué chocilla, de donde salía a cortar con un cuchillejo de la carne de un rocín muerto... La misma relación oí a otros, y entre ellos a uno que era de La Compañía, y siendo seglar había pasado por allí. Cosa maravillosa es la cualidad de aquel frío, para matar, y juntamente para conservar los cuerpos muertos sin corrupción.
En esta paradoja se complace el Inca Garcilaso. Con ella puede defender a su tierra: “ En el Cuzco, por participar, como decimos, más de frío y seco que de calor y húmido, no se corrompe la carne; que si cuelgan un cuarto della en un aposento que tenga ventanas abiertas, se conserva ocho días, y quince, y treinta, y ciento, hasta que se seca como un tasajo.”
En sus Comentarios reales el Inca enfoca el tema de la corrupción sólo para echárselo en cara a los europeos. Parece tener en la mente la exaltación apocalíptica de Zacarías cuando profetiza terribles plagas para todos aquellos pueblos que combatieron contra Jerusalén. “La carne de ellos –leemos en el capítulo 14 del Libro de Sacarías— se disolverá estando ellos sobre sus pies, y se consumirán sus ojos en sus cuencas, y su lengua se les pudrirá en la boca.” Los españoles sistemáticamente confunden o trastocan los nombres de nuestros frutos. “La fruta que los españoles llaman peras, por parecerse a las de España en el color verde y en el talle, llamen los indios palta...”Otra fruta llaman los indios pacay, y los españoles guabas...” En una de las numerosas ocasiones en que corrige el español de los españoles, el Inca señala cómo la babélica confusión de nombres va corrompiendo la lengua en América: “Hay otra fruta grosera que los indios llaman rucna, y los españoles lucma, por que no quede sin la corrupción que a todos los nombres les dan.” El Inca se reprocha por su mala memoria: “por la mala guarda que ha hecho y hace de muchos vocablos de nuestro lenguaje”. Verdad es que no es: ¿Cuál es nuestro lenguaje? ¿El español del Inca? ¿El quechua de los españoles? ¿O es la corrupción misma de nuestro idioma? Lo cierto es que el Tawantisuyu tiene un parecido implícito con Jerusalén: a los ejércitos que los debastaron se les pudre la lengua en la boca.
Según el Inca, América sí cumple la promesa del paraíso como especiero. El árbol mulli, el chinchi ullo y el uchu, fruto este último, que los españoles llaman axi por el nombre que tenía en las islas de Barlovento, superan con creces cuanto pudo llegar a las mesas europeas a través de Constantinopla. “Generalmente todos los españoles que de Indias vienen a España –dice del pimiento, que espanta a las “sabandijas ponzoñosas”— lo comen de ordinario, y lo quieren más que las especias de la India Orienta”.
Al transcurrir los años, y ya lograda la independencia, ese espejismo, los americanos volcarán la mirada sobre su realidad y la hallarán no sólo desabrida sino peligrosamente corrompida. Verdad es que no es. Aquí la imaginación misma se estanca, se pudre. “¿Por qué siempre rebajarlo todo y alabarlo como sentido común?... Mientras Inglaterra se esmera por curar la podredumbre de la papa –se pregunta Thoreau en Walden–, ¿Nadie se esmerará por curar la podredumbre del cerebro, que prevalece mucho más amplia y fatalmente?” Esa pregunta se la hacia Thoreau en el norte en 1854. Lamentablemente más de un siglo después los americanos del sur tenemos que preguntarnos lo mismo.
En 1812 había dicho: “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca.” Pocos años después, en 1830, la naturaleza no lo perdona. Deja entonces su último retrato. Un retrato a medio cuerpo que firma Alejandro Próspero Reverend. Se trata del protocolo de autopsia del Libertador. Destaco del mismo aquellos elementos de textura, imagen y color, que permiten enfocarlo como retrato, el único rigurosamente fidedigno por cierto.
1º Habitus del cuerpo: cadáver a los dos tercios del marasmo, descoloramiento universal, tumefacción en la región del sacro, músculos muy poco descoloridos y consistencia natural.
2º Cabeza: los vasos de la aracnoides en la mitad posterior, ligeramente inyectados, las desigualdades y circunvoluciones del cerebro recubiertas con una materia pardusca, de consistencia y trasparencia gelatinesca; un poco de serosidad semi-roja bajo la dura mater...
3º Pecho: ...endurecimiento en los dos tercios superiores de cada pulmón; el derecho casi desorganizado, presenta un manantial abierto, de color de las heces del vino, jaspeado de algunos tubérculos de diversos tamaños no muy blandos; el izquierdo, aunque menos desorganizado, ofrece la misma afección tuberculosa; y dividiéndolo con el escalpelo se descubre una concreción calcárea irregularmente angular, del tamaño de una pequeña avellana. Abierto el resto de los pulmones con el instrumento, derramó un moco parduzco que por la presión se hizo espumoso. El corazón no ofreció nada de particular, aunque bañado de un líquido ligeramente verdoso, contenido en el pericardio.
4º Abdomen: el estómago dilatado por un licor amarillento de que estaban fuertemente impregnadas sus paredes... Los intestinos delgados estaban ligeramente meteorizados... El hígado, de un volumen considerable, estaba un poco escoriado en su superficie cóncava...
Verdad es que no es. Acá todo se pudre: hasta el mármol. Cierto: a todos nos espera un capítulo final en algún manual de patología. Pero en el orden simbólico la corrupción del cadáver del Libertador es algo que prosigue, que día a día se manifiesta con mayor virulencia. Una muerte sin fin: la cotidiana y casi infinita corrupción de los bolívares no deja descansar al muerto. Lo sigue matando, pudriendo. La historia ha llenado a todos nuestros países de gigantescos mármoles agusanados.
viernes, 6 de abril de 2012
Carlos Enrique Ortiz, Elmer Restrepo y Gabriel Jaime Caro (Gajaka) en la fotografía para el filme La elegía del poeta Hermético, y Raúl Henao, poemas.
Poemas del poeta colombiano
Carlos Enrique Ortiz
A la casa de niebla
la habita un corazón
de horas ateridas
A la casa de niebla
la deshace este viento
tan pequeño
la sumerge esta lluvia
tan dispersa
la devora este fuego invisible
A la casa de niebla
la borra el sol,
con su soplo de luz
la mantiene en secreto
con el calor de su desespero
la funde en la nada
Pero, en la noche de hielo
es allí donde canta
la luz de las estrellas.
NUNCA
Tu, como el tiempo
viniste
y arrojaste a la nada
lo que fuí para ti
Tu, como el tiempo
permanencia y fuga
verdad y engaño..
En la oscuridad de tu ser
la luz de mi sangre se ahogó
Tu, como el tiempo
un disfraz de la muerte,
boca que devora
a quien la besa
Tu, nunca
porque el alma implacable de la espada
sólo obedece su propia sed.
Los pasos que dimos serán viento
nuestras miradas
luz en el vacío
Ya no ser
no estar en parte alguna
haber sido...
En la inmensidad misteriosa del tiempo
Qué diferencia hace la conciencia?
La gota que eres
Camina, mira, sé
del poeta Colombiano Raúl Henao
El silencio
¡Aire sonámbulo, blancura de las rosas!
El mundo afuera

El poeta colombiano Raúl Henao, Cali, 1944. Poeta Surrealista. Publicamos dos poemas seleccionados por el jurado neoberraco para la muestra, extractados de su libro "SOL NEGRO", 1985. Foto del Festival Internacional de poesía de Medellín.
El poeta colombiano Gabriel Jaime Caro (Gajaka), en el telescopio de Aquaral, Rionegro, publica sus primeros relatos en New York Digital, después de recibir su Horroris Causa por parte de Burritus Producciones sobre cine. Foto de Carlos Enrique Ortiz.
La valiente Teresa María Gallón de Caro, IN MEMORIAM. Vivió 102 añitos:Reina de los poetas neoyorkinos, madre del poeta colombiano Gabriel Jaime Caro (Gajaka), del Conde Von Polilo, y del ajedrecista Emilio A. Caro, de Raúl Caro y de Guillermo Caro. Aquí cuando leía los cuentos HISTORIAS DEL FRÍO del poeta Ricardo León Peña (in memoriam; fue protagonista en la novela de Ricardo León Peña Villa, "Gardel vive en Guarne" (New York, 2010),como la amante de Gardel en Medellín que nunca fue, que hasta se pegó un tiro por ella que pegó en la avioneta que lo transportaba en el aeropuerto de Medellin. La grande musa del poeta Peña Villa, de Gajaka, en fin de todo el que se acercaba... Como el caso del filósofo Fernándo Gonzalez en los años veinte que le escribía poemas y se los tiraba por la ventana de la calle Ecuador de Prado Centro. Foto de Luz Angela Rendón. Archivo de Gajaka.
El poeta colombiano y neoyorkino, Gabriel Jaime Caro (Gajaka), y su madre, Teresa María Gallón de Caro (1910-2012, in memoriam), en su apartamento de Medellín. La reina de los poetas neoyorkinos pasó sus últimos 12 años en esta ciudad, dedicada a la lectura, y a la comprensión de todas las personas que compartían su vitalidad, la envidia de los malentendidos. Murió el 15 de agosto, después de que el destino le jugó una mala juagada. Ahora descansa en paz, madrecita querida.
Foto de Carlos Enrique Ortiz.
El poeta colombiano Gabriel Jaime Caro (Gajaka), disfrutando de su solaz dominguero en la pirámide de Aquaral, Rionegro, Antioquia, el día en que los huracanes dejan el cielo libre y azul para lograr las meditaciones correspondientes para la vida de poeta que hay que llevar en esta puerca vida.Experto en masajes eróticos, se prepara a llevar una otra vida mejor hacia bienestares nunca antes imaginados por la conciencia humana. Foto de Carlos Enrique Ortiz.
Imagen del poema corto y filosófico, AJO Y TOMATE, del poeta colombiano, Gabriel Jaime Caro (Gajaka), por lo tanto considerado como favorito de sus libros, "Hasta el sol de hoy, poemas elegidos", y "El eco de este ardid". Dibujo archivo de Gajaka, para levantar con magia de la cama al hamaquero. 2011.
El poeta colombiano y neoyorkino, Gabriel Jaime Caro (Gajaka), 1949, "Oh, fe en la vida, inclínate a mis versos", cuando trabajaba para el Diario La prensa de Manhattan, como su editor estrella en la crítica de cine. UN POETA HECHO PARA NUEVA YORK, a cargo del poeta y reportero, Ricardo León Peña Villa (In Memoriam): aquella Edad de Oro del poeta en Nueva York. Foto de Mayita Mendez. Editora de El diario, la prensa, Jackeline Donado. Enero del 2000.
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sábado, 31 de marzo de 2012
Lectura de la servilleta del Rey Felipe IV con la misiva de Quevedo y Villegas para comenzar Curso III de poesía neoberraca.


Católica, sacra y real Majestad, memorial atribuido a Francisco de Quevedo y Villegas
Á S. M. EL REY DON FELIPE IV
MEMORIAL
Católica, sacra y real majestad,
Que Dios en la tierra os hizo deidad:
Un anciano pobre, sencillo y honrado.
Humilde os invoca y os habla postrado.
Diré lo que es justo, y le pido al cielo
Que así me suceda cual fuere mi celo.
Ministro tenéis de sangre y valor,
Que sólo pretende que reinéis, señor,
Y que un memorial de piedades lleno
Queráis despacharle con lealtad de bueno.
La Corte, que es franca, paga en nuestros días
Más pechos y cargas que las behetrías.
Aun aquí lloramos con tristes gemidos,
Sin llegar las quejas á vuestros oídos.
Mal oiréis, señor, gemidos y queja
De las dos Castillas, la Nueva y la Vieja.
Alargad los ojos; que el Andalucía
Sin zapatos anda, si un tiempo lucía.
Si aquí viene el oro, y todo no vale,
¿Qué será en los pueblos de donde ello sale?
La arroba menguada de zupia y de hez
Paga nueve reales, y el aceite diez.
Ocho los borregos, por cada cabeza,
Y las demás reses, á rata por pieza.
Hoy viven los peces, ó mueren de risa;
Que no hay quien los pesque, por la grande sisa.
En cuanto Dios cría, sin lo que se inventa,
De más que ello vale se paga la renta.
A cien reyes juntos nunca ha tributado
España las sumas que á vuestro reinado.
Y el pueblo doliente llega á recelar
No le echen gabela sobre el respirar.
Aunque el cielo frutos inmensos envía.
Le infama de estéril nuestra carestía.
El honrado, pobre y buen caballero,
Si enferma, no alcanza á pan y carnero.
Perdieron su esfuerzo pechos españoles.
Porque se sustentan de tronchos de coles.
Si el despedazarlos acaso barrunta
Que valdrá dinero, lo admite la Junta.
Familias sin pan y viudas sin tocas
Esperan hambrientas, y mudas sus bocas.
Ved que los pobretes, solos y escondidos.
Callando os invocan con mil alaridos.
Un ministro, en paz, se come de gajes
Más que en guerra pueden gastar diez linajes.
Venden ratoneras los extranjerillos,
Y en España compran horcas y cuchillos.
Y, porque con logro prestan seis reales.
Nos mandan y rigen nuestros tribunales.
Honrad á españoles chapados, macizos;
No así nos prefieran los advenedizos.
Con los medios juros del vasallo aumenta,
El que es de Ginebra, barata la renta.
Más de mil nos cuesta el daros quinientos;
Lo demás nos hurtan para los asientos.
Los que tienen puestos, lo caro encarecen
Y los otros plañen, revientan, perecen.
No es buena grandeza hollar al menor;
Que al polluelo tierno Dios todo es tutor.
En vano el agosto nos colma de espigas,
Si más lo almacenan logreros que hormigas.
Cebada que sobra los años mejores
De nuevo la encierran los revendedores.
El vulgo es sin rienda ladrón homicida;
Burla del castigo; da coz á la vida.
"¿Qué importa mil horcas, dice alguna vez,
Si es muerte más fiera hambre y desnudez?"
Los ricos repiten por mayores modos:
"Ya todo se acaba, pues hurtemos todos."
Perpetuos se venden oficios, gobiernos.
Que es dar á los pueblos verdugos eternos.
Compran vuestras villas el grande, el pequeño;
Rabian los vasallos de perderos dueño.
En vegas de pasto realengo vendido.
Ya todo ganado se da por perdido.
Si á España pisáis, apenas os muestra
Tierra que ella pueda deciros que es vuestra.
Así en mil arbitrios se enriquece el rico,
Y todo lo paga el pobre y el chico.
Sin duda el demonio, propicio y benino
Aquel que por nombre llaman peregrino,
Al Conde le dijo, favorable y plácido,
Cuando su excelencia oraba en San Plácido:
«Del rey los vasallos compiten tu puesto;
Destruye, aniquila y acábalo presto.
Los de la Corona mayores contrarios
Serán la disculpa para tus erarios:
Que si acaban éstos con la monarquía.
Morirá también quien te perseguía.
Mejor libra en guerra el que es prisionero
Que el que es sentenciado por el juez severo.
La causa de todo lo que ellos ganaron,
No la mataron, sino la libraron.»
Esto dijo el diablo al Conde Guzmán,
Y el Conde prosigue como don Julián.
Consentir no pueden las leyes reales
Pechos más injustos que los desiguales.
Ved tantas miserias como se han contado,
Teniendo las costas del papel sellado.
Si en algo he excedido, merezco perdones:
Duelos tan del alma no afectan razones.
Servicios son grandes las verdades ciertas;
Las falsas razones son flechas cubiertas.
Estímanse lenguas que alaban el crimen,
Honran al que pierde, y al que vence oprimen.
Las palabras vuestras son la honra mayor,
Y aun si fueran muchas, perdieran, señor.
Todos somos hijos que Dios os encarga;
No es bien que, cual bestias, nos mate la carga.
Si guerras se alegan y gastos terribles.
Las justas piedades son las invencibles.
No hay riesgo que abone, y más en batalla.
Trinchando vasallos para sustentalla.
Demás que lo errado de algunas quimeras
Llamó á los franceses á nuestras fronteras.
El quitarle Mantua á quien la heredaba
Comenzó la guerra, que nunca se acaba.
Azares, anuncios, incendios, fracasos.
Es pronosticar infelices casos.
Pero ya que hay gastos en Italia y Flandes,
Cesen los de casa superfluos y grandes.
Y no con la sangre de mí y de mis hijos.
Abunden estanques para regocijos.
Plazas de madera costaron millones,
Quitando á los templos vigas y tablones.
Crecen los palacios, ciento en cada cerro,
Y al gran San Isidro, ni ermita, ni entierro.
Madrid á los pobres pide mendigante,
Y en gastos perdidos es Roma triunfante.
Al labrador triste le venden su arado,
Y os labran de hierro un balcón sobrado.
Y con lo que cuesta la tela de caza
Pudieran enviar socorro á una plaza.
Es lícito á un rey holgarse y gastar;
Pero es de justicia medirse y pagar.
Piedras excusadas con tantas labores»
Os preparan templos de eternos honores.
Nunca tales gastos son migajas pocas,
Porque se las quitan muchos de sus bocas.
Ni es bien que en mil piezas la púrpura sobre,
Si todo se tiñe con sangre del pobre.
Ni en provecho os entran, ni son agradables,
Grandezas que lloran tantos miserables.
¿Qué honor, qué edificios, qué fiesta, qué sala,
Como un reino alegre que os cante la gala?
Más adorna á un rey su pueblo abundante.
Que vestirse al tope de fino diamante.
Si el rey es cabeza del reino, mal pudo
Lucir la cabeza de un cuerpo desnudo.
Lleváranse bien los gastos enormes;
Lleváranse mal si fueren disformes.
Muere la milicia de hambre en la costa;
Vive la malicia de ayuda de costa.
Gana la vitoria el valiente arriesgado;
Brindan con el premio al que está sentado.
El que por la guerra pretende alabanza
Con sangre enemiga la escribe en su lanza.
Del mérito propio sale el resplandor,
Y no de la tinta del adulador.
La fama, ella misma, si es digna, se canta:
No busca en ayuda algazara tanta.
Contra lo que vemos, quieren proponernos
Que son paraíso los mismos infiernos.
Las plumas compradas á Dios jurarán
Que el palo es regalo y las piedras pan.
Vuestro es el remedio: ponedle, señor.
Así Dios os haga, de Grande, el Mayor.
Grande sois Filipo, á manera de hoyo
Ved esto que digo, en razón lo apoyo:
Quien más quita al hoyo, más grande le hace;
Mirad quién lo ordena, veréis á quién place.
Porque lo demás todo es cumplimiento
De gente civil que vive del viento.
Y, así, de estas honras no hagáis caudal;
Mas honrad al vuestro, que es lo principal.
Servicios son grandes las verdades ciertas;
Las falsas lisonjas son flechas cubiertas.
Si en algo he excedido, merezca perdones:
¡Dolor tan del alma no afecta razones!
Diciembre de 1639
Tomado de Obras Completas, prosa, "Aguilar", sexta edición 1966. F. Quevedo.